Está claro que el desarrollo sostenible es fruto de determinadas cualidades en las personas y en las comunidades humanas que tienen que ver con la confianza, el respeto, la sociabilidad y otros atributos. También con la libertad, la democracia y el Estado de Derecho.
Está claro que los países o lugares alcanzan altos niveles de bienestar no por su dotación de recursos naturales, ni su posición en el globo terrestre, ni el color predominante de la población, ni su tamaño ni edad, ni sus creencias predominantes; todo eso puede influir, pero no es determinante. Lo que sí es necesario es la existencia de diversas condiciones que favorezcan el crecimiento personal y colectivo, el ascenso individual y social, que opten por el bienestar de todos y cada uno de sus integrantes, incluyendo en el sistema complejo que es la realidad a los seres humanos, a los demás seres vivos, el ambiente, la cultura y demás elementos y relaciones entre ellos.
Existen una serie de conceptos para definir esos atributos “blandos” o características cualitativas, o conductas, o capacidades personales y colectivas que deben tener una sociedad humana, para que pueda transitar el proceso de mejoramiento continuo de su calidad de vida: capital social, institucionalidad, confianza, convivencialidad o convivialidad y muchos más.
Son varios los especialistas que se han referido a ello, entre los cuales están Adam Smith, Gunnar Myrdal, Ernst F. Schumacher, Robert Putnam, James Coleman, Douglas North, Francis Fukuyama, Adela Cortina, Bernardo Kliksberg, Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde, Humberto Maturana, Amartya Sen, Elinor Ostrom, Daron Acemoglu y James A. Robinson entre muchos otros.
Es en el fondo se trata de una cultura de respeto y de confianza que se ha conformado en determinadas sociedades, en procesos de maduración colectiva, que son promovidos de muy diversas formas, pero donde siempre ha tenido que ver el lenguaje, con las palabras más frecuentes empleadas en las conversaciones. Hay lugares y países que han desplegado esos procesos virtuosos desde tiempos remotos, otros que los tenían y los perdieron, y existen sociedades que han logrado, con base a un esfuerzo premeditado, esa cultura virtuosa recientemente.
Es más, existen comunidades vecinas en donde en una existe mayor nivel de bienestar que en la otra, lo cual se debe a la calidad de las relaciones sociales, a la confianza y a las conversaciones sanas. Putnam llama “malignas” a las comunidades en las que predomina el chisme y los comentarios tóxicos. Como lo demuestran Daron Acemoglu y James A. Robinson en su libro “Por qué fracasan los países”, existen comunidades vecinas en donde unas gozan de mayor bienestar que otras, gracias sus instituciones virtuosas.
La palabra que mejor recoge esta cultura de la confianza y la participación es “convivencialidad” o “convivialidad”, que viene de convivencia cuyos sinónimos son avenencia, acuerdo, armonía, trato, concordia, relación, coexistencia, compatibilidad, entendimiento, comprensión, tolerancia, simpatía, sociabilidad y diálogo, según el diccionario de Word.
El filósofo Iván Ilich, un austríaco que vivió en Cuernavaca (México) consagrando su vida como maestro de escuela, desarrolló este concepto en los años setenta para ofrecer una alternativa frente a la instrumentación del hombre por la revolución industrial, donde aparece como un ser manejado por las herramientas. Planteaba que la industria y sus máquinas podrían estar al servicio del hombre y no al revés. Por extensión se habla de convivencialidad relativa a las organizaciones, máquinas, herramientas, procesos y demás asuntos que son controladas por el hombre y donde este es un ser libre y no dependiente.
El concepto de convivencialidad o convivialidad lo considero preferible a “capital social” que evoca a unos recursos que se invierten para obtener beneficios, como el capital que se suscribe para crear una empresa, o capital humano que es lo que se invierte en la preparación de una persona. También se habla ahora de capital emocional, ambiental, relacional y hasta espiritual. Pero la palabra capital está asociada al campo de la economía, o denota recursos o inversiones, y este asunto no necesariamente se ubica en esos campos.
La diferenciación también tiene que ver con el concepto que se tenga del desarrollo, pues si se asocia al crecimiento es natural que se vincule a capital, en cambio si desarrollo se asocia a bienestar, la perspectiva es otra. En la primera acepción se trata del crecimiento del producto interno bruto, si se trata de la segunda se está en el campo de la satisfacción de las necesidades humanas con un mínimo consumo. Se está en los temas del desarrollo a escala humana, de “lo pequeño es hermoso”, del bien común.
La convivencialidad es la capacidad de vivir en paz con todas las demás creaturas, con el paisaje, con la naturaleza, satisfaciendo las necesidades existenciales del ser, tener, hacer y estar, y las axiológicas de la subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad, afecto y libertad, siguiendo la clasificación de las necesidades del modelo del Desarrollo a Escala Humana.
El camino del desarrollo humano sostenible sigue la ruta de la convivencia, que es contraria al modelo predominante de crecimiento, alto consumo, contaminación y una economía al servicio del lucro y la codicia.
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