Juancho José Barreto González
proyectoclaselibre@gmail.com
El amor no se incita, ni se excita, si no hacemos nada por ello. Hace algún tiempo, frente a la tristemente célebre “Guarimba” opuse el término, el neologismo “Amorimba” que debería entenderse como la acción para generar amor, no para “cortarle la cabeza al otro”. En todo caso. Nos estamos refiriendo a sentimientos propios de lo órgano afectivo, de las relaciones interpersonales, incluso, interanimales. Guarimba y amorimba son polos opuestos y congruentes de un proceso para la perdida de sensibilidad en las relaciones humanas mediadas por instituciones que van perdiendo la capacidad social de producir bienestar. El malestar se impone y nadie quiere atender al enfermo. Ya no dependemos del amor para curarnos porque la incitación a no amarnos se ha vuelto una cultura dominadora de los sentimientos. El odio es menos costoso para el poder, menos riesgoso. “El poder no ama” me decía hace años uno de mis maestros. No ama porque no puede desposeerse de su poder, no puede ser un poder sin poder. Incita al odio porque está incapacitado para el amor.
El que ama al otro posee al otro siendo poseído por él. Poseernos unos a otros, este “amaos unos a otros” es subversivo, atenta contra la cultura del odio en las relaciones interpersonales y colectivas.
En el sistema nervioso, viviente, de las relaciones humanas ha hecho mella, desde siempre, el odio incitado por el que más puede. El poder del odio se disemina a través de los genes culturales del egoísmo y del racismo. Creerse más que el otro es odiarlo, necesito quitarlo del paso, quitarle su alma y la tierra que lo soporta, quitarle su aire y sus cantos, quitarle el espíritu de su lengua. El poder posee, pero no quiere ser poseído, no debe ser poseído porque se pierde en el mapa de los sentimientos, niega ser poseído para crear el espectáculo de su cultura de poder que posee y no ama. Aquí el amor es “una pirueta”, una consigna, un slogan publicitario. “Un fetiche” que reprime los sentimientos con otros fetiches, siempre vacíos de amor, publicidad, o, simple regocijo intrascendente. Ya todos conocemos la cultura del odio, el lugar odioso, la incitación al odio. El poder no ama.
Para amar hay que quitarle al poder su incapacidad de no dejarse poseer por el amor. Tarea difícil en una sociedad llena de poderes y podercitos. La cultura del amor desde el amor, no desde el poder falsario, es alteradora del poder, aniquiladora del poder incapaz de desposeerse para amar. Para no desposeerse crea más poder, más fronteras, cercos, murallas físicas y políticas. El amor que ama deberá ingeniárselas para incitar al amor y colocar al poder odioso que odia en un lugar donde no haga daño o haga el menor daño posible. En una de nuestras culturas indias, al criminal lo castigan de esta manera; “No le hablan, no le dan comida, le dan la espalda” hasta que huye a otro lugar.
Recuerdo mi “Cartilla de Deberes”: Tengo el deber de amar a la Naturaleza por encima de todas las cosas, por debajo de todas las cosas, a la derecha y a la izquierda de todas las cosas. Tengo el deber de ser un terrícola amante de la casa donde vive, atender con cariño a sus urgencias por encima de cualquier interés privado o público, nacional o multinacional. Tengo el deber de inventar nuevas prácticas humanas para drenar los odios creados en la historia por facciones y fracciones del viejo poder de inquisidores, devotos y votantes.
Es posible una filosofía popular del amor para llevarlo en los ojos. Los pemones dicen, cuando van a olvidar a alguien, “te borraré de mis ojos”. En caso contrario, para recordar a alguien, “te llevaré en mis ojos”.
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