Imaginemos que una persona ha sido sometida a una operación por un científico maligno. El cerebro de esa persona ha sido sacado del cuerpo y colocado en una cubeta con nutrientes que mantiene el cerebro vivo. Los terminales nerviosos de ese cerebro han sido conectados a una supercomputadora científica que causa que esa persona tenga la ilusión de que todo está perfectamente normal. Parece que hay otras personas, objetos, el cielo, etc…Pero en realidad todas las supuestas experiencias de esa persona son el resultado de impulsos electrónicos que viajan desde esa supercomputadora hasta los terminales nerviosos de ese cerebro.
Eso es un escenario de pesadilla, pero el cerebro de usted podría estar en una cubeta y no en un cráneo. Pero usted tendría las mismas experiencias que tendría viviendo en un cuerpo real y en un mundo real. Porque el mundo a su alrededor – su silla, el libro en sus manos, sus manos – serían parte de esa ilusión, serían pensamientos y sensaciones inoculados en su cerebro sin cuerpo por esa supercomputadora de ese científico.
Probablemente usted no crea que su cerebro está flotando en una cubeta, y muchos filósofos tampoco lo creen. Pero la cuestión no radica en creerlo o no creerlo. La cuestión es que hay que admitir que no podemos estar seguros de que no somos un cerebro en una cubeta. En el caso de que nuestro cerebro esté en una cubeta (una posibilidad que no podemos descartar) todas las cosas que pensamos que conocemos sobre el mundo serían falsas…Y si eso es ‘posible’ entonces no conocemos nada. La mera posibilidad ya socava las pretensiones de conocimiento sobre el mundo externo.
En la cultura popular ideas como la de un cerebro en una cubeta han suscitado mucho interés. Por ejemplo, en la famosa película ‘Matrix’ estrenada en 1999, el hackeador de computadoras llamado ‘Neo’, representado por el actor canadiense Keanu Reeves (nac. 1964 en Beirut, Líbano), descubre que los Estados Unidos del año 1999, en realidad es una simulación virtual, creada por una super-inteligencia maligna, y que él y otros humanos, son mantenidos dentro de envolturas llenas de líquido, conectadas por cable con una gigantesca computadora. La película presenta una versión dramática de un escenario de ‘cerebro en cubeta’ y tuvo mucho éxito.
Por otra parte, es importante que veamos muy sucintamente el origen histórico de esa concepción de un cerebro en cubeta. El gran filósofo francés René Descartes (1596-1650), en su obra: ‘Meditaciones sobre la Primera Filosofía’ (1641) analiza sus dudas sobre la posibilidad de conocer con certeza el mundo externo y dice: “Yo supondré (…) que algún genio maligno de extremado poder e inteligencia, dedica todas sus energías para engañarme. Yo creeré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos, todas las cosas externas, no son más que engaños de sueños que él ha diseñado para poner una trampa a mi credulidad” (final de la Primera Meditación). Descartes, posteriormente se hizo muy famoso en la historia del pensamiento, porque entre todas sus dudas, consideraba que había algo cierto y es que ‘pensaba’, y de ahí su frase “cogito ergo sum” (pienso por lo tanto existo) que refiere en la Parte 4 de su obra ‘Discurso del Método’ (1637).
Más recientemente, el conocido filósofo, matemático y teórico de la informática, de nacionalidad estadounidense Hilary W. Putnam (1926-2016), en su obra: ‘Razón, Verdad e Historia’ (1981), analiza la idea de un ‘cerebro en cubeta’ y llega a plantear: “la computadora es tan astuta, que puede hasta hacerle pensar a la víctima que está sentada y leyendo estas palabras, la suposición divertida, pero muy absurda, de que hay un científico maligno que extrae los cerebros de los cuerpos de las personas y los coloca en una cubeta de nutrientes” (1).
Putnam en su obra intenta demostrar que ese escenario hipotético de un ‘cerebro en una cubeta’ es incoherente, porque un cerebro en una cubeta no podría expresar el pensamiento de que es un cerebro en una cubeta. En efecto, Putnam demuestra que la condición de ser un cerebro en una cubeta es invisible e imposible de detectar desde adentro de ese cerebro que está en una cubeta (2).
Pero nótese que tanto el ‘cogito’ de Descartes como la argumentación de Putnam, no permiten rechazar la hipótesis de que somos ‘mentes simuladas’ sin darnos cuenta.
No obstante, otros autores como el filósofo sueco Nick Bostrom (nac. 1973), Profesor en la Universidad de Oxford, creen seriamente que ese escenario de ‘cerebros en cubetas’ muy probablemente ya está sucediendo y que nosotros estamos viviendo en una simulación hecha en una computadora.
Este autor señala que en un futuro, es muy probable que nuestra civilización alcance un nivel de tecnología de tal magnitud, que se podrían crear simulaciones con computadoras increíblemente sofisticadas de las mentes humanas y de los mundos donde habitan esas mentes. Para mantener esos mundos simulados se requerirían pocos recursos en términos relativos – una sola laptop del futuro podría albergar miles o millones de mentes simuladas, de tal manera que muy probablemente esas ‘mentes simuladas’ serían mucho más abundantes que las mentes biológicas. Las experiencias de las mentes biológicas y las mentes simuladas serían imposibles de distinguir, y ambas pensarían que no son ‘simuladas’, pero las segundas, que constituirían la gran mayoría de las mentes en la realidad, estarían equivocadas porque sí serían ‘mentes simuladas’.
Luego, Nick Bostrom plantea que por lo general se dice que esto podría ocurrir en un futuro…pero enfatiza…¿Quién puede asegurar que ese ‘futuro’ no está sucediendo ya en la realidad actual?…Por lo general suponemos que no somos mentes simuladas por computadoras, pero según Bostrom eso podría ocurrir porque las computadoras son tan sofisticadas que nos inducirían a desechar esa posibilidad de que somos mentes simuladas (3).
En conclusión, da la impresión de que no es tan fácil rechazar la posibilidad de las ‘mentes simuladas en cerebros en cubetas’.
NOTAS: (1) Pag. 7 en Ben Dupré (2007) ’50 Philosophy Ideas’. Quercus Publishing. London (2) Pag. 8 en Ben Dupré, Op. Cit. (3) Pag. 8 en Ben Dupré, Op. Cit.
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