Combatir los fundamentalismos | Antonio  Pérez Esclarín

 

Por: Antonio  Pérez Esclarín

Las  elecciones primarias nos brindan una gran oportunidad para movilizar a la población que en su mayoría quiere un cambio, recuperar la esperanza y la confianza en Venezuela e iniciar la reconstrucción del país por la vía democrática de la participación. Abstenerse es darle el voto a ese proyecto autoritario que, en menos de 25 años,  ha convertido a Venezuela, del país más próspero de América Latina, en el más miserable. Hay que combatir con fuerza el desinterés del pueblo por la política y los políticos, que se originó porque experimentó que la política se distanció de la ética, olvidó los problemas y sufrimientos de las mayorías, y se dedicó ya no a buscar el   bien común, sino los intereses personales o de los suyos. Por ello, invadieron la política  personas arribistas y oportunistas, sin escrúpulos ni moral, y se impusieron los fundamentalistas y fanáticos que desprecian el respeto y la diversidad, violan los derechos humanos y socavan los cimientos de la democracia.

El fundamentalismo es incompatible con una cultura democrática basada en el diálogo, el respeto, y la convivencia con la diversidad.  Las posturas fundamentalistas, propias de los regímenes autoritarios, ciegan para ver la realidad de un modo objetivo, y por ello consideran  enemigos que hay que combatir o eliminar a todos los que piensan diferente, pues ven en ellos una amenaza a su identidad. La cultura democrática  en cambio, hace ver  en los otros diferentes no a enemigos, sino  a compañeros de camino con los que tenemos que convivir y que pueden enriquecer nuestra propia identidad.

Los fundamentalistas rechazan el pluralismo y como no son capaces de considerar a los demás como iguales, les  resulta insoportable la idea de una  sociedad igualitaria,  justa y libre. En consecuencia,  desprecian  la democracia, que es una forma de respeto y convivencia, pero se aprovechan sin pudor y con un cinismo increíble de los mecanismos democráticos para acabar con ella.

Si bien los fundamentalistas  se muestran arrogantes y bravucones, su actitud nace del miedo: miedo a la pérdida  del poder, miedo a que se tambalee el piso sobre el que  han construido sus seguridades y acomodado sus vidas. Cualquier cosa que amenace esa estabilidad y mueva el terreno sobre el que se asienta, ha de ser combatida  y eliminada. Junto al miedo, el fundamentalismo demuestra  una actitud infantil, caprichosa y autosuficiente, ya que no considera al otro como igual y  necesario para construir un mundo plural.

En las  elecciones tenemos una gran oportunidad de aislar  a los fundamentalistas e iniciar la reconstrucción de Venezuela.. Para ello, el voto debe ser consciente, fruto de un serio discernimiento para analizar qué candidato o candidata  ha demostrado  una actitud valiente, humilde e incluyente, y ha hecho del servicio y  el compromiso  un estilo de vida y de asumir la política como servicio. Se trata de  sumar y no de restar o dividir, de analizar objetivamente quién tiene posibilidades de impulsar un cambio pacífico y de resolver los graves problemas del país. Para ello, el  o la que  resulte ganador o ganadora, debe contar con el apoyo de  los otros candidatos y de todos los votantes sin importar si era o no el de su preferencia. El elegido o la elegida debe rodearse de personas muy  competentes, los mejores profesional y éticamente, y presentar un  proyecto de país que suponga la superación definitiva de la politiquería, los populismos y fundamentalismos.

 

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