César Pérez Vivas
El chavismo, en su afán por perpetuarse en el poder, ha desarrollado una serie de alianzas con regímenes autoritarios y movimientos terroristas. Desde los primeros días del llamado “socialismo del siglo XXI”, ha mostrado un empeño sistemático en confrontar a nuestros vecinos latinoamericanos y a los países desarrollados de Occidente, apoyándose en una narrativa anclada en conceptos y hechos de siglos pasados, como el colonialismo y el imperialismo.
Ese discurso de ofensas y agresiones no ha contribuido en absoluto al desarrollo de nuestra patria ni a la promoción de una convivencia civilizada en el continente. La política antieuropea, antiestadounidense y antiisraelí del régimen chavista busca justificar su conducta dictatorial mediante una narrativa falsa y completamente desfasada del mundo actual. Examinemos las alianzas más relevantes.
Hugo Chávez, y posteriormente Nicolás Maduro, guiados por esa visión, privilegiaron la relación con la guerrilla antes que con el Estado democrático de Colombia. La alianza del chavismo-madurismo con las FARC y el ELN es un hecho público y notorio. Chávez lo confesó ante la Asamblea Nacional el 11 de enero de 2008, cuando afirmó: “Mi gobierno respeta a las FARC y al ELN (la segunda guerrilla en tamaño de Colombia)”, y remarcó, alzando la voz: “No son organizaciones terroristas, son verdaderos ejércitos que ocupan espacio en Colombia. Hay que darles reconocimiento; son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, un proyecto bolivariano que aquí es respetado”. Desde entonces, nuestro territorio se ha convertido en refugio para esos grupos terroristas, generando constantes tensiones con el Estado y la sociedad colombiana.
En paralelo, el chavismo se entregó a la tutela de la dictadura cubana. Fidel Castro encontró en Hugo Chávez el instrumento perfecto para una de sus más ambiciosas metas políticas: exportar su revolución al continente. La influencia del autócrata caribeño sobre el comandante barinés alcanzó niveles de sumisión total.
La ruptura de Chávez con Occidente se profundizó con su entrega a los intereses geopolíticos y económicos de Rusia, hasta convertir al país en dependiente de los obsoletos sistemas de armas del antiguo imperio de los zares, que encontró en el confundido “comandante eterno” el cliente perfecto para venderle la obsoleta “chatarra”, por más de 50 mil millones de dólares que bien hubiesen servido para atender nuestras múltiples calamidades.
Para avanzar en esa ruptura, el régimen estrechó lazos comerciales con China. Hipotecó al país ante el poderoso imperio asiático, mediante un intercambio absolutamente leonino para nuestros intereses. La influencia china incluso ha buscado replicar, en Venezuela, su modelo de capitalismo de Estado autoritario. Entre esas imitaciones se cuenta la creación de las Zonas Económicas Especiales, inspiradas en el modelo chino, institucionalizadas mediante la ley del 20 de julio de 2022.
Pero la alianza más antinatural —por lo absurda y peligrosa— es la del chavismo con el chiismo, la corriente más radical y fanática del mundo islámico, mayoritaria en Irán y con fuerte presencia en Irak y el Líbano. Esta relación fue denunciada oportunamente por el obispo emérito de San Cristóbal, monseñor Mario Moronta, en 2011 y nuevamente en 2021, al advertir sobre la creciente presencia de ciudadanos iraníes en Venezuela. Según sus palabras, ello podría conducir al país “hacia un proceso de islamización, con consecuencias mayores en el futuro”.
Moronta agregó, entonces, que “el interés iraní no se centra en los recursos venezolanos, sino en establecer una base estratégica de carácter geopolítico. Venezuela se convierte de forma ‘pacífica’ en un socio de Irán, que ha logrado, sin mucho esfuerzo, un espacio de penetración en un lugar privilegiado de América Latina”.
Esa advertencia se ha hecho más que evidente en estos días. La confrontación entre Israel e Irán —con participación de Estados Unidos— ha evidenciado el grado de compromiso del régimen madurista con la teocracia totalitaria del Ayatolá. Esta alianza se sustenta en una identidad política y espiritual común: el odio a los Estados Unidos. En el caso iraní, se trata de una hostilidad religiosa e ideológica, alimentada por su propósito de imponer su cosmovisión al mundo. En el caso del chavismo, ese odio se nutre del radicalismo marxista impuesto por la dictadura cubana.
El llamado por Moronta, “proceso de islamización”, puede resultar a largo plazo, más peligroso que la carrera armamentista del régimen iraní. Esa colonización cultural no se detiene con ataques a instalaciones nucleares. Requiere una respuesta en el plano espiritual y cultural que reafirme nuestra visión del mundo, basada en los valores cristianos que han moldeado, por siglos, la identidad venezolana.
El chavismo ha promovido valores contrarios a los de nuestro pueblo. La exaltación del islamismo, del santerismo y de otras manifestaciones religiosas ajenas a la fe mayoritaria pretende abrir espacio político a un proyecto de dominación fundado en el poder arbitrario y perpetuo. La consigna “¡no volverán!”, expresión de una supuesta irreversibilidad de la “revolución bolivariana”, busca erradicar los valores democráticos sembrados en el alma nacional. La tarea de rescatar la democracia en Venezuela supone también un reto cultural y espiritual: la reafirmación de nuestra identidad histórica, cristiana e hispánica.
Caracas, lunes 30 de junio de 2025