La guerra es un acto organizado para aniquilar al otro, llevarlo al límite de la muerte y conquistar su vida, su territorio y su casa. Es consecuencia del miedo al otro, al diferente, siendo la muestra fatal de la demencia humana. Es el acto que, repetidamente nos muestra, la incapacidad para la convivencia.
Es el acto que muestra el poder del conquistador, es la hazaña criminal del ser humano contra el ser humano, la repulsión por la vida, las ganas de matar, el culto a Caín. La muerte es el dios de la guerra. La civilización de la guerra es el instrumento complejo que «un mundo» tiene para regularla, justificarla y controlarla. Cada vez se convierte en un mecanismo que nos compromete con la guerra, queramos o no queramos.
Así el humano se convirtió en guerrero contra otro. Es la agitación criminal convertida en jornada agresiva contra la vida.
El pastor se convirtió en soldado contra otros pastores. Al inventar la guerra se genera la repulsión al otro. Diego de Landa, en nombre de la iglesia conquistadora decía sobre los indios, «la pólvora se convertirá en incienso». Por supuesto, dentro de las técnicas de la guerra entran todos aquellos discursos que la justifican y la prolongan en el tiempo. Y los medios para propagar esos discursos, cuestión que nos lleva a comprender «la comunicación» como un acto de guerra para la conversión del otro en lo que queremos que sea: Un enemigo a vencer. Tal complejidad nos lleva a comprender que el ser humano es, a la vez, instrumento y víctima de la repulsión de la vida de sus semejantes.
La guerra o el crimen generan la muerte, vivifica la muerte en repudio a la vida. La casa terrícola es la tensión constante entre la vida y la muerte, es el lugar para la estrategia permanente de conquistadores que juegan a la guerra por la propiedad sobre la tierra. Ha sido el descubrimiento y la conquista de la tierra como empresa para pelearse por sus riquezas. El sentido de cada guerra está asociado proporcionalmente con el cálculo de las riquezas a controlar después de terminada esa guerra. El eufemismo de siempre lo llama «nuevo orden mundial». Traducido a la lengua de la comprensión podríamos estar en presencia de un «nuevo reparto del mundo».
«Unos seres, con sus inventos, actúan contra otros seres que se defienden también con sus inventos». De uno y otro lado. Los dueños de los inventos son los únicos beneficiarios. Así podemos contar a los barcos, los bancos, los periódicos (en constante transformación hasta llegar a las redes sociales) pero, en particular a las empresas armamentistas y un tanto a los ejércitos como órganos capacitados para entregarse a la muerte por azar. Las armas son los instrumentos favoritos para matar el cuerpo del otro y arrasar sus territorios (poco se habla de los ecocidios de guerra) mientras, los medios de comunicación son las armas para «formatear» las mentes humanas. La guerra y sus instrumentos forman parte de la cultura de unos contra otros, la capacidad para justificar la muerte del otro y convertirla en mercancía para el futuro del mercado común de las víctimas.
Tenemos miles de años matándonos unos a otros. Podría escribirse un gran libro sobre el crimen humano y sus cultos del hombre bárbaro y demente.
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