Por: Antonio Pérez Esclarín
Como todos los 18 de Noviembre Maracaibo amanecerá expresando multitudinariamente su devoción a la Chinita, la Virgen de Chiquinquirá, con sus gaitas, sus canciones, sus oraciones y plegarias. La Chinita llegó a Maracaibo sobre las ondas del lago como el mejor regalo de Dios. La historia ha sido contada muchas veces y de diferentes formas. El núcleo del relato se mantiene, sin embargo, idéntico. Un día del año 1749, una sencilla mujer estaba lavando su ropa en las orillas del lago, cuando vio una tablita de madera fina que la recogió por pensar que le serviría para tapar la tinaja de agua de su casa. A la mañana siguiente, cuando se disponía a colar el café, la mujer escuchó unos golpes como si alguien estuviera llamando. Fue a ver qué sucedía y quedó sobrecogida de asombro al ver que la tablita brillaba y que aparecía en ella la imagen, perfectamente destacada, de Nuestra Señora de Chiquinquirá. La mujer empezó a gritar ¡Milagro! ¡Milagro!, y desde entonces, la calle, hoy avenida, donde estaba la casita, se habría de llamar Avenida El Milagro.
La gente acudió a presenciar el prodigio y, desde ese día, la casa de la humilde lavandera se transformó en un lugar de veneración de la Virgen donde acudían numerosos devotos. Tanto creció la fama de ese santuario popular, que las autoridades eclesiásticas y civiles decidieron trasladar la imagen de la Virgen, en solemne procesión, a la Iglesia Matriz de Maracaibo, hoy Catedral, lugar donde solían asistir las personas más influyentes y adineradas de la ciudad. La Virgen era llevada por dos caballeros elegidos por el propio Gobernador. Prácticamente, todo el pueblo de Maracaibo, presidido por sus autoridades, asistió a la procesión. Al doblar una esquina, el cuadro se puso tan pesado que no podían moverlo. Después de muchos ruegos al cielo y súplicas a la Virgen, y como ya se hacía tarde, uno de los presentes exclamó en voz alta: “Tal vez la Virgen prefiera ir a la Iglesia de San Juan de Dios, y no a la Iglesia matriz donde estamos empeñados en llevarla”.
Esto se tomó como inspiración divina. La procesión cambió de rumbo hacia la iglesia de los pobres y humildes de Maracaibo y el cuadro recuperó su peso normal. Desde ese día, la Virgen de Chiquinquirá, la querida Chinita, protege desde su templo, hoy basílica, al pueblo zuliano que la ama y venera con especial devoción.
Pero no podemos olvidar un rasgo esencial en el que se insiste en este relato tan lleno de candor: la predilección de la Virgen por los pobres y sencillos: primero se manifestó a una humilde lavandera y luego quiso ser venerada en la Iglesia de los pobres. La Chinita, la Virgen María, como Madre bondadosa, nos ama a todos, pero tiene especial predilección por los más necesitados, porque así son las madres, que siempre prefieren a los hijos más débiles y con problemas.
Ojalá que la Chinita nos haga más compasivos y solidarios; nos ayude a reconciliarnos y reencontrarnos como hermanos diversos pero iguales. Eso es lo que quiere y nos pide ella: que trabajemos por un país donde nadie sea maltratado o excluido por motivos políticos, económicos, sociales, culturales o religiosos. Que mostremos una conducta coherente con nuestra condición de hijos y de hermanos, y trabajemos por la reconciliación, y para garantizar a todos, en especial a los más necesitados, una vida digna. Este es el principal homenaje que podemos hacerle a la Chinita, y lo que espera nosotros. Celebrar la Chinita y guardar odio o rencor no le agrada a la Virgen .
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