Cartas | Vientre del Universo | Por Juancho Barreto

Por Juancho José Barreto González

En esta propuesta de la casa como vientre del universo, debemos considerar primordialmente que, los materiales que la sostienen son esencialmente de carácter espiritual. Sus habitantes se convierten, por el tipo de relaciones en ella dadas, en “seres para la trascendencia”. La posicionalidad, la existencia del ser es apropiada para comprender y respetar lo viviente opuesta a cualquier tipo de relaciones represivas.

Lo espiritual no oprime ni reprime a aquellas otras experiencias espirituales diferentes, es decir, en este tipo de habitación se aprende a respetar, para convivir, los distintos modos de ser y existir. De allí su concepción de vientre, de recipiente vivo y latente de cuerpos culturales capaces para un convivir alternativo a la represiva civilización maquinizada, fetichizada como tal. De tal manera, a las distintas formas de aprendizaje debe adherirse una forma superior, el aprendizaje espiritual extendido hacia dentro y hacia afuera como lenguaje y acción al mismo tiempo. Este vientre del universo y su habitación sería la forma especial y singular de distanciarse de la represión física y mental civilizatoria y conflictuar contra cualquier sistema de dominio para reconocernos y hacernos reconocer como seres espirituales.

La ausencia de este lugar, la debilidad en su habitación es lo que ha permitido la trascendencia vacía de las revoluciones. Su triunfo paradójicamente derrota al ser que sale de sí mismo y lo convierte en instrumento burocrático de sus mecanismos de dominio y control. Esta religión controladora no da la razón a lo humano, la reduce o se la quita. Estas religiones políticas imponen sus formas de representación dispersándose en microfísicas represivas que invaden al ser y a la casa misma desde la materialidad cultural que nos induce a creer en un amo protector, a veces divino, a veces humano o la mar de las veces divino y humano, capaz de crear aberraciones ideológicas, capaz de deshabitar la casa espiritual y conquistarla como mero tarantín de guerra colonizadora.

Entonces, y aquí radica el germen de la propuesta, es posible habitar la casa espiritual como la capacidad creativa política y poética capaz de generar y buscar modos alternativos de decir y hacer que permita desprendernos conflictivamente de los modos operantes y sistémicos de la civilización represiva. La casa invadida por el capitalismo cultural, hasta en su inconsciente simbólico y colectivo se ha sedimentado en nuestro ser. Debemos escarbar hondo y venirnos al ahora civilizatorio que ha puesto en evidente apocalipsis la existencia planetaria, y ser capaces de crear y fortalecer tales modos alternativos para decir y hacer, lengua y manos juntos en razón de manifestar nuestra disposición de salvar el vientre del universo.

Crear una nueva cercanía, real y humana. Se necesita coraje y creatividad por parte de quienes habitan este lugar.

En cierto día de un noviembre entendí algo más este asunto. En una reunión en una casa, conversando sobre un programa de gobierno distinto, al despedirnos, una señora de pueblo fiel me pregunta cuándo regresaba y le respondí ¡Señora no se preocupe, el gobierno queda en esta casa! En la casa vientre se reúne lo humano, es y se convierte en el mejor lugar de la existencia, en el que nacemos y aprendemos a mover las manos, querer y hablar. Aprendemos a ser y hacer, a crear y defendernos de los agresores y sus mitologías. Aprendemos a tener miedo, pero también podemos aprender a tener libertad en el mundo interior que nos enseña a apreciar la vida y las posibilidades de decir y decidir.

 

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