Cartas | ¿Usted cómo que me quiere decir otra cosa? | Por: Juancho Barreto

Juancho José Barreto González / proyectoclaselibre@gmail.com

Poner en comunicación los lados diferentes de la cultura dejando a un lado el propósito de la hegemonía no significa el abandono de las ideologías. La ideología luce popularmente como aquél que se la pasa mirando su ombligo diciendo que no hay otro mejor. Es recurrente la visión desde un sector para justificarse. Se coloca a sí misma como el centro del mundo y este principio la ha convertido en incomunicante.

Hace varios meses había anotado en mi cuaderno “Próximo título. Una semiótica del simulacro, falsificación, ilusión y mentira”. Quizás estas líneas antecedan a este intento personal de comprender cómo se genera la simulación, esa especie de hiperrealidad que, según Jan Baudrillard, tiene la capacidad de cubrir, como un manto mágico, la realidad.

En el Ensayo “Confesiones de un laberinto” publicado en el repositorio de la Universidad de Los Andes, adelanto esta opinión: “El control se pretende ejercer desde la sospecha. El otro representa el mal a extirpar. Esta vieja división hoy adquiere niveles de universalidad gracias a la satelización y, a su vez, redimensiona los conceptos de “enemigo interno/externo” –“aliado interno/externo” como categorías de guerra cuyos propósitos también se alteran. Es decir, cualquier plano en la disputa mediática se “mundializa”. La semiótica de la sospecha se debe instituir en mí, soy un lector constituyente de la sospecha y debo atender a una teorización personal que me permita detener la agresión teórica, previendo lo que alerta Armand Matterlant:

Hoy estamos obligados a usar muchos términos que no nos pertenecen; estamos obligados a utilizarlos porque fueron puestos en circulación y dieron vuelta al mundo antes de que su definición se instalara como herramienta de análisis. Es un problema muy serio; creo que era Camus quien decía que nombrar mal a las cosas es aumentar los males del mundo. Una tarea esencial es, entonces, practicar la duda metódica y refutar la idea de la a-topía social de las palabras que nombran al mundo, para identificar el lugar desde donde hablan sus creadores y sus operadores (Revista de Economía Política de las Tecnologías de la Información y Comunicación, www.eptic.com.br Vol., n.1, Ene. / abr. 2003, p. 12).

Si sospecho, interrogo, ¿Usted cómo que me quiere decir otra cosa? Esta pregunta crearía una parcial conmoción triádica del objeto directo, del indirecto y su representamen… de esa cultura desregulada conceptualmente que pasa como cierta, segura y firme, esa a-topía satelizada a velocidades de lo instantáneo confirmada por un lector desprevenido y feliz, un reproductor no sólo sin ética, cuyo lugar hiperreal de nacimiento ha permitido, adquirir una memoria desregularizada, llena de puntos comunes sin inventario, una gramática cibernética que ha sido capaz de borrar nuestro terrícola ejido de nacimiento y, como lo indica Matterlant, se borra el lugar “desde donde hablan sus creadores y sus operadores”. Yo pediría auxilio a la filosofía antropológica de Paul Ricoeur para insistir en ligar toda acción humana a una temporalidad, es decir, esa intensa desregulación no es atemporal, entra en el tiempo de los hombres y, por lo tanto, de la historiografía, es decir hacerla inteligible, comprensible. Esta sería una exigencia para la semiótica de la sospecha, hacerse comprensible frente a la “historiografía” de la globalización cibernética entendida como parte del relato humano de tal cibernética que debemos colocar, ubicar o rescatar al choque de tiempos de la humanidad…

 

 

 

 

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