Si bien la Semana Sana es para muchos tan sólo unos días de vacaciones pues estamos olvidando su razón y significado, deberíamos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre qué celebramos y asomarnos al misterio de un Dios, que llevó su locura de amor hasta dar la vida.
Iniciamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos en que recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero tuvo poco de triunfal. Entró montado en un humilde burrito, como los campesinos. No como los reyes y emperadores que entraban por arcos de triunfo a las ciudades conquistadas montados en briosos caballos y seguidos de un gran séquito de guerreros y esclavos. De este modo, quiso evidenciar una vez más que sus ideas del poder y del triunfo eran radicalmente opuestas a las de los poderosos. Si los conquistadores dominaban a sus pueblos y levantaban su poderío sobre la opresión y la violencia, Él había venido a liberarlos, pues su misión era servir a todos, especialmente a los despreciados y humillados, y no ser servido ni reverenciado. Jesús siempre eligió la grandeza de lo humilde, de lo sencillo. Los poderosos dominan y arrebatan vidas, Él estaba dispuesto a dar la suya para que todos tuvieran vida en abundancia, que es lo que quería el Padre, Dios de vida, con especial predilección por los débiles y rechazados.
El grupito de sus seguidores y algunos peregrinos que reconocieron en Jesús al Sanador de enfermos y al Maestro de la Misericordia, contagiados por la alegría de entrar en la Ciudad Santa, empezaron a aclamarle. Y como muestra de su admiración, alfombraron el camino con sus mantos, con ramas y flores que cortaban del monte que crecía en las orillas. Algo muy sencillo, radicalmente opuesto a las celebraciones suntuosas de los poderosos. Si estos utilizaban el poder para oprimir y dominar, él lo usaba para liberar y servir.
Jesús fue, en definitiva, un perfecto anti rey, totalmente opuesto a los gobernantes de la tierra, que resumió su vida poniéndose a lavar los pies de los discípulos y diciendo que así debían comportarse sus seguidores. Un rey coronado de espinas cuyo cetro fue una caña y su manto un trapo sucio, rey que triunfó no desde un palacio imperial sino desde la cruz de los condenados, con lo que quiso enseñarnos que Dios está siempre con las víctimas, los que sufren, los que son crucificados por la ambición, la corrupción y la injusticia; Dios está con los que se solidarizan con el dolor de los inocentes y luchan por combatir el mal.
En estos días de Semana Santa, que además el confinamiento los ha hecho muy propicios para la reflexión y la oración, debemos recordar que Jesús no murió de muerte natural, sino que fue asesinado. Y lo fue porque se atrevió a poner de cabeza los valores del mundo: en vez del poder para dominar, propuso el poder para servir; en vez del egoísmo, la solidaridad; en vez de la violencia, la mansedumbre; en vez de la venganza, el perdón; en vez del odio, el amor. En nuestro mundo es primero el que más tiene (poder, dinero, fama…), para Jesús es primero el que más sirve con lo que tiene.
Seguir a Jesús exige entregar la vida para que todos tengan vida abundante; oponerse a todo lo que traiga injusticia, maltrato, explotación; ayudar a bajar de la cruz a tantos crucificados por la violencia, la explotación, la venganza, la miseria.
Semana Santa: Tiempo para gastar la vida en el servicio a los demás, como Jesús que vino a servir, no a ser servido.
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