No escribo para favorecer a ningún lado, vuelo cómo el pájaro para mirar desde arriba o como el ratón, desde los más oscuros cañaverales. Arriba y abajo aprendo de la sabiduría de las personas, de sus más terribles angustias y desamparos. Entre una muchedumbre agitada, guardo silencio para escuchar sus más secretas palpitaciones. Escribo para acercarme con el oído pegado a la piel agitada del mundo, recuperar memorias olvidadas o por olvidarse. Toco las palabras con mis manos y algo se mueve. Escribo mirando alrededor desde mi mismo. Trato de que mi yo sea pájaro y ratón.
En ese vuelo me encuentro con la tragedia de una sociedad escindida, atolondrada. Cierto, eso es la sociedad, una Alondra con vuelo herido. Derrumbada, sin rumbo. Golpes gigantescos e invisibles a sus alas les han herido en el trecho de su cotidianidad, de su cultura y le han vuelto demente e incapaz para la trascendencia. Unos hombrecillos con sus dagas la desangran, herederos inverosímiles de los conquistadores antiguos, infectan el aire con sus odios. Nos han dividido para poder dominarnos mientras juegan con el destino de los pueblos, esas alas escindidas y desesperadas mientras los hombrecillos prometen curar las heridas con remedios mentirosos e inexistentes.
Esto es un atolondramiento masivo. De él no se sale porque el gobierno cambie o venga un dios rubio a salvarnos de todos los males. No se resolverá con magistrales fórmulas televisadas. Los pájaros no tendrán nada que hacer mientras el mundo se ha vuelto una angustia constante metida en los escombros de los caminos. El pájaro deberá convertirse en ratón con memoria de pájaro. Desde abajo, desde abajo intentar volar desdiciendo su naturaleza, superando la cultura de los roedores y redescubrir los puntos cardinales de la memoria volantina del infinito.
Este es el cuento escrito por el poeta pájaro, y al bajar al barrial no pierde el recuerdo de sus alas azules. Los venezolanos, hijos de América debemos reinventar la hermandad atolondrada por los dueños de los puñales hirientes. Dejar las armas a un lado de las paredes, conversar seriamente mirándonos a los ojos sin la mala intención de los estúpidos hombrecillos. Esta guerra entre nosotros, este todos contra todos, esta sociedad mercader y este gobierno incapaz son resultado de un largo proceso de incomunicaciones y trabas espirituales imposibles de desmontar si no comprendemos la magnitud de lo que nos pasa. El pájaro y el ratón se sentaron a conversar. Las palabras fluyen como ríos recién nacidos en medio de una antiquísima montaña llamada vida.