Cartas | Viaje a mis nacimientos | Por Juancho José Barreto González

 

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Una poesía de vida para bajarle volumen a la bullaranga. Cierto estruendo no permite escuchar aquellos sonidos que vienen del alma de la gente, de los recuerdos, de las cosas. No tengo torre de marfil. Aquí, desde estas clases libres busco el lugar humano para la reunión bondadosa y subversiva, es decir, hermanada y creadora. Entre todas las subversiones cuento como primera la amorosa con todos sus ramilletes. En esta carta quiero dejarles tres breves relatos que escribí para un nuevo libro: Viaje a mis nacimientos.

Una casa de los recuerdos

Con cierto sigilo entro a la casa de los recuerdos. Una luz tenue me lleva a la habitación donde guardaba algunos mapas, bocetos de caminos y hojas sueltas de encuentros y utopías. De manera vertiginosa, regreso a los catorce años. Una reunión de estupendos muchachos escucha una cinta magnetofónica donde una voz guerrillera analiza los puntos y las íes de una estrategia contra los molinos de viento. Me quedo allí un buen rato hasta que nos retiramos silenciosos bajando de la vega del río Castán hasta la casa de Santa Rosa.

Al llegar a la casa, sin dificultad me veo convertido en un niño de cinco años de edad. Mi abuela María Dolores se mecía plácidamente en su mecedora, ella se comía una roja manzana mientras yo jugaba a sus pies, jugaba con un pequeño carro de madera y me transportaba en él velozmente.

Yo si tengo vainas

Me detengo a vernos en esta escena, transcurren cerca de cinco minutos. Con el brazo derecho manejo el vehículo del tiempo, hago círculos alrededor de nosotros. La mecedora, la abuela y su manzana, mi carrito y yo. Tomo la primera fotografía, cierro y abro los ojos. En la segunda fotografía mi abuela queda dormida con su manzana en la mano derecha, suelto mi carrito y me como la manzana.

Antes de la tercera fotografía unas voces en son de alarma exclaman ¡Se murió la abuela!

Aprovecho un descuido de la escritura que tengo que escribir, salgo de la habitación. Voy al cementerio a verificar las fechas de mis abuelas. María Dolores murió el 25 de junio de 1965 mientras que Madocia el 22 de enero de 1981.  Ambas abuelas murieron en esta casa de Santa Rosa, se quedaron dormidas.

Para la tercera fotografía invento una posición singular, enfoco una ruta perfecta. La abuela Madocia acerca su silleta a la mecedora de María Dolores, conversan cuestiones de abuelas muertas. Imagino la foto, cierro y abro los ojos. En este ínterin las escucho decir ¡Juanchito, usted si tiene vainas!

Acuerdo de a tres

Esta tarde se desarrollará en un lugar cercano el 1er congreso amoroso de mis muertos y de mis vivos amorosos. Mi lengua y mi corazón es el lugar elegido, no existe otro en mejores condiciones, son mis muertos y mis vivos amados. Mi lengua, mi corazón y yo somos los elegidos, entre los tres hicimos un acuerdo tácito, inapelable. Nos concentraremos para que la intermitencia de las realidades no afecte las deliberaciones libres entre los asistentes. Aunque tenemos, debo confesarlo, algunas contradicciones de tercer grado alrededor de la forma ideal de guardar estos asuntos en el cuarto de los recuerdos, acordamos guardar en los espacios en blanco de las paredes y el aire aquellos secretos que deben ponerse a resguardo de los cobardes, esa especie de criminales de guerra dedicados a persuadirnos a esperar el futuro con cordura.

La única militancia que sostengo hasta ahora es la de los sueños. La estrategia del soñador es salirse de todas las formas que amedrentan a los seres humanos en la realidad y en los sueños.

 

 

 

 

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