Por: Carlos Vignolo*
El Siglo XX ha sido consignado como el Siglo de la Ciencia. Eso ha hecho que Einstein sea considerado el hombre del Siglo.
La ciencia ha generado enormes progresos en muchos ámbitos, incluyendo la generación de los recursos tecnológicos que nos permiten mantenernos en contacto virtual, trabajar, estudiar y socializar, a pesar de los confinamientos forzados por la pandemia.
En otros ámbitos no ha habido progresos. Más de 150 millones de humanos murieron a manos de otros humanos en el Siglo de la Ciencia. En algunos casos, de formas atroces y despiadadas, con armas de destrucción masiva posibilitadas por la ciencia.
A pesar de los avances científicos, siguen muriendo de hambre millones de personas al año. Por cada muerte diaria por Coronavirus, ocurren más de 5 muertes por hambre, mayoritariamente de menores de edad.
Todo esto lo sabemos. Lo saben los investigadores. Lo saben los que dirigen los organismos de Naciones Unidas, lo saben los líderes políticos, lo sabe cualquier persona con un mínimo de interés en el estado de la humanidad.
Pero saber no es tener consciencia. La ciencia genera conocimiento y su recurso principal es la mente y el pensar. La consciencia requiere sentir y su referente corporal es el corazón.
La consciencia requiere “sentipensar”. Para entrar en la Era de la Consciencia requerimos poner a la par “El hombre es un animal que piensa” con “El corazón tiene razones que la mente ignora”. Es momento de hacer conversar a René Descartes con Blas Pascal.
Si hacemos ello, este será el Siglo de la Consciencia. Y un líder espiritual será la mujer o el hombre del Siglo.
Cuando somos cabalmente conscientes sentimos y resonamos con el dolor y el sufrimiento de los demás. No sólo con aquel de nuestra familia, amigos y otros seres queridos. También con el de otras personas que sufren, especialmente aquellas más desvalidas. Con las madres de esos millones de niños que mueren de hambre en sus brazos.
Escuchamos repetidamente estos días aquello de que “Las crisis son oportunidades”. ¿Porqué así?
Las crisis nos despiertan, nos sacan de nuestra zona de confort, nos provocan emociones “negativas”, como las que hoy nos produce la pandemia. Y son esas emociones, la ansiedad, el miedo, la angustia, la desesperanza y otras las que nos hacen conscientes de realidades que antes no veíamos, o veíamos pero no sentíamos. Nos hacen ver cosas en nosotros que antes no veíamos. Nos hacen conscientes de las otras personas. Las vemos ahora de verdad. Las sentimos.
Pero ello requiere de permitirnos sentir esas emociones. No negarlas, evitarlas o evadirlas. Requiere de no refugiarse en el alcohol, las drogas, las películas y adictivas series, las compras compulsivas u otros recursos evasivos.
Cuando nos permitimos vivir toda la gama de emociones que estas brutales condiciones inexorablemente producen, entonces tomamos consciencia cabal de lo que la crisis implica y se abre la oportunidad de transformarla en oportunidad.
Pero tomar consciencia no basta. Se requiere de un paso más. Ir de la consciencia a la conciencia, esto es, a ejercer la capacidad y el compromiso de comportarnos moralmente.
¿Qué es ser consciente hoy, en relación con la pandemia?
Es saber y sentir que contagiarse involucra, además de un riesgo personal, un riesgo muy alto para otras personas. Saber y sentir esto es de particular relevancia para los más jóvenes que, siendo muy mayoritariamente asintomáticos o haciendo cuadros leves, son fuente de contagio, y eventualmente de muerte, para los adultos mayores con quienes interactúan, padres, abuelos y otros familiares incluidos.
¿Qué es ser conciente hoy, en relación con la pandemia?
Es actuar en coherencia con esa consciencia. Es, en primer lugar, seguir lo más rigurosamente posible las normas de protección de contagio. Es también atreverse y bregar porque otras personas también lo hagan.
Lo más trascendente y transformador. Es hacer todo lo posible por disminuir el sufrimiento de otras personas, en particular de aquellas que más sufren, aquellas que están pasando hambre, frío, la angustia de ver a sus familiares no siendo atendidos con la prontitud requerida y, en los casos de muerte, no pudiendo acompañarlos en tan dolorosas circunstancias.
Es cuando nos conectamos con nuestro propio dolor y nos permitimos sentir el dolor y el sufrimiento de los demás que tomamos consciencia cabal del drama que estamos viviendo. Cuando, a partir de esa toma de consciencia, actuamos en conciencia y dejamos de ser observadores pasivos del drama, entramos en el terreno del crecimiento espiritual, el de la compasión y amor verdadero. Estamos entonces transmutando la crisis en una gran oportunidad: hacernos mejores personas y contribuir al fundamental desafío de Humanizar la Humanidad.
Seguiremos conversando…