Uno de los recuerdos de las clases de castellano y literatura en el Seminario Interdiocesano de Caracas que nos ponía los pelos de punta era el interrogatorio que el padre Darío Patiño nos hacía al comienzo de cada clase. Había que recitar de memoria y sin titubeos largas poesías castellanas. En cada clase una estrofa, y la escogencia era al azar. Así que había que aguzar la memoria para no fallar pues buena parte de la calificación estaba allí. Uno de estos extensos poemas fue “La casita blanca” cuyos versos vienen a mi memoria de vez en cuando. Pero más allá de esta simpática anécdota el estudio y la lectura posterior de las obras de Don Cecilio nos ponen ante uno de los más polifacéticos escritores y pensadores del siglo XIX.
Su formación humanística, religiosa y teológica, jurídica y política, nos ponen ante la añoranza en estos tiempos turbios de un hombre del que añoramos no existan muchos como él en los tiempos que corren y buena falta que nos hace, pensadores y políticos en los que brille la honestidad y el desprendimiento. No debemos dejar pasar por debajo de la mesa, conmemorar no sólo su valor literario, sino sobre todo, su aporte a una Venezuela más justa y honesta.
Nacido en San Diego de los Altos mirandinos, el 1 de febrero de 1818, falleció en Caracas el 8 de julio de 1881. Le tocó, pues, vivir en tiempos turbulentos desde su infancia hasta su desaparición en los años del guzmancismo a los que se opuso por razones obvias. Sirva este pensamiento entresacado de sus obras: “No queremos que la tiranía, que busca tinieblas, tenga adoradores, ni la ignorancia, que la sirve, prosélitos”, pensamiento muy acertado para nuestro tiempo. Sus obras completas en la bella edición de la Casa de Bello es fuente de inspiración poética y ética, jurídica y política. No en vano se educó a la asombra del Pbro. Mariano Fernández Fortique, años más tarde obispo de Guayana.
Son muchas las instituciones que llevan su nombre y entre ellas descuella la Universidad Católica Cecilio Acosta, iniciativa de la Arquidiócesis de Maracaibo. Alabamos el empeño del Dr. Horacio Biord Castillo en la Academia de la Historia del Estado Miranda para no dejar pasar desapercibida estas efemérides sin tomar su legado, mucho más hondo que los seudohéroes sin virtudes ni valores que nos vende el régimen actual. Tomo estas palabras del Dr. Biord como colofón a esta breve crónica: “A Cecilio Acosta no lo podemos contar entre los muertos y menos ahora, cuando se hacen más actuales sus advertencias sobre la turbulenta vida social y política que ayer como hoy nos precipita por insondables abismos. A Cecilio Acosta no lo podemos dejar olvidado en el Panteón Nacional como si de verdad estuviera, vuelve a decir Martí, hueca y sin lumbre su cabeza altiva, mudos sus labios y yerta aquella mano que empujó el pesado carro de la dignidad frente a los tiranos y mediocres”. La civilidad y la honestidad son materias pendientes en la Venezuela de hoy que relucen y con creces en la figura de Don Cecilio Acosta.