Catalina Fajardo, forjadora de pueblos (1a. parte) /Por: Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

Muy poco se ha escrito sobre personajes y hechos destacados del proceso originario de los pueblos coloniales esclavistas del Valle de Bomboy, presumo que debido a la falta de paleógrafos; apenas el trabajo reciente de Zambrano, nos ha abierto opciones para el enfoque metodológico concreto, para ir quitando telarañas y oscuros polvos a nuestra historia local.

Se aborda aquí, la vena y la fuerza moral de una mujer, en una contienda por sus derechos, que en circunstancias históricas y geopolíticas desfavorables y particulares se prolonga en el tiempo, comenzando por esfuerzos en solitario, luego alianzas y litigios, con los que va superando y obteniendo resultados, unos inciertos y otros que le fueron favorables, en sus planes de dominar la feracidad y dureza del Valle de Bomboy.

Teniendo claro en lo aquí presentado, que la invasión, el despojo de tierras, la esclavitud impuesta desde el siglo XVI, buscaron y lograron establecer los paradigmas colonialistas, desde el centro del poder monárquico español, y la obediencia a las nuevas potestades, inclusive, las formas interpretativas de los elementos supraestructurales, leyes, religión, cultura, idioma, costumbres, escritura; sin embargo, ella, mujer, de alguna forma, empoderada, con vehemencia, inteligencia e ilustración, quebrantó esa realidad y esos arquetipos patriarcales, que la convirtieron en impulsora y protagonista principal del proceso germinal de evolución de dos pueblos andinos trujillanos: La Puerta y Mendoza.

 

Po’ allí no cantó el borococo. El hermoso, mágico

y fértil Valle de Bomboy. El Oratorio de San Pablo

 

De cara al refrescante Bomboy, desde aquella hermosa y verde loma de San Pablo de Bomboy, donde estaba su casa de tapia y teja, en 1619, con una pequeña jícara de guarapo en la mano, rodeada de bucares, cucharos, jumangues, salpicados por arbustos de sabroso coquino y moraspiñas, que asaltaban melodiosamente los gonzalitos, chuspitas, azulejos, gallitos, las paraulatas parameras, torcazas y jumíes, guiadas por el poderoso y mágico pauxí, donde podía divisar el largo camino real que se desprende del Hatico, pasando por sus nutridos potreros, por un lado, del otro la Cañada de Mendoza, Guaná, y en el frente el soberbio rio Bomboy, ella meditaba sobre su suerte y su vida en ese Valle. En su soliloquio, la mayoría de los hombres de su época, violentos, bruscos, marinos, conquistadores, guerreros o hijos de estos, le parecerían de escasa imaginación. Desbordando tanta lozanía quedó viuda, con posesiones y sin hijos.

Establecer un incipiente modo de producción económica mercantilista, para hacer producir en aquella tierra virgen, mercancía para su comercialización, sin financiamiento, sin ayuda de la monarquía ni de banqueros, condicionaba las posibilidades de desarrollo de la comarca y de sus relaciones sociales, en una sociedad esclavista, castiza, racista y católica. Indígenas esclavos y blancos encomenderos, y dentro de estos últimos, los lazos parentales que jugaron un rol importante en lo económico, político y religioso, porque en la práctica, estaban subordinados a las relaciones de propiedad u ocupación de tierras y las encomiendas, inclusive, para conservarlas en los grupos de poder. Un elemento que no pudo dejar de lado, era que el valle, era espacio de frontera con el Nuevo Reyno de Granada y paso intermontano obligado para quienes tenían que trasladarse al lago de Maracaibo. De eso, por lógica, se entendía que, era necesario que la mano de obra indígena fuere conservada y reproducida, a pesar de su particular cultura, creencias y costumbres, para la producción de mercadería para el intercambio por dinero. Fueron premisas insoslayables para aquellos atrevidos pioneros colonialistas.

 

Po’ allí no cantó el borococo

 

Le habían llegado algunos personajes, de diversa índole a pretenderla. Pensaría que eran insensibles, gente de mucha dureza e indiferencia, nada que no fuera directamente en su contra los alteraba; pero podía suceder que si les ocurría algo banal o tonto, entonces les arrebataba inmediatamente una pasión desenfrenada y hasta violenta. Así, lo pudo pensar esa tarde. Era Doña Cata, la viuda, que se planteaba luchar contra toda forma de la particular explotación y opresión de la mujer, para poder trabajar y prosperar aquel valle.

Sola, asumiría las riendas de los negocios de Botello, su difunto esposo; ya había hablado con su leal indígena Julián, cacique de sus ahora encomendados del Bomboy, quien la había visto llegar muy joven con Don Francisco, a esas incipientes sementeras y potreros; estaría dispuesto a seguirla en sus proyectos. Le venía en los genes, andar contra la corriente, su férreo carácter y dinamismo. No era cualquier tuche de ajo, llevar con orgullo, el ser ella descendiente del hidalgo Alonso Andrea de Ledesma, de quien <<Oviedo y Baños lo enumera entre los compañeros de Ruiz en la expedición de 1558 y, fundada la ciudad de Trujillo, mantuvo en ella su casa hasta que fue anunciada la conquista de los Caracas en la que supo alcanzar mayor gloria por su valor temerario… Su vida terminó gloriosamente el año de 1595>> (Briceño Iragorry: p.39). Este quijotesco y reputado conquistador, en su ancianidad salió sobre su caballo, con su lanza y adarga al brazo, a enfrentar solo, en el ocaso del siglo XVI, al bandido Amias Preston, que con su legión de corsarios, invadía la ciudad de Caracas, para arrasarla sin piedad (Briceño Iragorry, Mario. El caballo de Ledesma. Pág. 15. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Trujillo. 2006). Era su admirado y valiente abuelo, que representaba todo el sentido de la Patria recién formada, y ella, la mujer sin temor, la que se abre rumbo sin rendirse ante el Poder monárquico y la opresión patriarcal, esa que no le teme a su soledad y la convierte en futuro y esperanza. La historia de alguna forma se repite.

Catalina Fajardo, es una de ese grupo de mujeres del Bomboy, que históricamente, rompieron a su manera, con el estereotipo de la joven dama sumisa, en una época de mucha violencia, la del poder patriarcal en su máxima expresión: la conquista e invasión hispana, y asumió su papel protagónico proponiéndose, incidiendo y dirigiendo el rumbo del Valle, que durante su empeño cogió un impulso económico y de grandes expectativas de prosperidad a causa de la caña de azúcar, algodón, tabaco, cacao y la cría de ganado. El caso de Catalina Fajardo es desconocido en la historia de Venezuela.

Hija del capitán Blas Tafallés, de los fundadores de la ciudad de Trujillo, esposa del capitán y encomendero Francisco Botello, quien tuvo de primera vida la encomienda de “San Pablo de Bomboy”. El difunto capitán Botello, no dejó hijos y la joven Doña Catalina, tenía dos opciones, abandonaba aquel boscaje inhóspito y frío ó asumía sus derechos en la encomienda de indios y en sus tierras heredadas, que eran significativas, no solo por la cantidad de mesetas, prados, selvas, llanos, lomas, potreros, quebradas y fertilidad, sino por su ubicación estratégica, entre el valle de Bomboy, con conexión a la travesía paramera que da al lago de Maracaibo, con Escuque, pueblo de blancos y en la cercanía de la meseta de los Valera.

Con aquel formidable patrimonio, constituido por grandes lotes de tierras y la enorme fuerza laboral esclava que era la “Encomienda San Pablo de Bomboy”, viuda, sola, sin hijos, asumió la conducción de la hacienda y la ganadería y la regencia de sus encomendados; montaba ágilmente a caballo. A pesar de su delicada belleza, con familia de poder político y económico, y de las asiduas visitas de pretendientes, hijosdalgos, hacendados, colonos, capitanes, alférez, tahúres y rufianes, no se jactaba de ser una beldad, porque era codiciada, tenía los pies afincados en la realidad, en su estirpe y en su futura economía; trabajaría y viviría para eso. Ella, sorprenderá al tiempo y la gente quedará boquiabierta. El apellido Faxarda o Fajardo tiene su origen en el antiguo Reino de Galicia (España).

 

El hermoso, mágico y fértil Valle de Bomboy

 

Nos ilustra el geógrafo e historiador trujillano Américo Briceño Valero, que del ramal septentrional del Pico Miranda, de la Sierra Nevada, <<se desprende una estribación entre el río Pocó y el Buena Vista… Otra entre el Buena Vista y el Caus, que se desprende del Páramo de Mendoza (Posesión de los Labastidas), y se va a perder en la fila de Las Pavas sobre las llanuras de Cheregüé…tiene también sus fuentes en la tercera estribación, la cual es la que nace en el Pico Tomón o hato Viejo, y que se lanza por esta los ríos Momboy y las vertientes del Caus>> (Briceño Valero, Américo. Geografía del Estado Trujillo. pág. 16. Tipografía Cultura venezolana. Caracas. 1920). No se puede perder de vista la vinculación de las tierras de los Fajardo y la de los Hurtado de Mendoza, en el norte del Valle, que se conectan con sus posesiones cacaoteras de Pocó, en la zona baja de Trujillo, en dirección al lago de Maracaibo, la salida al mar y el comercio.

Según el mencionado escritor, de ese mismo ramal, que viene del citado Pico, <<echa una hermosa estribación, la cual se viene llamando de La Puerta…El Ramal o estribación de la Mocotí, pues nace del Páramo de las Siete Lagunas, vecino a continuación del Páramo de la Sal>> (Briceño: 17). La Puerta, por orden de la autoridad civil y la eclesiástica se convirtió en el Pueblo Cabecera de la Doctrina San Pablo de Bomboy, a donde se fueron mudando y concentrando los indígenas de las distintas encomiendas del Valle y otros sitios como Jajó, Quebrada Grande, y cercanías de Timotes.

Al iniciarse el modo de producción esclavista mercantilista, como sistema nuevo de economía en dicho valle, fue algo complejo, siempre tendría dificultades. Su lento desarrollo agropecuario en los primeros tiempos de la invasión europea, con gran esfuerzo de los encomenderos, fue mejorando. Catalina la orgullosa joven viuda, fue de las más esforzadas hacendadas, en este tránsito de ir preparando y fomentando por primera vez espacios boscosos, para convertirlos en rentables sementeras y hatos en sus heredadas y extensas posesiones.

 

El Oratorio de San Pablo

 

Escuchó: – ¡Ña Cata! ¡Ña Cata! se asomó y ve que sus «chinitas» y sus madres, se le metieron en la casa, acompañadas de don Shulian el cacique, que así pronunciaban su nombre. La sorprendieron, era gente pacífica, tejedoras y loceras, que fueron a expresarle su pesar por la muerte de don Francisco. Estuvieron buen rato con ella. Al despedirlas, las calmó y vio que algunas de las más jóvenes, la miraron con tristeza y en silencio. Notó la obvia preocupación de las visitantes por el temor a que ella, abandonara la encomienda y la tierra, y fuesen entregadas a otro encomendero, eso la dejó pensativa. Le dijo a Don Julián, que fuera al celemín de granos y la sal, y cogiera para llevar y repartir. Era una mujer de fe, ante aquella hosca inmensidad. Se retiró al oratorio.
De forma esporádica, el padre Antonio Montero, respetado doctrinero de estos pueblos, visitaba la casa de los Botello, y celebraba oficios divinos en la pequeña capilla, en el retirado y despoblado San Pablo, cerca de Guaná, donde la creyente principal y permanente era doña Catalina.

Lo primero que hizo al entrar al pequeño recinto de oración fue ponerle una caramera de velas a San Pablo, que le reforzaba la fe y la esperanza. Estricta en sus deberes religiosos, al Oratorio solo entraba con la andaluza puesta en la cabeza, así la veían cuando el padre Montero o Salvador de Carmona o el fraile Juan de León, daban la misa, y cotidianamente cuando hacía sus oraciones personales. Paulista de corazón y devoción, es posible que compartiera lo de impartir bendiciones con aquello de «Que San Pablo lo cuide y el diablo lo aburra, y el que no lo quiera que coma zurra», expresión con la que acostumbraban a despedir a los viajeros, nuestros viejos ancestros.

 

Ni los espantos de los páramos, la asustaban

Ni los espantos de los páramos, asustaban a la nieta del glorioso Andrea de Ledesma, no la asustaban los bichos, lechuzas, pavanas, zamuros y menos el keuña de los páramos, ni se le aguaban los ojos para superar los obstáculos que se le atravesaran en sus propósitos.

Una de las mayores dificultades para la joven Faxarda, se presentó en 1629, cuando en visita del gobernador Juan de Meneses, para verificar el estado de los indígenas asignados, requirió los títulos de las encomiendas, Catalina no había solicitado la confirmatoria ante el Rey y el Consejo de Indias en España, de sus derechos como cónyuge sobreviviente de Botello, y a pesar de que estaba al frente de dicha encomienda cumpliendo con sus deberes y obligaciones, el gobernador declaró vaca la encomienda, este año. Catalina no se quedó callada, se dirigió al gobernador y presentó sus alegatos, reclamando sus derechos; éste, la escuchó, pero decidió declarar vaca la “Encomienda de San Pablo de Bomboy” y convocar a oposición para optar a un nuevo otorgamiento de dicha encomienda. Ella, no se quedó tranquila, y “le buscó la vuelta” al asunto.

Perteneciente a una familia de poder económico y político, se produjo la alianza con la familia Hurtado de Mendoza, para preservar esa encomienda, es decir, que no fuera a parar a la disposición del Rey de España. Se produjo la alianza y se casó con el hijo mayor del capitán Hernando, don Cristóbal, quien durante el proceso para optar a la encomienda, fue el único aspirante, ya que la viuda de Botello, no se postuló, porque se había casado con él; y en 1630, le fue otorgada esta encomienda “San Pablo de Bomboy”, imponiéndole el pago de lo que debía Francisco Botello y su viuda, por tributos y tasas, y un pechaje anual de 97 maravedíes por cada aborigen encomendado (Zambrano: 11). Estas dos familias aliadas, retuvieron asi, la “Encomienda de San Pablo de Bomboy”.

El avance mercantilista se patentiza en las décadas siguientes, cuando se realiza su descripción oficial, señala <<las Haciendas de sus Moradores son Trapiches de Caña, de que labran mucha Azúcar blanca y prieta, con diferentes dulces, y todo género de Conserba. Ay algunas Haciendas de Cacao: se coge mucho Trigo; la harina es hermosa: son en extremo aplicados sus Moradores a la Agricultura. Las tierras son fértiles y producen todo género de grano; es abundantísima en Menestras, y toda especie de Vitoalla. Ay grandes crías de Ganado menor: Las Carnes son gustosas, y los Carneros muy grandes. Ay pocas crías de Ganado mayor, hacen excelentes quesos, las Lanas labran con destreza, haciendo diferentes tegidos y en especial unas Alfombras de gran primor y permanencia>> (Ángel de Altolaguirre y Duvale. Relaciones Geográficas de la Gobernación de Venezuela. Pág. 210. Ediciones Presidencia de la República. 1954). Una de las fuertes y decididas impulsoras de ese florecimiento económico y la consolidación de pueblos en el Valle de Bomboy, lo fue Doña Catalina Fajardo, la encomendera, vecina y propietaria; ciertas evidencias dan cuenta de su voluntad, esfuerzo, empeño, obra, orientada con amplios horizontes, con lo que fue concretando logros en ese sentido.

 

1629, declarada vaca la “Encomienda

de San Pablo de Bomboy”

 

La encomienda y la tierra fueron los elementos fundamentales del modo productivo a implantar a finales del siglo XVI, y para la conformación de pueblos y la sociedad colonial que la Monarquía concebía como su proyecto europeo de explotación, es decir, que con la existencia de los indígenas a esclavizar y la ocupación de sus tierras, fue la sustentación de la Colonia. Esto, marcó las relaciones de estirpe y alianzas familiares, en cuanto acumulación de poder económico y político, que fue el basamento de la sociedad colonial durante más de tres siglos. Un Adelantado, Conquistador o guerrero europeo beneficiado como encomendero, significaba arribar a la cúspide social con el carácter de noble, que era también privilegio para su familia; los hijos de los encomenderos se unían y casaban con sus iguales, descendientes o herederos, como elite privilegiada.

Es a partir de finales del siglo XVI, que se puede establecer como génesis en este valle, del proyecto esclavista colonizador, como base de la organización y el desarrollo de dichos pueblos. A la vez, se fue acendrando en la mentalidad de los que se establecían a vivir y a domesticar estas tierras, que el proyecto europeo de explotación, también los explotaba a ellos, los obligaba a sostener y respetar curas, militares, recaudadores de impuestos, y pagar los tributos al Rey de España. Surgirá con ella, en este pequeño valle, ese sentimiento de rebeldía, que nutrirá el destino de nación.

Pero, hubo coyunturas que influyeron en el despertar, avance y desarrollo de este proceso en el valle de Bomboy, como ejemplo: en 1595, con la ronda de confirmación de encomiendas, por parte del gobernador Don Diego de Osorio; seguida en 1607, con el desconocimiento de los títulos de encomiendas, por orden del Rey dada al gobernador Sancho de Alquiza, y la reorganización de las Doctrinas, con 65 encomiendas, por el Obispo Fray Antonio de Alcega, con lo que se dio inicio a la conformación de una elite social, que sin dudas, monopolizó el poder en Trujillo y se convirtió, en mecanismo para la ocupación de tierras; y otro momento importante, el de 1620, cuando se dio la evaluación y reorganización creadora del gobernador Francisco de la Hoz Berrío, se produjeron estos hechos y revisiones del Sistema de Encomiendas, que dieron empuje al proceso colonizador en los Andes trujillanos. Además de eso, ya en 1619, con la visita de Alonso Vásquez de Cisneros, Visitador y Oidor de la Real Audiencia de Santa Fe, delimitando, otorgando posesiones y creando Pueblos de Doctrina adyacentes a La Puerta, Esnujaque y Jajó, como zona de los Timotes, obligó a las autoridades de la Provincia de Venezuela a organizarse, pues desde el Virreinato se configuraba de hecho, un espacio de frontera.

En 1629, se produce otra revisión de las encomiendas y fueron declaradas vacas, algunas de ellas, entre esas, la denominada “Encomienda San Pablo de Bomboy”, la que por derecho de sobreviviente, le correspondió a la viuda de Francisco Botello, doña Catalina Fajardo.

En esta vecindad, muere uno de los principales personajes de esta historia inmatura, el capitán Hernán Hurtado de Mendoza; su hijo Cristóbal Hurtado de Mendoza, heredó la encomienda que aquel tenía en los Timotes, y a pesar de haber recibido la tonsura de clérigo, se convirtió en esclavista, hombre de pingues negocios, expandió sus actividades agrícolas, ganadería e industria, telares, destilería, alfarería, convirtiéndose en uno de los «grandes cacaos» de la Provincia, no solo de señorío económico, sino que ciertamente era propietario de extensiones importantes de cacao en el valle de Pocó, en la zona baja de Trujillo.

En 1629, el encomendero Cristóbal Hurtado de Mendoza, que había heredado la nombrada <<Encomienda de los Timotes>>, y casado con doña Catalina Fajardo, emprende un conjunto de obras, industria y negocios, para lo cual inicia un proceso de agregación de Encomiendas, la que había heredado de su padre Hernando, con la que regentaba su esposa <<Encomienda San Pablo de Bomboy>>, asi como la ocupación y adquisición de tierras.

Es conveniente aclarar, que, el territorio donde se localizaban los aborígenes de la encomienda de Catalina Fajardo, <<San Pablo de Bomboy>>, es decir, el grupo nativo entregado para su explotación, trabajo y adoctrinamiento al encomendero, que no se debe confundir con el <<Pueblo de Doctrina de Nuestro Señor San Pablo de Bomboy>>, ni con el pueblo Cabecera de Doctrina del mismo nombre, es decir, que el de la encomienda se encontraba ubicado en la zona norte del Valle de Bomboy, tierra de Catalina Fajardo y colindando con la de los Hurtado de Mendoza, partiendo de lo que se conoce históricamente como Cañada de Mendoza, bajando por Conchemira, San Isidro, Guaná, posesión y caserío San Pablo de Bomboy, y la posesión Castil de Reina, llegando a El Cucharito, limitando con Escuque y la Mesa de Valera.

Resumiendo, la primera encomienda de este sitio, en lo que hoy es parte de Mendoza, la llamaron «San Pablo de Bomboy», confirmada en 1595 por el gobernador Don Diego de Osorio, a su primer encomendero Francisco Botello, que murió a finales de la segunda década del siglo XVII, y la heredó y explotó su esposa Catalina Fajardo.

 

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