Cartas | Tomar la palabra | Juancho José Barreto González

 

Tomar la palabra es distinto a pedirla. Tomar la palabra para poder decir, no reproducir sino producirla, darle una salida desde el vientre del significado.

Ese aire que sirve para soportarla, es porque ésta, mi palabra tomada, es leve, franca, artesanalmente cariñosa, personal, corporal. Lleva el soplo de mi corazón o el ruido hiperacúsico de mis vísperas. Entonces, el aire se enaltece o se enrarece según sea el caso. Afecta “al oído de todos mis sentidos”, al cuerpo: Mis manos tocan al cielo de los muertos floridos, y copia de ellos sus pasatiempos en la ausencia. La escritura, es decir, la palabra hecha letra a letra, retiene en sus retinas, lo que sirve o merece ser retenido. A veces nos volvemos humo, el viento se lo lleva lejos. Un pedazo de papel o un escrito en una pantalla rota es una historia fallida.

Trato de tomar la palabra y me doy tiempo, mientras, mis otros a los cuales les pertenezco, allá o acá, cantan como los grillos curanderos. Y los otros vivos, mis amigos, se ríen y me dicen como mis abuelas ambulantes “este Juancho si tiene vainas”. También la realidad es una casa ilusoria.

Antes de tomar la palabra subo al copo de los árboles, no ya para huir de las vacunas escolares. Me gusta ver el copo de los árboles. También el techo de las casas o de los edificios manchados por el tiempo. A estas alturas, el tinnitus desaparece porque es más fuerte el canto a los trece metros de altura.

También pienso, por si las moscas, prefiero contradecirme a decirme siempre lo mismo. A lo mismo le cayó a lamparazos la alteridad, es decir, los egos desconocidos. No tengo la razón, pero tampoco se la doy a quien no la tiene. Esta, la razón, es una envoltura peligrosa que sirve para justificar lo injustificable. En realidad, es una máscara de la casa ilusoria.

Trato de alimentar mi libertad con el empeño a serlo, comparto la libertad que tomo de la palabra misma. Levanto mi brazo para decir “No estoy de acuerdo”.

Miro arriba abajo y hacia los lados. El bosque humano también está hecho de raíces. Las palabras raíces usualmente se ocultan de la cultura de la bullaranga. Quienes las conocen las usan en voz baja o en círculos íntimamente humanos. La realidad de la casa ilusoria es el grito, la mentira que va junto a la avaricia. Lo dominante no toma la palabra, la usa. En la casa ilusoria cada habitante iluso vive de imágenes e ilusiones. Ayer hoy no existía y mañana tal vez.

De presto el viento me zumba, en un momento de descuido, al primer libro leído. Es así como les propongo a mis estudiantes preguntar a sus familias sobre los primeros libros leídos o escuchados. O que pregunten por las palabras más amadas.

Tomar la palabra, decir, preguntar, responder. El ámbito principal de todas las lenguas es el habla. Volvámonos habladores, no hablachentos. La diferencia es el demonio que llevamos por dentro. Poetas, “no cantéis a la rosa/ hacedla florecer en el poema”.

La palabra tomada es leve y franca. Busquemos el lugar para cuidarla, para hacerla florecer en el día y en la noche. Los ríos sagrados de nuestras lenguas tienen palabras profundas, sedimentadas en el espíritu humano. Tomamos la palabra, decimos porque tenemos algo que decir. Las raíces del bosque humano se alimentan de estos ríos. Quienes no, los arruina la tala civilizatoria. Tomar la palabra es distinto a pedirla.

 

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