Por: Raisa Urribarri
Nunca una idea, como la de hurgar en los preceptos de la comunicación alternativa, me pareció más ajustada para el desafío que enfrenta el periodismo en esta época.
En un reciente foro sobre La desinformación en la era digital, un asunto que por su gravedad ocupa cada vez más espacios de discusión, uno de los panelistas, el periodista colombiano Carlos Serrano, quien trabaja desde Miami para el servicio público de radio y televisión del Reino Unido (BBC), sugirió que una manera de conjurar la desinformación era “acercarse a las audiencias”.
En ese momento pensé en las experiencias que han surgido en Venezuela como consecuencia de la política de hegemonía comunicacional impuesta por el gobierno. Me refiero a los casos de ElBusTV y, muy especialmente, al programa de formación de infociudadanos de El Pitazo.
El BusTV, que ganó una nominación en la categoría de innovación del Premio Gabriel García Márquez de este año, busca directamente a las audiencias en los autobuses de Caracas donde se mueve una población que, no es difícil deducir, difícilmente puede acceder a medios independientes por Internet en un país cuya conectividad decrece a diario.
El programa de infociudadanos de El Pitazo, un portal digital de noticias que ha sido bloqueado por el gobierno para los usuarios de Venezuela, busca formar competencias ciudadanas para la búsqueda, el tratamiento y la difusión de noticias de y en las comunidades más vulnerables, así como para verificar la información que circula en redes sociales.
En el año 2014, justamente cuando Venezuela acabada de padecer la primera gran y fuerte ola represiva del gobierno de Nicolás Maduro, gracias a la invitación del profesor Marcelino Bisbal, coordinador de los Postgrados en Comunicación Social de la UCAB, compartí con un grupo de colegas algunas ideas en torno a la recomposición del periodismo.
Me referí allí a varios asuntos, pero el que me sirve hoy para argumentar lo que vengo hilando, es este: Cuando se habla de innovación periodística, con uso o por efecto de las TIC, quisiera pensar que se trata de otras apuestas que impliquen más escucha ciudadana.
En aquel momento no existían ni El Pitazo ni El BusTV, por mencionar apenas dos de los medios que nacieron al calor de la censura que se impuso en dos períodos represivos clave (2014 y 2017), posteriores e la elección del presidente Nicolás Maduro. Otro ejemplo en esa búsqueda es Efecto Cocuyo, con su iniciativa Encuentros Cocuyos para dialogar con las audiencias.
El territorio periodístico estaba vacío. El gobierno lo había secado a través del cierre y la compra de medios, las restricciones para la compra de papel periódico, la extorsión fiscal y múltiples presiones sobre las líneas editoriales. Pero los periodistas estaban llenos. Llenos del compromiso con dos de los valores supremos del periodismo: la verdad y el servicio público.
La crisis venezolana ha sacado lo mejor de nuestro gremio convirtiendo a estos colegas, no solo en emprendedores de medios, sino en una muralla para la defensa de la democracia.
Cuando los periodistas auscultan con oído fino a la sociedad sacan de ella su savia. Y en ese trabajo, si es genuino, se transforman. Dejan de ser canal y abren paso a otras voces.
¿No es ese el corazón de la comunicación comunitaria, alternativa?
Volver la mirada a experiencias de comunicación comunitaria que marcaron una época en Latinoamérica, hurgar en sus pliegues, ricos en aprendizajes, podría ayudarnos ahora a navegar con éxito en las promisorias, pero también oscuras y turbulentas aguas de la digitalización.
Las posibilidades que nos ofrecen hoy las tecnologías (manejo de grandes volúmenes de datos, economía de recursos y difusión global de los mensajes, entre otras) no deberían obnubilarnos y dejar fuera lo esencial. Todas esas potencialidades, por el contrario, deberían ponerse al servicio de los ciudadanos. Ya estamos viendo que es posible.
¿Comunicación alternativa en la era digital? ¡Pues sí!