El investigador Michael Irwin Norton (nac. 1975), Profesor de Administración de Empresas en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, y su equipo, realizaron un estudio y encontraron que cuanto más se conoce a una persona es más probable que disminuya una apreciación favorable (1). Aunque tal disminución no necesariamente ocurre en todos los casos, la interpretación es que al principio se conocen las facetas positivas, pero a medida que se profundiza el conocimiento se pueden detectar aspectos desagradables. En efecto, algo muy bien sabido es que personas que tienen una imagen pública muy buena, frecuentemente no la tienen ante las personas que las han conocido bien de manera íntima.
Esto es muy frecuente en el caso de hombres y mujeres que se conocen por internet y se forjan ilusiones, pero cuando se conocen personalmente se desengañan. Asimismo es frecuente en el caso de noviazgos o matrimonios que comienzan muy bien, pero al cabo de un tiempo se deteriora la relación y el hombre puede preguntarse: ¿Cómo pude enamorarme de esa mujer?, y la mujer puede preguntarse lo mismo respecto al hombre.
Por otra parte, algo muy frecuente es que personas que aparentemente son muy confiables y discretas, en realidad no lo son. El gran filósofo estoico romano Lucio Anneo Séneca (4 A. de C.-65) tenía un discípulo llamado Lucilio a quien dirigía epístolas aconsejándole sobre muy diversos temas. En una de las cartas le advierte que no confíe sus secretos a nadie, no siquiera a las personas de su más completa confianza, porque esos secretos pueden terminar siendo ampliamente divulgados. Séneca le dice: “Nadie se guarda las cosas que escucha, y nadie repetirá con exactitud lo que oye sin agregarle otras cosas que no escuchó. Tampoco alguien que no cumple con guardarse una información que le han dado, se inhibe de decir el nombre de la persona que se lo dijo. Toda persona sin excepción trata a alguien a quien le confía todo lo que le han contado a ella en confianza. Aun suponiendo que una persona controle su lengua y solamente le confíe una información a una sola persona, creará un grupo grande de personas que oirán la información – De esa manera, lo que al principio era un secreto se convierte en un rumor muy divulgado” (Carta número 105).
Quizás Séneca exagera cuando aconseja no confiar en nadie, porque en algunas amistades tenemos que confiar, pero su advertencia tiene una faceta saludable: No hay que contar a la ligera las informaciones más delicadas.
Por otro lado, las investigaciones en psicología desde los años 1990 han evidenciado que una persona manifiesta una personalidad que puede ser diferente según la persona que trate en su vida cotidiana, y eso ocasiona que sea muy difícil conocerla de verdad (2). Toda persona tiene defectos. El novelista francés André Malraux (1901-1976) en una ocasión conoció a un anciano sacerdote católico, que tenía una gran experiencia como confesor. Entonces Malraux le preguntó: “Padre, dígame qué ha descubierto en toda esta vida de confesor, qué le ha enseñado esta larga intimidad con el secreto de las almas…”. El anciano sacerdote reflexionó unos instantes y le respondió: “Le diré dos cosas. La primera, que la gente es mucho más desdichada de lo que creemos. La segunda, que no hay grandes personas” (3). Precisamente el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) diferenciaba en todo ser humano entre lo que llamaba “la persona” y lo que llamaba “lo oculto”. La “persona” es la máscara aceptada e impuesta por la sociedad. Pero debajo de esa máscara se desenvuelve el verdadero ego. La existencia de tal máscara es una necesidad social, pero según Jung, la contraparte de esa faceta de la personalidad aceptada y expuesta, es el “yo oculto”, que consiste en el conjunto reprimido de emociones, deseos y actitudes que a veces afloran en los sueños o en la vida real en forma desagradable y hostil. Por eso, la única manera de saber cómo es realmente una persona es conocerla a fondo. El filósofo inglés Bertrand Russell (1872-1970) en su obra titulada: ‘La Conquista de la Felicidad’ (1930) plantea que todos esperamos que los demás piensen sobre nosotros mejor de lo que nosotros pensamos sobre ellos y dice: “Si todos tuviéramos el poder mágico de leer las mentes unos a los otros, yo creo que el primer efecto sería que casi todas las amistades se romperían. El segundo efecto, sin embargo, podría ser excelente, porque un mundo sin amigos sería intolerable, y todos aprenderíamos a agradarnos con los amigos sin olvidarnos de que no somos perfectos. Sabemos que nuestros amigos tienen sus defectos, y no obstante, son personas que nos agradan a pesar de sus defectos” (Cap. 8). El filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677) en su obra póstuma: ‘Tratado Político’ dice: “Yo me he esforzado mucho para no ridiculizar, no lamentar ni execrar las acciones humanas, sino comprenderlas” (Cap. I, Introducción, Sección 4).
Podemos concluir que mientras los defectos no sean graves debemos ser como Spinoza y comprender y tolerar a los amigos. Pero cuando sean defectos intolerables debemos alejarnos. NOTAS: (1) Michael I. Norton, Jeana H. Frost and Dan Ariely (2007) ‘Less is more: The lure of ambiguity, or why familiarity breeds contempt’. Journal of Personality and Social Psychology, Vol. 92 (1), 97-105. (2) Pags 135-137 en Steven R. Quartz and Terrence J. Sejnowski (2002) ‘Liars, Lovers and Heroes’. HarperCollins. New York. (3) Pag. 22 en André Comte-Sponville (2001) ‘La Felicidad. Desesperadamente’. Edit. Paidós. Barcelona.
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