Carvajal, entre espantos y aparecidos

Por: Luis Huz Ojeda

El espanto del chorro

El aparecido del chorro

 

Al narrar un suceso registrado hace más de medio siglo en Carvajal, el catedrático de la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes, Ramón “Lapo” Rivas Aguilar, afirma: “Siendo cerca de las 3 de la madrugada de un día lunes del mes de abril de 1960, un joven aldeano con apenas 12 años de edad, de nombre Juan Prada, marcha por el viejo camino que conduce hasta las fuentes naturales de agua en la Loma de San Rafael, y estando en el chorro recogiendo agua requerida para llenar 4 grandes tinajas de barro cocido, atadas a la silla de un famélico burro, para transportarlas lo antes posible hasta su casa, pues tiene previsto acompañar a su mamá hasta San Genaro, quien debe viajar a Valera para cumplir con su cita médica en el Hospital Central de la urbe de las Siete Colinas. Ya lista la carga sobre la bestia, presto a regresar a su hogar, interrumpiendo el encantador silencio del amanecer, Juan Prada arranca silbando jubilosamente, cuando de pronto escucha un grito lastimero, seguido de un tétrico llanto, que asusta al adolescente y hace que se ponga en guardia. Acostumbrado a no temerle a nada, por siempre tener a la mano su cortante machete cola e’ gallo, preguntó en voz alta: ¿Quién anda ahí? ¿Quién es? ¿Quién llora? ¿Qué le pasa? Nadie contesta, solo siente más cerca el desesperado llanto, e insiste preguntando: ¿Por el amor de Dios, qué le ocurre? ¿En qué puedo ayudar? No obtiene respuesta, pero por entre la maleza empieza a moverse una extraña figura que no logra definir, más el insistente llanto lo percibe, lo siente casi a su lado. El joven comienza a preocuparse, aun cuando confía ciegamente en su afilada arma para defenderse frente a cualquier ataque, pero siente aún más cerca el llanto agudizado, luego un desgarrador grito invade el espacio y el terror se apodera de él, cuando repentinamente del matorral emerge una bruma que se convierte en una mujer con tan abundante cabellera que le tapa el rostro. La figura se agiganta como hasta una altura de tres metros, con esta visión, al instante el muchacho enmudece para pedir auxilio. Su corazón palpita aceleradamente, tiembla ante la terrible impresión y cae al suelo desmayado”.

Al largo rato ya recuperándose, aún perturbado, cuenta: “Mis padres me instigaban para que les describiera lo que me había ocurrido. No podía responderles porque estaba totalmente mudo. No tengo idea de cuánto tiempo estuve inconsciente. Lo que sí sé, es que cuando volví en mí, estaba en mi casa, acostado sobre el catre de mi papá. Los viejos bajaron al pueblo y trajeron el cura de Carvajal, quien me rezó y roció con agua bendita”. Concluida la ceremonia religiosa, el sacerdote comentó: ─El Espanto del Chorro no remató a Juancito porque aún es un ser inocente, bendecido  por  Dios, protegido por la Luz Celestial de los Ángeles y los Arcángeles-. Afortunadamente fue así, porque si no, seguramente no estaría contando esta historia, pues todavía se me paran los pelos. Recuerdo que las uñas de mis manos y pies se pusieron moradas, y se cayeron solas días después, perdí todo el cabello, y en un dos por tres terminé de mudar las muelas”.

El espanto de La Cabecera

En La Cabecera de Carvajal, justamente en el sitio que los lugareños designan como “La Parada de los Burros”, hasta bien entrada la década de 1970, a medianoche o en la hora alta de la madrugada, hacía su aparición el célebre espanto ante quienes andaban de parranda, o los que madrugaban a trabajar muy temprano y obligatoriamente tenían que transitar por allí.

Este espanto era descrito como una figura femenina, de espigada estatura y larga cabellera, sin dejar ver su rostro, el cuerpo cubierto con largo y espeso ropaje blanco, de porte seductor con el que atraía a muchos de los que se le aproximaban, pero que al estar cerca de ella, el terror los invadía de tal manera, que algunos hasta perdieron momentáneamente el habla, otros se desmayaron, pues sin más, ni más, ante sus ojos la figura de la mujer se desvanecía y dejaba escuchar sus horribles alaridos, seguidos de aterradoras carcajadas que estremecían los oídos por largo rato, hasta perderse en el extendido silencio de la noche.

Estos son solo dos relatos de los muchos mitos y leyendas que perduran en la memoria carvajalense. Aprovechando la cercanía de la Semana Santa, próximamente abordaremos otros relatos. La mujer del Puente Chama, el ahorcado del Caracaro, el caballo de fuego en Pie de Sabana…

 

Salir de la versión móvil