Salvador Valero pinta con la tierra, con la memoria, con las aguas subterráneas de los mitos, con la conversa con la gente, sus fantasmas y sus encantos. Existe, pienso, como el árbol con sus raíces, una decisión seminal de registrar, contar, dibujar y pintar lo que trae de la tierra, de su ejido de nacimiento y lo que le llega por su compromiso con la vida suya. Así se va conformando una estética primaria para llevar a su obra a los habitantes de su comarca, con imágenes hechas con los colores de la tierra. Todo este gentío y su imaginario es “retratado” a través de las manos maravillosas conectadas con un mundo real y su sentido logrado que permite que todo ese gentío transite como en una “legua de cuadros”.
Soñé que en Escuque se reunía toda su obra y la gente festejaba, reuniendo también a otros artistas, músicos y campesinos. Salvador Valero, venido a este mundo en 1903, fue descubriendo debajo de las hojas de su infancia, los colores de la tierra. Siento que esto atraviesa toda su obra. Los colores de la tierra se asocian para que su arte participe en su vida de la cual se va a haciendo responsable. Esta estética, entonces, se va convirtiendo en una ética. Esta mirada sincrética propuesta acá me permite decir, metidos en esa legua de obras, se mueven alrededor de dos símbolos que recrean su mundo y en la cual van a moverse sus personajes, los objetos, sus encantos y sus terrores, sus creencias y sus fiestas. Allí están “La mudanza del encanto” (1957), un maravilloso cuento metido en un cuadro, y está del otro lado, su “Hiroshima” (1971) como enfática denuncia de la guerra y de la locura de la modernidad y su civilización bélica. En medio de estas dos orillas se mueve el sonoro y a veces solitario río de la vida. Seres posando en la soledad del lienzo, juglarías y holgorios populares. Por supuesto, cada obra, cada texto artístico habla y nos dice. Debemos escuchar y mirar, leer y recuperar sonoridades.
El Museo “Salvador Valero” abre sus puertas en noviembre de 1976, meses después del fallecimiento de quien se inspira su nombre. Comienza a funcionar en una vieja casa en Trujillo capital. A iniciativa de Carlos Contramaestre, al cual le debemos el proyecto, y con el apoyo de la Universidad de Los Andes a través de su Rector magnífico Pedro Rincón Gutiérrez, el museo comienza a abrirse camino y lograr la reunión de los poderes creadores del pueblo. Más aun, este mágico proyecto se inspira en los debates del Congreso Cultural Cabimas 1970 sobre la dependencia y el neocolonialismo, evento en el cual, entre otros participan Salvador Valero y Carlos Contramaestre. También debemos decir que, nuestra casa universitaria, el hoy Núcleo Universitario “Rafael Rangel” oriundo de 1972, proviene de la reforma universitaria. El Consejo Universitario encabezado por Pedro Rincón Gutiérrez, nombra una comisión en 1969 para la redacción de este proyecto universitario.
La lógica que se nos quiere imponer pretende bloquear los espacios de creación y reflexión. El neoliberalismo sigue desafiando a nuestros espacios convivenciales y le impone microfísicas de dominio para ponerlos al servicio de la “conciencia encuevada” como lo diría Mario Briceño Iragorry.
Celebrar la obra de un artista que nos lleva a la emocionalidad y fundamentos del arte de los poderes creadores del pueblo, emparejada con la reflexión de pensar la vida con el compromiso de defenderla frente a una civilización demente, permite volvernos a encontrar y reconocernos en los colores del ser humano y de la tierra.
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