Cartas | Vueltos pájaros | Por: Juancho José Barreto González

 

Esta era humana, la que está por abrirse dando vueltas en sus propias indefiniciones y secretos, en sus incertidumbres recién nacidas, en sus novicias relaciones con lo establecido por viejo y abusador, ocurrido ayer o en este momento como si fuese de otro mundo, de otra memoria, ajena, distante, como si en esa memoria yo y usted, el soporte, usted, y la carga, yo, el abre caminos al abismo, cayendo en la nueva incertidumbre vieja, como si fuese continuidad de un principio distante, allá lejos donde aprendimos a acumular miedos sobre las piedras y tallamos las piedras convertidas en casas o en armas para cazar a los otros animales.

Me doy cuenta, metido en medio de esta escena, agarrado por la historia humana, sintiendo temblores, temores y posibilidades, soy el hombre, el humano ávido de las mismas preguntas, las de la primera madre o el último de sus hijos, las de cualquier otro, pregunto y pregunto.

También he sido y soy quien construye las respuestas. Haciendo la pregunta susurro en mí la respuesta, toco con el codo a quien está al lado del codo, algo así cómo vamos o cómo te parece. Este evento es extraordinario, sigo tocando al mundo, qué te parece pregunto, toca tocar, moverse desde mí, pregunto y susurro, qué me parece, qué te parece. Todo pregunta y responde, soy quien pregunta y responde, todo pasa por el cuerpo, mi caja de resonancias, la cueva de las respuestas, sacamos el polvo de las piedras y de los primeros huesos, los de ayer, los de ahora, son paletas para pintar los rostros, las respuestas.

Cada quien es una paleta para pintar colores, rostros, preguntas, respuestas, pintarlo todo. Nos vamos al río humano, venimos del río, nos metemos, sumergirse con todo al río. No recuerdo quien me lo dijo, nos metemos al río, al mar, a las aguas profundas, nos sumergimos y al salir, al salir de ese río humano, de esas aguas profundas, a veces, salimos con todas las costras pegadas al cuerpo, deformes, llenos de costras, parecemos unos monstruos, deformes humanos con costras humanas de lo deforme.

Enseguida, al nacer, fuimos arrojados a esas aguas circundantes, tremedales de signos y de siglos. Lanzados, así por así. A nado sucio nos vamos embarrando de todos los lodos habidos y por haber. Barro en el barro, barro con barro primitivo, simbólico, hecho a sangre y fuego, fuego sangrante de su calor milenario, invicto, quemante. Barro y símbolo en el fuego, costra arcilla o cristal. Abramos bien los ojos, escuchemos las crepitaciones de los panes quemándose en los hornos; las canciones recién inventadas y las primeras canciones; los misiles y los cuchillos de sílice para rebanar los corazones de los árboles y de todos los seres vivos voladores.

Veamos los olores de las alas, también, las más antiguas, de Ángeles subversivos enrazados con los más fieros combatientes de los abismos, mujeres y hombres, saltarines de estrellas, hediondos a amor, ese nacido debajo de grandes piedras, o castillos, o satélites, capaces de voltearlos en el más sencillo vagar de la conciencia provocadora del cataclismo de las costras.

Simplemente cuando sueño, las alas de este pájaro se vuelven humanas y no palidecen cuando vuelan. Simplemente cuando vuelo, los sueños de este hombre se vuelven pájaros y no palidecen cuando luchan.

(¡¡De todos modos, Feliz 2022!!)

proyectoclaselibre@gmail.com

 

 

 

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