«Conversando sobre Educación» | Diálogo entre Humberto Maturana y Carlos Vignolo  y V parte

Globalización y destrezas

 

CV      Otra pregunta que nos formulan los editores dice relación con el impacto de la globalización y las exigencias del mundo de la producción sobre la educación.  Algunos lectores estarán probablemente pensando, a estas alturas de nuestra conversación, que con nuestras directrices educacionales formaremos ciudadanos democráticos, respetuosos de otros, autónomos y libres, pero no necesariamente “competitivos”, es decir, incapaces de insertarse bien en el mundo de la empresa, los negocios, las organizaciones, la política y otros ámbitos fundamentales de la vida contemporánea.

Yo creo, cada vez con más sustento empírico y teórico y cada vez con mayor convicción y entusiasmo, que ello no es así. Muy por el contrario, creo que ambas dimensiones de la formación humana, la productiva y la social, se requieren y potencian mutuamente.  Mi argumento sigue el siguiente cauce. Pienso que la globalización y el aceleramiento e impredictibilidad del cambio sobre la faz de la tierra están haciendo de la capacidad de adaptarse rápido, de innovar, una de las condiciones centrales de sobrevivencia y desarrollo de las organizaciones y de las personas.

Pienso también que la capacidad de adaptarse e innovar de las personas, sin perder su identidad, es mayor cuando las personas son más autónomas, es decir, depende menos de factores externos para sentirse bien con la vida que llevan. Estas  personas necesitan controlar menos sus circunstancias y su futuro. Están menos “apegados” a las circunstancias externas y tienen, por tanto, menos dificultades para evolucionar junto con éstas. Por otra parte, el mundo competitivo exige “escuchar” cada vez más y mejor el entorno para ser capaz de evolucionar armónicamente con él, sin angustiarse por el cambio y la impredictibilidad. En la “era del cliente”, “escuchar bien” es una competencia central. Más aún, “saber cuidar de clientes” es una competencia central. Y todo ello lo hace mejor una persona formada  para, como dirías tú, “aceptar al otro como legítimo otro en la convivencia”, que una persona formada para negar al otro en la relación. Ya sea para liderar una empresa o equipo de trabajo, o para vender productos o servicios, una formación centrada en “hacerse cargo del otro” –genuina y no manipuladoramente- significa una clara ventaja competitiva respecto a la educación tradicional, aquella centrada en conocimientos.

Esto explica, a mi juicio, el “boom” de la “inteligencia emocional”, que ha llegado finalmente al mundo de la empresa. Un estudio  realizado por Daniel Goleman en 1998 concluye que el 90% de las diferencias observadas entre las “estrellas” del “management” y los ejecutivos promedio se explica por habilidades de relacionamiento. Una encuesta a ex alumnos realizada por nuestro  Programa de Habilidades Directivas, en el Departamento de Ingeniería Industrial, muestra, por su parte, que las destrezas o habilidades directivas aparecen sistemática y marcadamente más valoradas que los conocimientos, como componentes fundamentales del éxito laboral.

Es por ello que sostengo que la educación para la convivencia y la educación para la eficiencia productiva están cada vez más hermanadas. Ambas dimensiones requieren, más que de la adquisición de conocimientos, del desarrollo de destrezas y actitudes y de la formación valórica.

 

HM     Lo que llamas destrezas relacionales son  modos de convivencia, no  conocimientos. Por lo tanto, no son  destrezas sino que dimensiones de consciencia social que uno debe aprender en la convivencia en su casa y en el colegio, con su mamá y con sus profesores.  Por ejemplo, el escuchar.  El escuchar consiste en oír y buscar o atender  donde lo que el otro dice es válido.  En mis clases digo que hay dos modos de escuchar.  Un escuchar en el cual uno atiende a oír en qué medida lo que el otro dice coincide con lo que uno piensa y en ese caso, uno sólo se escucha a sí mismo. El otro escuchar es aquel en el que uno atiende a oír donde lo que el otro dice es válido. Si se hace esto se oye lo que el otro o la otra dice. Lo social, en general, y la democracia, en particular, se fundan en este segundo escuchar.

Este último escuchar es el escuchar que uno normalmente debería aprender en su casa.  Cuando el niño le dice algo a la  mamá, la mamá escucha no la forma de lo dicho sino dónde es válido lo que el niño dice y desde allí, al oír aquello, actúa entendiendo lo que el niño está diciendo.  A su vez, el niño escucha a la mamá atendiendo dónde es válido lo que ella dice. En este escuchar se atiende la emoción porque la emoción define el dominio de validez de lo que se dice.  La forma particular de lo que se dice define a lo que se dice como un suceder particular en el dominio de sucederes en que la persona está hablando.

El escuchar atendiendo dónde es válido lo que el otro dice requiere respeto.  Sin respeto nunca escuchamos al otro u otra porque interponemos un juicio sobre lo que el otro dice antes de oírlo. Escuchar al otro u otra requiere confianza en sí mismo porque sólo en tanto se tiene confianza en sí mismo no se tiene miedo a desaparecer en el oír lo que el otro u otra dice, y no hay riesgo en oírlo. Escuchar al otro u otra requiere aceptación de sí mismo, una apertura para saber donde no se sabe, de modo que lo que uno  escucha  del otro nos ofrezca una oportunidad para aprender y, por lo tanto, para no estar en la competencia.  Porque si sé está en la competencia, el escuchar está destinado a ver dónde puede uno ser mejor que el otro y no dónde lo que el otro dice es válido. Sólo si escucha atendiendo a oír donde lo que la otra o el otro dice es válido, lo que el otro o la otra dice puede ser una oportunidad de convivencia no competitiva en el mutuo respeto sin agresión.

Es interesante que la globalización implique una vuelta atrás, si es que ocurre como la recuperación del mutuo respeto y la colaboración.  Pero para que eso pase, uno tiene que ser autónomo.  Así,  volvemos al tema de la autonomía.  El ser autónomo quiere decir, entre otras cosas, que uno tampoco tiene conflicto con cuidar su espacio, el espacio donde uno tiene la existencia de bienestar.  Desde el respeto por sí mismo (la autonomía), el cuidar  la pareja, la familia, los hijos, la amiga,  no es controlar y restringir, sino que es ser respetuoso de esos espacios y moverse en concordancia con los otros allí porque se quiere su compañía. Yo sé que la noción de globalización apunta en el presente a la expansión del espacio mercantil desde la búsqueda de ganancias para uno sin que importe mucho lo que pasa con los demás. En cualquier caso el tema es la emoción desde dónde escucho ya que es ella la que determinará el curso de mi relación con el otro o la otra.

Para que yo pueda oír el emocionar del otro o la otra,  debo escuchar sin miedo a desaparecer, esto es, desde el respeto por mí mismo. Por esto pienso que para que la globalización no se constituya en una fuente de abuso y dependencia, las personas y los países deben ser autónomos, de modo que puedan decir sí o no desde sí, no desde el temor a perder una oportunidad y quedarse atrás. La colaboración sólo es posible desde el respeto y cuidado por el mundo propio y el mundo del otro. Que los chilenos seamos chilenos y podamos aceptar o rechazar desde el ser chileno, es decir desde el cuidado de nuestro mundo, lo que el otro propone desde afuera, desde la globalización. La globalización no existe como colaboración cuando la emoción fundamental es la lucha competitiva.

 

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Estados Unidos es un país muy interesante porque surge en principio abierto a la globalización, al formarse como un país de inmigrantes, y como un mundo en que todo es posible sin arraigo a ningún lugar. Pero la expansión competitiva de ese modo de vivir llevó a la extinción de los habitantes originales como modos de vida porque la expansión competitiva de un modo de vida implica la extinción de otros modos de vida.  EE.UU. es una cultura de extensión globalizada y los norteamericanos en verdad no se sienten de Minnesota, de Massachussets o de California. Tal vez ahora  está recién apareciendo el aprecio por el sentir  local.  Los norteamericanos pertenecen a una historia en la que da lo mismo nacer aquí o allá, trabajar aquí o allá, morir aquí o allá.  Pero ese dar lo mismo es posible sólo en tanto hay un estado federal que define una legalidad que protege a todos los ciudadanos donde quiera que estén dentro de ese espacio globalizado. Pero, ¿Pasa así con la globalización de que se habla en el mundo ahora?

Si no es así, las emociones que primarán serán la codicia y la competencia, y la globalización llevará inevitablemente al camino de  la explotación de unos por otros,  porque en la competencia el otro o la otra no tiene presencia humana, y es sólo una amenaza o una incomodidad. La globalización vista como un fenómeno de ampliación de las comunicaciones no es buena ni mala.  Es el emocionar desde donde se viva esa ampliación lo importante. Si vivimos la globalización comunicacional desde la competencia, la ambición o la vanidad, será destructiva para lo humano y la biosfera. Si la vivimos desde el mutuo respeto y la colaboración para generar bienestar humano, es posible que la podamos vivir como la gran oportunidad de generar un mundo deseable.

En nuestro país, por ejemplo, la privatización de las compañías de electricidad y la internacionalización de ellas a través de la venta de acciones a las empresas españolas -aceptado desde el argumento de la globalización-  resulta en que lo que pasa con las empresas eléctricas no tiene que ver con nosotros sino con los intereses de las empresas españolas.  Y cuando decimos “ahora estamos internacionalizados porque nuestras empresas de electricidad son españolas”,  no reconocemos que ahora estamos conquistados desde la electricidad porque lo que guía el quehacer de esas empresas no es el bienestar de Chile o de los chilenos que las sostiene, sino que el interés de las empresas como ámbitos generadores de riquezas para un mundo ajeno a nosotros.

 

Innovar para conservar: “La innovación es tradición transformada”.

 

HM     Creo que pensar en lo que queremos conservar es absolutamente fundamental, porque tiene que ver con las emociones que guían nuestro quehacer. Y el que esto es así tiene que ver con lo que yo llamo leyes sistémicas.  La primera ley sistémica, e insisto en decirlo aunque  en el momento que esté dicha aparecerá obvia es:  cada vez que en un conjunto de elementos comienzan a conservarse ciertas relaciones, se abre espacio para que todo lo demás cambie, en torno a las relaciones que se conservan. Lo que se conserva determina lo que pasa.  Si creo una empresa para hacer tal cosa, es el hacer tal cosa como lo que define a mi empresa lo que conservaré mientras todo lo demás puede cambiar.

La otra ley sistémica, que es un poco más acotada porque tiene que ver con el espacio de los seres vivos en general y el de los seres humanos en particular, dice así;  el curso que sigue la historia humana y de los seres vivos, en general, es generado continuamente por las emociones y en particular por los deseos, no por los recursos u oportunidades, ya que algo es un recurso o una oportunidad sólo si se lo desea.

Es desde la conciencia y el entendimiento que el conocer estas dos leyes sistémicas trae consigo que podemos ver lo que el concepto actual de globalización implica, y actuar aceptándolo o rechazándolo según  sea lo que queremos vivir como seres humanos en general y chilenos en particular.  Yo quiero sacar al competir del centro emocional de la convivencia y poner en vez el amar, esto es, el respeto por sí mismo y por el otro en el deseo de colaborar para la generación cotidiana de la convivencia democrática.

 

CV      Quisiera retomar, a propósito de tu reflexión sobre la relación entre innovación y conservación, el rol central de la autonomía -y por lo tanto de la autoestima- en el proceso de formación de seres humanos, que es como yo estoy entendiendo la educación. Mi investigación sobre innovación empresarial en Chile, entre 1992 y 1997, me ha llevado a proponer una diferenciación entre el “innovar por innovar” y el “innovar para conservar”. Pienso que ésta última, la innovación que se hace en función de conservar algo que se desea conservar, es la innovación sana, que no degrada al que innova, la innovación que garantiza la continuidad histórica, la identidad del que innova.  Y pienso que esta actitud es propia del que tiene autonomía y autoestima. Innova porque quiere mantener algo que le es propio y preciado y no desea por tanto perder. Innova en función de sí mismo, como una forma de cuidarse a sí mismo. Diferente veo el caso de la innovación que se transforma en un fin en sí. La innovación por la innovación. La innovación casi como obsesión. Y tiendo a pensar que quienes funcionan de esta manera lo hacen desde una preocupación por el futuro y por el juicio de otros, más que por una preocupación por el sí mismo, en el “aquí y en el ahora”. Quienes así actúan, pienso yo, lo hacen desde una baja autoestima y autonomía y desde la creencia, a mi juicio errada, como ya lo mencione antes, de que los “éxitos” en el mundo de los hechos los harán sentirse mejor y más seguros consigo mismos.

Llegamos así a un tema muy complejo pero muy relevante para el caso chileno, cual es el de los factores culturales que inciden sobre la educación, esta educación que a ambos nos interesa, la educación que forma simultáneamente para la convivencia democrática y para la eficiencia. Es sabido que Chile presenta algunos rasgos culturales muy negativos, entre los cuales destacan la desconfianza, la soberbia y la envidia “chaquetera”. Es mi firme convicción que estas verdaderas patologías sociales, por cuanto todas juegan en contra de la convivencia y la colaboración, se nutren de una concepción educacional que no está centrada en la autoestima y la autonomía sino, por el contrario, en la autoexigencia. Todo ello agravado en los último tiempos por la incorporación a nuestra cultura del principio de la competencia.  Me costó una década entender aquello que tu sostienen con tanta fuerza y desde siempre: “toda competencia es insana” . Finalmente he abrazado totalmente esa postura, agregando: “y la más insana es la competencia con uno mismo”.

Quisiera terminar diciendo, porque el tiempo y el espacio regalado a nosotros por los editores de la revista se nos acaba, que el tipo de reflexiones que hemos estado aquí compartiendo son la base de la creación, en el seno del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, del Programa de Habilidades Directivas y de la línea de investigación sobre Tecnologías de Construcción de Capital Social.

Desde estas nuevas iniciativas queremos contribuir a  la verdadera revolución educacional que los nuevos tiempos requieren, que involucra dimensiones no sólo cognitivas sino también referidas a actitudes, destrezas,  conciencia  de sí y del entorno y, por sobre todo, de orden valórico y espiritual.

 

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