En tiempos pasados se concebía a los establecimientos penitenciarios como instituciones de carácter punitivo, en donde al transgresor de la ley penal, no sólo se le mantenía apartado de la sociedad por considerársele un peligro, sino que además se le sometía a castigos y a tormentos como medios de expiar su culpa. Esta actitud ante el cumplimiento de la pena está cambiando a nivel mundial, por lo que, en la tendencia que trata de imponerse actualmente, se concibe a las instituciones penitenciarias como centros de reeducación en donde los internos, además de recibir un trato que dignifique su condición humana, reciben una formación integral que los capacite para su futura reincorporación a la sociedad como personas bien integradas. Lo cual procura lograrse sometiendo al individuo a un proceso de reeducación y de resocialización, llevado a cabo por equipos multidisciplinarios, con el objeto de modelar su conducta introduciendo cambios profundos y permanentes en su personalidad, Pero para que un centro penitenciario sea capaz de llevar a cabo sus objetivos de resocialización es indispensable que cumpla con unas series de condiciones en cuanto a su organización y funcionamiento, de ahí la importancia de contar con un efectivo sistema de clasificación de los internos.
La población penitenciaria está formada por un grupo muy heterogéneo de individuos, en quienes se aprecian grandes diferencias en cuanto a edades, costumbres, experiencias previas, antecedentes personales, percepción social, actitud ante el delito, carácter, modalidad delictiva, peligrosidad social, etc. En un centro penitenciario, de no existir una adecuada clasificación, encontraríamos, compartiendo juntos, por ejemplo, a internos todavía adolescentes, que están allí por delitos puramente circunstanciales con asesinos o violadores de alta peligrosidad; a procesados y penados, criminales habituales con aquellos que han cometido su primera falta, el adolescente y el anciano; el enfermo y el saludable, el inteligente y el débil mental; los homosexuales, locos, dementes, psicópatas, aquel que está sometido a una pena máxima con el que está a punto de salir absuelto, por tribunales. Es por ese motivo que se hace indispensable establecer un sistema de clasificación racional que además de evitar la promiscuidad, facilite el control, manejo y tratamiento de los privados de libertad, con el objeto de alcanzar los fines del proceso de resocialización. Todo individuo, al ingresar a un centro penitenciario debe ser sometido, desde un principio, a un proceso de observación y de evaluación continua, conducente a un diagnóstico que contemple de manera integral los aspectos médicos, psicológicos, sociales religiosos, etc., que servirán de base para su clasificación.
La clasificación tiene por objeto procurar una adecuada separación entre los internos, al colocarlos en grupos diferentes, cada uno de los cuales con características específicas derivadas del criterio diagnóstico que sirvió de base para la clasificación. Al separarlos de esa manera, se facilita la aplicación al interno y al grupo en el que está adscrito, de todas las medidas orientadas a su resocialización, facilitando también toda la ayuda y orientación necesarias para su tratamiento integral. Por otra parte, al mantenerlos separados en categorías, se evita la promiscuidad y la influencia negativa y de carácter criminógeno que puedan ejercer los internos de elevada capacidad criminal sobre aquellos que apenas se están iniciando en el delito. Otra importante ventaja de la clasificación, se deriva de los beneficios que reporta a todos los procesos de planificación y administración que se adelanten en el penal. Permitiendo, además, optimizar todo lo relativo a supervisión, control, mantenimiento de la disciplina, atención integral, realización de los programas educativos, culturales, recreativos y deportivos, atención sanitaria y tratamiento multifactorial e integral de cada interno, teniendo como objetivo fundamental su rehabilitación y resocialización para su futura reincorporación social.
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