«Conversando sobre Educación» | Diálogo entre Humberto Maturana y Carlos Vignolo  III parte

Autoestima, Autonomía, Autoexigencia…y Buen Vivir.

 

CV      Me interesa relacionar autoestima, autonomía y autoexigencia. Durante no poco tiempo miré estas tres dimensiones de la existencia humana como igualmente positivas. Hasta aquella conversación contigo, creo yo allá por 1985, cuando fui por primera vez  a tu Laboratorio de Epistemología Experimental, a consultar tu visión como biólogo acerca del sufrimiento humano, más específicamente sobre el fundamento biológico de la angustia. Recuerdo muy bien tu respuesta, pues me impactó: “Nunca sentí angustia porque mi madre siempre me quiso”. Desde entonces empecé a mirar de una manera mucho más positiva lo que yo llamo autoestima y a mirar con suspicacia el fenómeno de la autoexigencia, hasta llegar hoy a poner la autoestima como la capacidad humana central, antagónica a la autoexigencia, que considero a su vez como  la patología humana por excelencia.

Estoy en efecto usando la palabra autoestima en el sentido de “aceptación de sí mismo”, no como un juicio que tenemos acerca de nosotros mismos sino como una sensación interna, profunda, que nos hace sentirnos bien, en paz con nosotros mismos, con independencia de las circunstancias externas.

Veo la autoestima así entendida como la base del funcionamiento autónomo, que nos hace ser capaces de vivir sin depender de otros seres humanos. No estoy hablando por cierto de vivir aislado o alejado de otros seres humanos sino de relacionarse con otros humanos desde el querer hacerlo y no desde el tener que hacerlo.

Distingo entonces autoestima de autoconfianza. Entiendo la autoconfianza como el juicio propio, consciente y fundamentado, acerca de la capacidad para operar en ciertos dominios constitutivos de lo humano: trabajo, socialización, familia, dinero y educación, entre otras.  Y aquí viene mi tesis fundamental: creo que no existe una necesaria correlación entre autoestima y autoconfianza. Pienso que una persona puede, a través de su actuar en la vida, haber demostrado a otros y a sí mismo tener capacidades para operar adecuadamente – y eventualmente incluso destacar- en varios o todos esos dominios -generando por esa vía autoconfianza- y, sin embargo, mantener una sensación interna de inseguridad. Esa brecha entre el juicio de ser capaz de actuar eficazmente y la sensación interna de incapacidad, creo yo, es fuente de sufrimiento para muchos adultos “exitosos” que se sienten empujados a esforzarse cada vez más en el terreno de la acción – ya sea empresarial, política, académica u otra- como intento estéril de cerrar dicha brecha.

Pienso que la base de este drama es la baja autoestima, que surge de una educación no centrada en la aceptación sino en la exigencia, no centrada en el amor y en el juego en el presente sino en la preparación para el futuro. Allí surge la autoexigencia, como una inagotable y cansadora competencia de por vida consigo mismo, en la cual el acento no está en lo que se ha logrado sino en lo que aún queda por lograr. Este cuadro, que veo con mucha frecuencia en Chile, se agrava cuando la educación, como ocurría en mis tiempos de niño, en los 50 y en los 60,  y como ocurre mucho todavía, busca una temprana autorregulación de los niños en el proceso de prepararse para el futuro.

 

HM     Concuerdo contigo plenamente. La autorregulación implica exigencia y expectativa, y la expectativa es siempre una exigencia que viene de otro o de uno mismo. Cuando uno entrega al niño la responsabilidad del control de sí mismo, le hace una exigencia terrible  porque le impone una referencia externa para su conducta.

Lo que sí es importante es entregar a los niños autonomía, es decir entregarles los medios y las circunstancias como para que puedan actuar desde sí,  viendo y entendiendo lo que quieren, no controlando.  Los niños aprenden  a ver, a oír, a oler, a tocar, con su papá, con su mamá, con sus hermanos, con sus profesores, y al ser autónomos ellos mismos son el referente para lo adecuado y lo no adecuado de su conducta.  Las exigencias y las expectativas son negadoras de la autonomía, porque en ellas uno se hace dependiente del juicio del otro sobre qué es lo que uno tiene que hacer  en la satisfacción de la expectativa del otro.

Quisiera insistir un poco en este tema de la estima.  La estima es una valoración de algo con una justificación externa a uno, esto es, la estima es un juicio. En estas circunstancias, la autoestima es una valoración de sí mismo con un criterio externo a uno, es un juicio sobre sí mismo. El respeto por si mismo o el autorespeto no es un juicio sino que es la emoción desde la cual uno se mueve sin cuestionar la propia legitimidad y sin sentir que debe justificarse en su conducta frente a otros porque no se objeta a sí mismo.

El bienestar es algo distinto. El bienestar es la sensación de estar en coherencia con las circunstancias.  El buen vivir no es otra cosa que el estar bien.  El bienestar no tiene que ver con que tengamos automóviles de último modelo, o que tengamos esto o aquello. El “bien estar” tiene  que ver con estar confortable con la circunstancia que se vive. Lo que no hay que olvidar es que ya sea en el “bien estar” o en el “mal estar”, configuramos el mundo que vivimos con nuestras conductas conscientes e inconscientes.  El bienestar lo hacemos siguiendo el camino de la conservación del estar bien y  en el malestar seguimos un curso que cambia las circunstancias del estar mal.  En cualquier caso somos agentes de cambio consciente e inconsciente del mundo en que vivimos.

En este generar mundos los seres humanos hemos cambiado tanto el mundo natural que lo estamos llevando a su destrucción. A veces digo que se acabó la biosfera, y que ahora vivimos en una homósfera, y que en nuestra ceguera ante esto estamos destruyendo nuestro entorno y transformándolo de una manera que va a hacer que nuestro vivir sea imposible.  Si no cuidamos el bosque, el bosque va a desaparecer cortado, porque cuidar el bosque  consiste precisamente en no cortarlo. Cuidar el entorno consiste precisamente en no contaminarlo. Ahora, el bosque, el agua limpia, el aire limpio, los espacios ecológicos satisfactorios para el vivir  humano y de otros seres vivos ya no tienen la autonomía de la biosfera pues ahora pertenecen a la homósfera.  El buen vivir consiste en estar en armonía con la circunstancia donde lo humano es posible, donde lo natural es parte del buen vivir humano. Pero para conservar ese buen vivir tenemos que respetarnos a nosotros mismos y respetar, por lo tanto, nuestra responsabilidad en la generación y conservación del buen vivir, como un espacio de ecología humana en armonía con todos los otros seres vivos.

 

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CV      ¿Qué te parece que nos hagamos cargo, desde ahí, de la pregunta sobre el aula ideal de enseñanza básica?. Qué características sugeriríamos nosotros que sería conveniente que tuviera. Qué pensamos sobre la posibilidad de garantizar un conjunto de contextos, mas allá del aula, que favorezcan la configuración de este ser humano que por lo menos nosotros dos soñamos y que yo creo que muchos sueñan.  Un ser humano respetuoso de sí, de los otros y del entorno. Quisiera traer a colación, para que las comentemos, algunas reflexiones de John Gatto, profesor de una modesta escuela en Manhatan que ganó el Premio al Mejor Profesor del Año de Nueva York allá por 1995, que me parecen extraordinariamente reveladoras y preocupantes. Dice Gatto, entre otras muchas interesantes cosas:

 

 

Cabe señalar que estas impactante afirmaciones, que igualan la escuela a una cárcel y la educación a la tortura, no vienen de un revolucionario sino más bien de un conservador que fue candidato a senador por el Partido Republicano en Estados Unidos.

 

HM     Pienso que cualquier contexto educacional puede ser una cárcel.  Puede ser la cárcel en la familia, puede ser la cárcel en el aula, puede ser la cárcel en la universidad, si se vive en la exigencia, la desconfianza y el control. Sólo si la familia, el aula, o cualquier contexto educacional se vive en el mutuo respeto, esos lugares no son una cárcel. En cualquier caso, el que la familia o el aula sean o no una cárcel depende de la actitud de los adultos con los cuales los niños viven, no de ellos.  Los niños requieren la compañía  de adultos para llegar a ser  adultos, por ello buscan adultos que los acojan, que les muestren las dimensiones de un mundo deseable, adultos que les abran un espacio acogedor en donde ellos no desaparezcan en la relación, sino que surjan en la autonomía.

El hogar, si no hay conflictos o pobreza extrema,  ofrece todas las dimensiones operacionales que el niño o niña necesita para integrarse a una comunidad humana democrática.  El colegio, la escuela, el instituto o la universidad son  lugares que debieran ofrecer esas mismas condiciones.  Si así fuese,  los niños y niñas aprenderían los quehaceres fundamentales de su vida adulta  en ese espacio relacional también, en el respeto por sí mismos que les permitirá ser ciudadanos democráticos, responsables y felices. Pero no basta aprender quehaceres para vivir en el mutuo respeto. El mutuo respeto se aprende viviendo en el mutuo respeto, y esto se aprende viviendo así en todas partes, pero primariamente en la infancia, en la casa, la escuela y la calle.

El colegio ofrece dimensiones relacionales que el hogar no tiene pues actualmente es más mundo que el hogar. Las dimensiones del mundo del hogar o de la casa de uno están dadas desde luego por los padres, pero están dadas también por los vecinos si están cercanos o son accesibles, y, ahora, por la televisión o por la radio.  Aún así el colegio es más mundo.  Hay más niños, hay más adultos, hay más espacios – laboratorios, bibliotecas, etc.- y hay otros aspectos fundamentales de la vida ciudadana que sólo son accesibles desde allí.  Pero el que el colegio sea o no una cárcel para los niños dependerá de los adultos que lo constituyan.  La solución no está en reemplazar a los adultos por máquinas.

En estos momentos uno puede pensar que la Internet puede reemplazar la biblioteca, puede reemplazar a los museos.  No sé si lo hace, pero  la relación con adultos que los niños respetan no es reemplazable en la formación humana porque el contacto corporal humano multidimensional que constituye el convivir humano no es reemplazable.

CV      Mi propuesta es que la clave de cualquier contexto educacional, para pequeños, adolescentes o mayores es que contenga aceptación del educando y que, simultáneamente, genere “quiebres” gatillantes, perturbaciones, circunstancias, que amplíen el espacio, el mundo y por lo tanto, incrementen la capacidad de actuar en congruencia con distintos mundos, distintas circunstancias.  Y en ese contexto, condición “sine qua non” del profesor, educador, facilitador, entrenador o como quiera que se llame, es estar él educado para la aceptación del otro, aún respetando la diferencia que existe entre el que sabe de un cierto dominio y el que no sabe en ese dominio.  Esto es congruente con el planteamiento que tú formulabas sobre este centro de formación de educadores o de reconversión o transformación de educadores, para hacerlos más aceptativos, en un proceso continuo de transformación de sí mismos.

Ahora, eso nos lleva a  la concepción del hombre que tú propones y que, a mi juicio, facilita la instalación de la emoción de la aceptación en el centro del operar de los seres humanos.  En la tradición interpretativa a que me he referido aquí como “metafísica racionalista”, en la cual las cosas son de una cierta manera, con independencia del observador, y donde los seres humanos son vistos siendo de una cierta manera con independencia del observador, lo más lejos que podemos llegar, como tú bien lo has señalado, es a la tolerancia.  Para llegar a la aceptación hay que hacer un giro epistemológico.

 

HM     Ciertamente. Pero no propongo un ser humano nuevo sino que quiero recuperar el  que de hecho somos en cuerpo y espíritu, para quienes el amor es el fundamento de la autonomía y la convivencia social.

 

CV      Para ello hay que renunciar, sin embargo, a la pretensión de que yo veo con mis ojos y escucho con mis oídos.

 

HM     Y hay que abandonar la creencia de que veo lo que está ahí con independencia de mí.  Hay que renunciar a eso.

Pero, renunciar a eso sin entender desde donde se renuncia genera temor. Creo que ese giro epistemológico es fundamental pero hay que hacerlo con una mirada sobre los fundamentos desde los cuales uno hace el giro epistemológico. Es para hacer ese giro epistemológico, o para recuperar esa mirada que necesitamos el Centro de Formación Humana para profesores de que hemos hablado, de modo que ellos puedan hacer o conservar ese giro epistemológico con plena comprensión de  por qué es así y puedan conducirse con sus alumnos de modo que la nueva mirada aparezca en ellos de un modo natural,  porque entienden  sus fundamentos.  Si eso pasa, la formación de estos niños y niñas como adultos con las características que implica ese giro epistemológico, va a ser la forma normal y natural de ser en la colaboración y el mutuo respeto que es la necesaria para una convivencia democrática.

El gran enemigo de la convivencia democrática está en que algunos de nosotros piense que ve más que el otro acerca de cómo son las cosas en sí y no esté dispuesto a la reflexión.  Por eso digo a veces, el enemigo de la reflexión es el saber.  Si yo sé, no miro, porque ya sé.  La convivencia democrática exige que yo esté siempre dispuesto a mirar, a reflexionar, y por lo tanto, a no  apropiarme del saber.  Al mismo tiempo, como en la democracia se está dispuesto en el mutuo respeto, se está dispuesto a mirar los fundamentos desde donde se afirma lo que se afirma.  El saber en la democracia no es ver las cosas en sí, sino que conocer los fundamentos desde donde uno afirma que algo es y estar dispuesto a mostrarlo.  O sea, la reflexión.  Y lo central en la reflexión es soltar las certidumbres para mirar y hacerse cargo de  que uno ve lo que ve desde su hacer, sin pretender que lo que uno ve es independiente de  lo que uno hace; o, lo que es lo mismo, la democracia es estar abierto a la reflexión que abre un espacio para ver los fundamentos desde donde uno afirma lo que afirma.

La emoción que funda la democracia es el amor.

 

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