Conversación originaria Por Juan (cho) José Barreto González

 

Un pueblo sin historia no puede existir, se construiría sin primer piso como lo aseveró alguna vez Briceño-Iragorry. Estamos hechos en el aire y nos cuesta responder a la interrogante ¿Quiénes somos? No hay mejor manera de trabajar la memoria sino a través de las manos y el lenguaje. Hacer la cultura es decirla. El maestro Isidoro Requena, mi amigo además, me escribe desde su prístina mirada a la última Mudanza “Aborigen Trujillano”. Sus palabras: “Juancho hermano. Tu última mudanza ha removido subsuelos. Me confirma en un oficio. Si tú eres un aborigen trujillano -tras tantos aborígenes trujillanos-, por qué yo no puedo ser un campesino español pobre -tras tantos campesinos españoles pobres venidos-. Si ser trujillano es ser depositario-buceador de memorias, sigamos pidiendo permiso para balbucir palabras pertenecientes a la conversación originaria”. Bucear, mover las manos para llegar a ciertas sensibilidades nuestras, para traerlas al viento de los bucares. Ir adentro de la casa-montaña-pueblo para escuchar “las hoscas conversaciones” de las que nos habla bastante Ramón Palomares.

La historia profunda es este buceo que ojea las piedras-símbolos-ciudades para hojearlas en el lenguaje. Balbucir la memoria, ponerla en la boca que habla y canta. Sin este libro viviente desde lo originario para el balance de las coordenadas culturales que nos cruzan de cabo a rabo, sin esta orfebrería de nuestra lengua plural, sin esta tierra que habla por los cuatro costados quedamos dando tumbos.

En un encuentro con niños y maestros de la Escuela “Tobías Valera Martínez” hablamos de dos cosas: Hacer un cuaderno con nuestras palabras y sus significados. Nuestros nombres. Una palabra por día o por semana, un sentido-símbolo de lo que somos como geografía cultural. El nombre de un pueblo, un personaje o un árbol. Los nombres de la casa y sus alrededores, de la escuela, de los amigos. Apropiarnos de las palabras que usamos en la cotidianidad, quererlas, ponerlas en la memoria del corazón y de los ojos. Bucearlas, comenzar a balbucir.

La otra idea es tener una biblioteca, cuatrocientos libros, cien de trujillanos, otros cien de venezolanos, más cien de latinoamericanos y cien más del mundo. Comenzar por uno, comenzar a leer, epa Isidoro, “la sabiduría milenaria” de los aborígenes trabajadores del lenguaje, de aquí y allá, de todos lados. Antes de escribir esta mudanza, le ayudaba a mi pequeña hija a hacer una “pancarta” sobre la amistad. Entonces recordamos a José Martí: “Cultivo una rosa blanca/ en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca./ Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo/ cardo ni ortiga cultivo;/ cultivo la rosa blanca”.

 

inyoinyo@gmail.com

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