Por: Luis Hernández Contreras
1956 fue un año de definiciones para la historia cubana. La violencia estudiantil no cesaba, sectores castrenses de rango medio se alzaban, el gobierno señalaba al expresidente Prío como instigador de los desórdenes, y Fidel Castro, líder del asalto al Cuartel Moncada, capturado por el gobierno de Batista y puesto en libertad por una fórmula de amnistía suscrita por éste, fue apresado en México donde residía. Conducía el movimiento “26 de Julio” y había recogido dinero en Estados Unidos y en la nación azteca. Como era amigo del dirigente sindical comunista Lázaro Peña, a quien Prío persiguió cuando fue ministro del Trabajo de Grau San Martín, se dijo que Fidel recibía órdenes de Moscú. Esta aprehensión motivó a Prío solicitar al presidente mexicano que no extraditara a Castro. Entre los presos estaba un militar español, Alberto Bayo, veterano de la Guerra Civil Española quien, en una hacienda, adiestraba en tácticas de guerra a los comprometidos. Un médico argentino, Ernesto Guevara Serna, también fue arrestado. Había sido expulsado de Guatemala en 1955, cuando cayó el gobierno izquierdista de Jacobo Arbenz. En la casa de Castro se encontró literatura marxista, pero éste aseguró que “la calumnia absurda de que somos comunistas es simplemente fantástica”.
Castro aprovechó el revuelo noticioso para atacar a Batista. Indicó que el Movimiento “26 de Julio” pretendía que “cada cubano pueda vivir de su trabajo honrado en la oficina, el taller o el campo, y erradicar para siempre los crímenes, las torturas y las miserias que ahora sufre bajo la dictadura de Batista”. Un juez federal decidió que los detenidos no podían ser deportados a Cuba y ordenó su excarcelación. Fueron liberados diecinueve, excepto Castro, Guevara y un cooperador. La policía insistía que Guevara y su esposa “han sido definitivamente identificados como miembros del Partido Comunista”.
A las cuatro semanas del arresto, Fidel Castro quedó libre. Tenía 29 años de edad y había sido acusado de dirigir “una escuela de revolucionarios” y de fraguar una insurrección para asesinar al presidente Batista. Volvió a negar sus vínculos con el comunismo y tendió puentes para suscribir con el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, José Antonio Echeverría, la “Carta de México”. Planearon “llevar a cabo la revolución” en Cuba para deponer a Batista. Un aliado del mandatario, el senador Rolando Masferrer, dijo que la isla estaba en peligro de ser invadida por fuerzas financiadas por Prío y el generalísimo dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Castro fue acusado de ser el jefe de los subversivos y se insistió en el tema de la capacitación de combatientes en México. Para Batista, los acusados eran “locos conocidos del Caribe”.
El presidente se sentía imbatible. En julio de 1956 formó parte del grupo de mandatarios latinoamericanos que se reunió en Panamá, donde estaba también el general Eisenhower. A los dos meses, el todopoderoso gobernante nicaragüense Anastasio Somoza García, sería herido de muerte en León para fallecer en un hospital norteamericano en Panamá. El guatemalteco Carlos Castillo Armas seguiría en la lista de magnicidios. Batista rebatía a quienes anunciaban la invasión, diciendo que “los medios de que disponen no pueden ofrecer ni la más ligera posibilidad de una escaramuza”. A las dos semanas, el 30 de noviembre, estalló otra insurrección en Santiago, provincia de Oriente. Comenzando el día, un grupo de rebeldes incendió el Cuartel de la Policía Nacional efectuando ataques “tipo comando”.
Esta sería la mecha que inició otra historia. Desde México, Fidel Castro emitió un manifiesto indicando que “la revolución” tenía como propósito “iniciar inmediatamente la lucha para terminar la tiranía interna y salvar a la nación del peligro, aún mayor, de la tiranía extranjera”. Continuó diciendo, que “con los pies firmes en el sagrado suelo de la patria, con la satisfacción de haber cumplido una promesa, con el rifle a la espalda y con la inquebrantable voluntad de luchar hasta el último combatiente o hasta que alcancemos para nuestro pueblo los derechos que ha pisoteado la tiranía, anunciamos al pueblo que hemos llegado y que ha comenzado la lucha a muerte entre el despotismo y los soldados de la libertad”.
No se le volvió a ver por los sitios habituales que frecuentaba en Ciudad de México. Había comprado un yate llamado “Granma” y con ochentaidós hombres llegó el 2 de diciembre de 1956 al puerto de Niquero, en el golfo de Guacanayabo, en la provincia de Oriente. Procedía del muelle mexicano de Tuxpán, en el estado de Veracruz, de donde partió clandestinamente con armas y militantes, entre ellos “un médico argentino de apellido Guevara”. Comandaba el Movimiento Revolucionario “26 de Julio” y fueron repelidos por fuerzas gubernamentales comandadas por el general Martín Díaz Tamayo. En los primeros partes oficiales se dijo que había caído en la embestida junto a su hermano menor Raúl.
Nada se había confirmado. Fueron cercados en la Sierra Maestra. Varios de los sublevados cayeron y otros fueron atrapados. De Fidel Castro nada volvió a saberse. El gobierno anunció en la navidad que varios cadáveres aparecieron en la selva, mientras que seguidores del movimiento revolucionario fueron presentados en los tribunales. En Nueva York comenzó a conocerse el grupo “26 de Julio” por sus llamativas actividades. Precisamente, fue el diario The New York Times, el que publicó el 24 de febrero de 1957 la primera parte de una entrevista realizada a Castro por el corresponsal Herbert L. Matthews. El documento constituía una fe de vida. Fidel Castro seguía “vivo y luchando”. Al contrario, para el gobierno de Batista, simplemente eran “capítulos de una fantástica novela”.
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