Con uniforme blanco algo gastado, tapabocas roído por el mucho uso, una bolsa en la mano para guardar la taza donde echaron la arepa que les hace aguantar la guardia hasta el regreso a casa, retorno que se hace entre caminatas y esperas. Así vuelven, con temor pensando en la familia, porque ayer cuando salieron todos quedaron rezando y pidiéndole que no asistieran al hospital.
Es la historia de tres enfermeros del hospital central de San Cristóbal, común a la de los enfermeros de Venezuela, quienes siguen laborando con casi todo en contra, pero confesos que la fuerza del amor es su motor.
Su familia les pide que no vuelvan al trabajo, ellos se revelan, aseguran que no pueden dejar solos sus pacientes, a pesar que movilizarse les cuesta más que lo que ganan al mes por su trabajo, un salario que apenas llega a cuatro dólares.
“Le pido a Dios y a la Virgen Santísima nos cuide”
Raquel Ramírez tiene 32 años como enfermera en el hospital central de San Cristóbal, “con mucho amor y cariño, pero estoy viviendo intensamente esta situación que estamos pasando y sentimos temor, muchísimo temor. No se olviden que tenemos familia”.
– ¿Qué le dice su familia cuando se viene al hospital?
-“Tengo dos hijas y mis hijas me piden encarecidamente que me vaya, que no regrese al hospital. Que ya di lo que tenía que dar. ¿Pero saben qué? siento que todavía puedo ayudar a mi gente. Sé que hay mucha gente necesitada de mis servicios, de mis conocimientos. Pero el miedo mayor lo siento al llegar a la casa. Llego a quitarme el uniforme y temo pensar que puedo llevar un contagio, porque tengo a mis padres que son de tercera edad y que también los tengo que cuidar, pero a nosotros no nos cuidan”.
– “A mi desde que comenzó la pandemia no me han dado un solo tapabocas. Todos los he conseguido, los compro o la gente me los regala. Pero el hospital no me ha dado uno. Yo traigo el jabón de lavarme las manos, el cloro y el desinfectante si quiero tener mi servicio limpio. Yo trabajo sola en el área de pediatría y a veces no tenemos ni agua en las noches, que es mi horario”.
Hay muchos días que Raquel se levanta y dice que no irá al hospital. “Pero le pido a Dios y a la Virgen santísima que nos cuide porque no tenemos de otra. No tenemos más protección triste y lamentablemente. Pero si me vengo. No es que soy indispensable, ¿pero sabe qué es triste? anoche yo tenía 15 niños en el servicio y no había quién cuidase esos niños, estaban solos con sus mamitas. Sé que me estoy exponiendo y no soy héroe, no soy héroe, simplemente es mi profesión y la amo y seguiré ejerciéndola hasta que Dios me de fuerzas”.
A pesar de sus hijos: “seguiré viniendo, es por amor”
Damar Franco, no es solo una enfermera devota, ella viaja horas desde su municipio Capacho para llegar al hospital a trabajar, pero también para apoyar a sus compañeros cuando de pedir beneficios básicos para seguir trabajando se trata. Ella es de las generaciones intermedias de enfermeros. Franco hace otras actividades para atender sus demandas personales de alimento y vida, más no deja solo a sus pacientes un día. Jamás ha faltado a su trabajo y cuando se enferma se calma y aparece con su impecable uniforme blanco en el hospital central de San Cristóbal.
Este mes cumple 11 años en servicio en el hospital de San Cristóbal: “Es el momento más difícil que he enfrentado como profesional y como persona en mis 37 años de edad, nunca había pensado en pasar por todo esto”.
– ¿Es muy difícil llegar desde Capacho hasta el hospital en San Cristóbal, cómo se moviliza?
– “Si, es difícil, uno tiene miedo por la inseguridad de trasladarse desde Capacho hasta aquí. Yo poseo carro, pero es difícil surtir gasolina, me lo permiten cada 15 o 20 días, así que la debo ahorrar y utilizo la ruta del hospital, pero lo difícil es retornar a la casa porque la ruta es para el personal que está cubriendo 12 horas, los que cubrimos 6 horas no tenemos retorno. Hay que enfrentarse a la inseguridad, a la soledad de las calles y siempre salen personas a aprovecharse de los que salimos a trabajar”.
Damar también relata la inexplicable y poca colaboración que da parte de la población al personal de salud: “La gente es muy insensible y por vernos uniformados no nos dejan subir a la camioneta, me pasó hace días. La gente no me quería dejar subir a la camioneta de la línea Capacho, era cerca de 1:30 de la tarde, era semana de restricción, era la última buseta y la gente no quería dejarme subir, le pedí a un policía colaboración y me dijo que resolviera como pudiera. La gente no valora el sacrificio que nosotros hacemos y muchos creen que lo que estamos viviendo es mentira”.
Damar sabe que está exponiendo su vida porque su trabajo es en un hospital, “Nosotros estamos aquí exponiéndonos. Somos nosotros, y yo veo las declaraciones de políticos que se llenan la boca diciendo que son quienes están luchando contra el virus. Eso es mentira, los que estamos luchando contra el virus somos los médicos, los enfermeros, los camilleros y todo el personal que está asistiendo a un hospital”.
Para esta joven profesional de salud, la prueba más evidente de que están luchando casi solos en el Táchira y Venezuela contra covid10, es que tienen casi 4 meses con la pandemia y ella no ha recibido ni un tapabocas de dotación. “Un tapabocas debe cambiarse cada tres o cuatro horas, y dígame con este sueldo nosotros no podemos cubrir siquiera un tapabocas. Y no solo es un tapabocas, tenemos que cubrirnos el cabello, la manos y la única bioseguridad que nos da el hospital es un poquito de cloro que nos rocían al entrar, eso es todo”.
– “Es difícil ser la enfermera de la familia. Es difícil porque en esta situación a pesar de que uno trata de cuidarse lo más posible, la familia siente el temor. Los hijos -y se interrumpe en sollozo- Los hijos temen que uno llegue y les pueda llevar ese virus a la casa”.
– ¿A pesar de sus hijos y el miedo seguirá viniendo a trabajar si las cosas se ponen peor?
-“Si. Porque lo que nosotros hacemos es por amor”.
Antes de salir de su casa Franco pide a Dios que la cubra y proteja: “Venimos rezando y pidiendo a Dios que aleje ese virus y que cuide a todos los que estamos aquí, porque si nos enfermamos también sufrimos y tenemos que aguantar. Venimos con sacrificio y para llegar aquí hay que caminar y pasar muchas cosas. Yo por ejemplo nunca he faltado en 11 años de trabajo, para no dejar mi servicio solo”.
A Damar Franco también le preocupa el deterioro que viene sufriendo su casa grande, el hospital, asegura que se quema un bombillo y así se queda, “a nadie le importa. Muchos familiares de pacientes también deterioran, no cuidan. Le pido a la sociedad que colaboren, que tenga conciencia, porque el virus es real y muchos se burlan, andan sin tapabocas y hasta de nosotros que venimos 6,12 y 24 horas a trabajar se burlan y nos dicen que todos vamos a morir. Pero si le llega a suceder a un familiar no es fácil decir lo mismo”.
“Mamá me ruega que no vuelva, pero son mis pacientes”
Yorjan Yáñez, es de las nuevas generaciones, solo tiene dos años como profesional de enfermería y cuenta que vive la misma situación que todos los enfermeros del hospital central de San Cristóbal y del país. Está en un servicio muy complejo, Cuidados Intensivos de adultos de la emergencia del hospital Central de San Cristóbal.
“Es un momento muy crítico, es difícil estar trabajando con las uñas, porque no tenemos el material necesario para cumplir nuestra labor”. Yáñez relata que vive con su madre y sus abuelos, adultos mayores, y en cada salida suya con el uniforme blanco los miembros de su familia le ruegan que no vaya y quedan rezando cuando él se va.
“Si, es difícil salir de casa a trabajar. Mi mamá tiene mucho temor, mi abuela tiene más temor e igual mi papá. Ellos saben que el virus es tan poco confiable, no está y de repente eres un paciente positivo y uno piensa ¿qué va a venir de ahí en adelanta? Un aislamiento bien sea en casa o el hospital da temor, temor real”.
– ¿Su familia le ha pedido que abandone el trabajo o le apoyan que siga?
– “Mi mamá me dice que deje de asistir, que no vale la pena por ese sueldo tanto riesgo. Que además no me están dando los materiales para mi seguridad. Mamá me ruega y dice ¿que para qué vengo? Y yo le digo mamá son mis pacientes, son las personas que necesitan de nuestra atención y cuidado. ¿Si no vengo al hospital quién los atiende? Es vocación, es más que sueldo”.
-¿Cuántos tapabocas ha recibido durante estos meses de pandemia usted que trabaja en emergencia UCI?
– “El último tapabocas que recibí fue aproximadamente hace 7 días o más. Los tapabocas los tengo que comprar y gasto más en eso que lo que recibo en sueldo. Es así, pero lo que le digo, es vocación. No hay guantes, no hay gorros y bueno cada quien toma sus medidas de protección, traen su gel antibacterial, sus cosas. Ahorita nos están dotando jabón antibacterial y podemos hacer el lavado de manos, pero solo con eso no vamos a evitar la patología, porque qué hago yo lavándome las manos y trabajando sin un tapabocas”.
Judith Valderrama
@juditvalderrama