José Rojas
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¿Quién acusará a los escogidos de Dios? (Romanos 8:33)
¡Satanás grita, «¡Mira el pecado de José!» pero Dios dice, «¿Qué pecado? Todo lo que veo es Mi Hijo.» A veces tengo que recordarme a mí mismo: no hay ninguna condena para aquellos de nosotros que estamos en Cristo Jesús – aún para mí. Déjeme repetirlo una vez más porque es una gran noticia: no hay ninguna condena para aquellos de nosotros que estamos en Cristo Jesús. Punto. Final de la discusión.
Usted podría decir, «Si usted cree que esto es verdad, entonces ¿por qué dobla sus rodillas en la mañana confesando el pecado?», buena pregunta. Existe una gigantesca diferencia entre convicción y condena. La convicción es un trabajo del Espíritu Santo y lleva a la confesión. Se demuestra cuando oro, «Señor, gracias por revelarme este pecado. Ahora me doy cuenta que estaba equivocado. Estoy de acuerdo contigo. Te agradezco tu perdón en Cristo Jesús.» La convicción acompañada por la confesión nos respalda y profundiza en nuestra relación con el Señor.
A la inversa, la condena nos lleva más lejos. Es cuando decimos, «No tengo valor. Nunca acertaré en nada. Siempre elijo el camino incorrecto. ¿Qué pasa conmigo? No puedo orar y no hay seguramente ninguna razón para ir a la iglesia.» El único seleccionado para condenación delante de Dios es Satanás. Él es nuestro acusador, y si le escuchamos, vamos a la deriva, más lejos de Dios. El pecado no admitido así se convierte en una cuña entre nosotros y Dios.
Permítame hacerle esta pregunta: ¿a quien escuchará usted? ¿La convicción del Espíritu Santo o la condena de Satanás? Y una mejor pregunta: ¿Cómo responderá usted?
Sabemos quién es el seleccionado por Dios para condenación. Aún cuando lo conocemos bien, a veces sus mentiras nos sacan del camino. ¿Está usted fuera del camino ahora mismo? ¿Está disfrutando usted de las ventajas de su salvación o las acusaciones de Satanás han ganado lo mejor de usted? No es demasiado tarde. Permita en oración que el Espíritu Santo le declare y defina la naturaleza de su pecado; confiese en humildad, arrepiéntase, y ponga su pecado a los pies de la Cruz; entonces con júbilo acepte la gracia de Dios, Su misericordia, y el perdón.
Fuente Liga del Testamento