Consultorio para el alma: Jesucristo, el gran gol del empate social

Roberth Neill

 

Pienso que el problema fundamental de la gente que sufre de los pecados gemelos del orgullo y la vanidad es que ellos creen que lo que tienen es fruto de sus propios trabajos y no una bendición de Dios. Deuteronomio 8:11-18, identifica todo esto como una condición demasiado familiar: “«Cuídate de no olvidarte de Jehová, tu Dios, para cumplir los mandamientos, decretos y estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, edifiques buenas casas y las habites, cuando tus vacas y tus ovejas aumenten, la plata y el oro se te multipliquen y todo lo que tengas se acreciente, se ensoberbezca tu corazón y te olvides de Jehová, tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes venenosas y de escorpiones; que en una tierra de sed y sin agua te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien, y digas en tu corazón»” “Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”; sino acuérdate de Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder para adquirir las riquezas”.

Déjeme hacer una pregunta: ¿Si un niño nace con la genética para crecer a 6 pies con 6 pulgadas, correr 40 yardas en 4.3 segundos, y con gran densidad ósea y masa muscular natural?, ¿le hace mejor que otro muchacho nacido con los genes para alcanzar sólo una altura de 5 pies 8 pulgadas, descoordinación física general, y con una tendencia de acumular grasa corporal antes que músculo? Por supuesto que no. Esto simplemente hace al primer muchacho un mejor candidato para jugar al fútbol. Entonces ¿de dónde viene todo este orgullo y vanidad, si algunas personas simplemente nacen con mayor talento natural o capacidad física que el otro?

Si entrevistáramos a una persona rica (o quizás un atleta profesional), ellos podrían decirnos que su éxito era debido a lo que ellos hicieron con su talento natural. El éxito que nos dicen incluye la disciplina, empuje, determinación, enfoque, y el deseo. Un poco de esto es verdad. Todo lo que tenemos que hacer es mirar alrededor y veremos cientos de ejemplos de personas que malgastaron su capacidad natural dada por Dios. ¿Pero debería el éxito tan solo ser una fuente de orgullo o vanidad? ¿Cuál es la perspectiva de Dios? 1 Samuel 2:3: “No multipliquéis las palabras de orgullo y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca, porque Jehová es el Dios que todo lo sabe y a él le toca pesar las acciones”. Proverbios 16:18: “Antes del quebranto está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu”. 1 Peter 5:5b: y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes».

Durante mi último viaje de misión médico/evangélica a Nepal un hombre agarró mi mano y con lágrimas en sus ojos, se inclinó y me agradeció (y a los otros americanos), por venir a su pueblo con medicinas. Le dije que era el amor de Dios lo que nos trajo. Él preguntó como nuestro Dios podría amar a un hombre simple como él que trabajó en los campos. Le dije, “Dios dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. “¿incluso yo un hombre pobre con nada para ofrecer?” él preguntó. “Tanto para usted como para mí” contesté. Entonces, expliqué, “Jesús es el gran gol del empate social. Venimos a Él por el mismo camino – manos vacías, en esclavos del pecado, y destinados a la tumba. Sólo Él nos libera. Solo Él salva. No hay ninguna diferencia entre usted y yo, americano o nepalés, ante los ojos de Dios somos todos pecadores” “El hombre nepalés aceptó a Jesús ese día”.

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