“Juan Pueblito” está aguantando más hambre que ratón de ferretería. Así son las cosas diría Oscar Yanes. Hambre hereje. El Covid-19 aunque usted no lo crea, ha sido relegado a un segundo. La gente está consciente de la gravedad de esta pandemia que ha enviado al más allá a miles de personas en el mundo entero. La humanidad convive con esta enfermedad mientras la ciencia busca la vacuna para combatir el coronavirus.
Ayer conversaba con el Sr. Ángel, vecino de la calle 2 de La Arboleda y tocando el tema, me soltó la prenda con que titulo esta nota: “Nos estamos muriendo es del coronahambre”. Tiene razón don Ángel, que venía llegando junto a su esposa de Valera en el carro de Fernando, un rato a pie y otro caminando.
Fueron al centro a ver qué adquirían para mitigar la necesidad de alimentos. “Todo está muy caro, a precio de dólar, la harina para las arepitas, carne, queso, frutas, verduras, cambur verde, yuca, plátano, están por las nubes. Es más, no compramos nada. Apenas unas ramitas para una sopa”.
El drama del amigo Ángel, gran aficionado a las grandes ligas, se acrecienta por la falta de gas doméstico y agua desde hace varios meses. A veces cocinan con leña, y si hay luz preparan la comida en una cocina eléctrica. Ni el Clap volvió a llegar. Hace más de dos meses que llegó a La Arboleda y hasta el sol de hoy.
Pero no solo Ángel sufre por esta calamidad. Desde tempranas horas observamos el desfile de caminantes provenientes de la parte alta de Carvajal. Regresan cabizbajos, frustrados, con rostros de desánimo porque les faltó dinero para comprar algo y remendar el capote.
Una abuela con sus cinco nietos es archiconocida por estos lares. Anda con una mochila al hombro. Cualquier cosa es buena para echarle a la olla a la hora de meter los pies debajo de la mesa, si es que hay. María Antonia, la señora en mención, y no precisamente la tan sonada en la canción de Gualberto Ibarrreto “está loca de remate por el hambre”. Nos cuenta que hay días que hacen una sola comida y a veces los pasan en blanco.
Seres como María Antonia no le paran al Covid-19. Sin tapabocas ni distanciamiento y mucho menos van a estar lavándose las manos. La debilidad es el estómago, como aquellos boxeadores que sucumben luego de ser golpeados en la parte baja del cuerpo. Contra el hambre el conteo puede ser mortal.
Angustia da ver aquellos niños detrás de la anciana llorando a moco tendido pidiendo algo para calentar el estómago. Presentan un cuadro raquítico, esquelético. Es un retrato de la miseria que observamos en cualquier pueblito de Trujillo y de una Venezuela dividida en un match político, de un toma y dame, donde a Tirios y Troyanos les importa un bledo sí “Juan Pueblito” come, enferma, tiene gas, agua, transporte, electricidad y pare de contar.
Añoramos aquellas compras en los abastos y supermercados con los carritos full equipo. ¡Era otra Venezuela!. La ahora tan añorada IV República. El concierto en el estómago es fuerte, me devuelve a la realidad y pregunto, como lo haría el Gabo Gabriel García Márquez en su obra El Coronel no tiene quien le escriba: ¿Qué comeremos hoy?