Por: José Rojas
«Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de víboras hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura.» Romanos 3:
Me llamó la atención una partida de domino, la tarde del domingo que jugaban los vecinos de la cuadra. No pasó mucho tiempo antes de que uno de ellos hiciera una mala jugada y como resultado su vale, golpeó la mesa disgustado y obstinado en cólera. No fue sólo una palabra obscena, que se dejó oír en el lugar sino la letanía de blasfemias que habría espantando a cualquiera.
Poco a poco volvió la “normalidad “a la partida, y se cruza en mi mente, «el alma es como una esponja, cuando es apretada, lo que haya en ella, sale.» Piense en esto por unos minutos.
Yo no sé usted, pero yo trato y me mantengo bastante bajo control la mayor parte del tiempo. Tan bien que de hecho a veces pienso que soy una «persona buena» y relativamente libre de pecado. Eso es hasta que me empujan (o me exprimen) – por un acontecimiento o la secuencia correcta de acontecimientos – cuando sin advertirlo, un pensamiento inadecuado salta sin quererlo en mi cabeza o una palabra impropia escapa de mi boca. Siempre pienso en la frase apuntalada sobre el alma – yo sé sin duda que soy un pecador y desesperadamente necesito a Jesús.
Esto es de lo que Pablo está hablando en nuestro pasaje de hoy cuando él menciona estos pasajes del Antiguo testamento: «Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de víboras hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura.» Él no está hablando de algún jugador maleducado en el campo del domino – él está hablando de usted y de mí.
Dejémonos de fingimientos – no importa cuán bueno pensemos que somos, todos somos pecadores – como nos dice Pablo, nuestras gargantas, lenguas, labios, y bocas nos condenan. Incluso si nadie lo oyó, ¿qué palabras ha dicho usted o ha pensado que necesitan ser perdonadas? Pregúntele a Jesús, Su sacrificio cubre todas nuestras injusticias.
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