Clarificar los propios valores

Por: Antonio Pérez Esclarín

 (pesclarin@gmail.com)

 @pesclarin/www.antonioperezesclarin.com

 

Como se  acerca un Nuevo Año, tiempo propicio para nuevos propósitos y decisiones de cambio, podría ser muy útil esforzarnos por  clarificar cuáles son nuestros auténticos valores, sobre todo cuando parece haber consenso en que la profunda crisis que vivimos es, en definitiva, una crisis moral, de personas, de valores.

Me preocupa mucho que el repetido lamento de que “hoy los valores están perdidos” o “es necesario rescatar los valores”, no pase de ser una frase hueca,  que no contribuye en nada a clarificar los propios valores y a irlos sustituyendo por otros. Siempre, por ejemplo, que en un curso o en un taller pregunto a los asistentes cuáles son sus valores más importantes, enseguida suelen ponerse muy serios y empiezan a enunciar supuestos valores: honestidad, respeto, justicia, sinceridad, responsabilidad.

Y me queda la impresión de que “recitan” valores, lo que se supone que deben decir, pero ni se les ocurre ponerse a pensar si en verdad eso que dicen es para ellos un valor y mucho menos si lo viven o practican.

Todo valor, para serlo realmente, debe ser percibido  como un bien, como algo por lo que merece la pena trabajar o esforzarse y que genera  vida. Si yo digo, por ejemplo, que el trabajo es un valor, pero huyo de él siempre que puedo, estoy afirmando con mi actuación que lo que realmente valoro es la vagancia o la flojera y que considero al trabajo como un antivalor. Lo mismo podríamos decir de todos los otros valores “proclamados”: honestidad, creatividad, respeto, solidaridad, responsabilidad que, de hecho, podemos percibirlos  como antivalores si lo que apreciamos y practicamos es el vivismo, la rutina, el capricho, el egoísmo, la irresponsabilidad.

En definitiva, algo no llega a ser un auténtico valor para alguien, hasta que esa persona se compromete y organiza su vida en función de ese valor. Si para mí la justicia es un valor fundamental, no sólo seré justo en mi trato con los demás, sino que me esforzaré por combatir todo tipo de injusticia y trabajaré por establecer una sociedad que tenga a la justicia en sus cimientos. Lo mismo podríamos decir de la honestidad, y de  todos los demás valores proclamados. No sólo  seré honesto, sino que no permitiré  actitudes deshonestas o  corruptas, ni seré amigo y me aprovecharé  de las personas que lo son.

Con frecuencia, proclamamos valores, que sólo los apreciamos verbalmente, pero no los vivimos. En consecuencia, no son valores reales para nosotros. Y hasta podemos ser predicadores incansables de ciertos valores y demostrar con la vida lo contrario. “Obras son amores y no buenas razones”, dice el viejo refrán castellano, o en palabras de Martí, “la mejor manera de decir es hacer”. Yo resumo mi pedagogía en este principio:   “Uno explica lo que sabe o cree saber, pero todos  enseñamos  lo que somos”. Todos educamos o deseducamos no tanto por lo que decimos, sino por lo que hacemos y somos.

Si en verdad quieres saber cuáles son tus valores, analiza quiénes son tus amigos, las personas con las que te sientes a gusto  y de qué suelen conversar y a qué se dedican.  Como lo expresa bien el  refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Si tus amigos son groseros, irresponsables,  deshonestos…,  o  amables, responsables y honestos, sin duda alguna,  así lo serás  tú.

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