Por: Luis Hernández Contreras
El 2 de diciembre de 1956, Fidel Castro desembarcó con sus hombres en el extremo suroriental de Cuba y se internó en la Sierra Maestra. Desde México hizo la travesía en el yate Granma liderando el Movimiento “26 de Julio”. Al principio lo creyeron muerto. La mejor fe de vida se la proporcionó The New York Times, a través de varios reportajes suscritos por Herbert L. Matthews. La metrópoli se convirtió en el mejor epicentro para las actividades de los opositores a Fulgencio Batista, haciéndose común las manifestaciones frente a la sede de las Naciones Unidas. Los exiliados pedían “la libertad de los presos políticos a partir del 10 de marzo de 1952”, calificando a Cuba como la “Hungría del Caribe”.
Los estudiantes acentuaron su protesta. El 13 de marzo de 1957, un grupo de civiles atacó el Palacio Presidencial con Batista en su oficina. De un camión que simuló vararse en sus inmediaciones y de un autobús que se detuvo en la esquina, descendieron quienes dispararon contra la sede gubernamental durante una hora. Tropas oficiales repelieron la embestida quedando una treintena de muertos, entre ellos José Antonio Echeverría, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios y un exdiputado del Partido Auténtico. El despacho presidencial fue custodiado por un centenar de hombres y adentro estaba Batista, asido a una pistola calibre 45. El expresidente Carlos Prío Socarrás se deslindó de los hechos, advirtiéndose que el grupo de Fidel Castro marcaba distancia con el exmandatario. El gobierno proseguía en su empecinamiento de realizar las elecciones de noviembre de 1958, al tiempo que calificó a los caídos de ser “comunistas, mercenarios y adolescentes irresponsables”. Por llamarlos “procomunistas”, The New York Times cuestionó a Batista, inculpándolo de promover una “indigna acusación”. A las semanas, el sucesor de Echeverría sería abatido durante un allanamiento, y el siguiente en la junta estudiantil, debió refugiarse en la embajada mexicana. La Federación quedó en manos de una estudiante de Filosofía y Letras.
Nueva York sirvió a los planes de Fidel Castro. El 19 de mayo de 1957, la cadena televisiva CBS presentó un documental sobre el líder rebelde, mostrándose vistas de la Sierra Maestra. Fidel entró en las pantallas de los norteamericanos y su figura empezaba a convertirse en leyenda. A la ciudad de los rascacielos llegó Raúl Roa, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público de la Universidad de La Habana e impenitente fumador, para disertar en la Universidad de Columbia en la cátedra fomentada por el profesor Frank Tannembaum, reconocido latinoamericanista. Los representantes del Movimiento “26 de Julio” agradecieron frente al New York Times la labor del periodista Matthews, considerándolo como “el mejor amigo del pueblo de Cuba”. Como éste no estaba en Manhattan, un colega suyo recibió el gesto de gratitud. A la par de ello, Washington no se quedaba atrás. Frente a la Casa Blanca, se realizaron varios desfiles organizados por la gente del “26 de Julio”. Voces de Norteamérica se expresaban a favor de la causa revolucionaria de Castro y sus hermanas, residentes en México, anunciaban ir a Estados Unidos y así obtener fondos para la lucha. “Fidel”, como comenzó a ser llamado, fue transformándose en una personalidad mundial, máxime cuando la bandera de su organización fue izada en la Estatua de la Libertad, siendo retirada a la media hora por la policía.
El 20 de julio de 1957, un periódico de La Habana publicó un documento emitido por el “Frente Cívico Revolucionario” que pedía la renuncia de Batista y la designación de un sucesor. Fidel Castro, Raúl Chibás, hermano del inmolado Eduardo Chibás y Felipe Pazos, hijo de un expresidente del Banco Central, suscribían el texto. Por su lado, el exsenador Manuel Antonio Varona constituía con otro grupo el Frente Unido de la Oposición, solicitando a Batista deponer el mando para entregarlo al más antiguo magistrado de la Corte Suprema, como lo establecía la Constitución. La violencia no cesaba. Un joven profesor de 22 años de edad, Frank País, fue asesinado en Santiago, y todos los días estallaban unas treinta bombas y petardos en las seis provincias de la nación. Los sabotajes se expresaban en destrucción de carreteras, redes telefónicas y telegráficas, puentes, vías férreas, además de incendiar los cultivos de caña.
El gobierno fue sorprendido con un ataque a la base naval de Cienfuegos el 5 de septiembre de 1957 que dejó 75 muertos. Un exteniente de la Marina, José Dionisio San Román Toledo, comandó el asalto seguido por marineros partidarios de Fidel, incluyendo hijos de notables familias de esa región. Batista controló la situación y conmutó la pena de muerte de varios sentenciados, acusándose al ex presidente del Senado, Manuel Antonio De Varona de ser el autor intelectual de la insurrección. San Román fue detenido, torturado y asesinado, mientras que, De Varona, habría de pasar en pocos años, las horas más amargas de su vida.
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