Cartas | Pensar como los árboles | Juancho Barreto

 

Juancho José Barreto González / proyectoclaselibre@gmail.com

 

Viene el otro que me niega históricamente, como pueblo, como memoria colectiva. Soy parte de aquellos negados por siempre, orilleros. Sigo esforzado para crear desde tales orillas “un centro del lenguaje” que me mueva en todas direcciones, atravesar las fronteras de los otros para comprenderlos y comprenderme desde la diferencia. Para crear el acuerdo de vivir en desacuerdo, pero convivir.

Para ese acuerdo del desacuerdo es importante el pequeño lugar que ocupo y entender mi casa y mi cuerpo como la primera línea de la cultura, el primer círculo, la primera vuelta para reconocerme con la primera línea de los demás. De allí la importancia de la visita y la conversación sobre nuestras primeras líneas. He sostenido que esta casa está invadida por la cultura de otros, por intereses mercantiles y emocionales de otros que me distraen y me invitan a ser como ellos, siendo ellos peones de otros invasores y así hasta los centros reales de formación de los símbolos para controlar el predicado base de las personas: la mente y el cuerpo.

Debemos desperezarnos de una manera no ordinaria ni repetitiva, debemos alejarnos del más de lo mismo que nos ofrece la cultura industrial del sentimiento y del goce. En el caserío humano deberemos profundizar nuestras rutas de pertenencia y contradicción. “No es mirarnos desde el ombligo egocéntrico sino desde la orilla contradictoria y a veces creativa en sus estallidos.

Venir desde afuera, desde los otros que somos para abordar nuestra memoria personal, este mundo capaz de cuestionar, construir y destruir. Es la metáfora posible del poder de las personas. De allí vienen las parejas, la familia, la sociedad, el mundo. Desde esa orilla, el ser humano ha dispuesto de sus centros y en tales intentos ha caído y se ha levantado, y en algunos casos, se ha levantado como monstruo de sí mismo y de la humanidad entera. Ya no es su saber sino su demencia la que ha predominado” me digo en el Prólogo de Escritos desde la orilla (2012).

Pensar como árboles, ser raíz y aire y tener consciencia de “la gastada belleza” como lo canta Juan Canelones en su poema. Llenos de pesadumbre nos precipitamos como las hojas de los árboles, quejumbrosas.

Caen al suelo con sonidos de/cáscaras rotas/  Las creía leves e imperceptibles/ en su caída/   Me detengo observando su/ desprendimiento/ pensando la vida como un árbol

Nos espera el precipicio, pero bien vendría el sacudimiento y no la pausa para caer en él como sempiternos sacrificados de la tierra a pesar de ser los únicos productores de oxígeno. De “el potente dolor” que nos aguarda deberá surgir el canto del sufrimiento y la esperanza, así juntos en la revuelta del cuerpo y de la casa para imaginar de nuevo una primera línea de la vida como vida, de la libertad como modo de aniquilar los dolores de esta muerte social y del planeta.

No perdernos en el desenlace o, mejor dicho, en la encrucijada. Luchar por la casa nuestra, redimir su memoria rebelde, levantisca y de fuego. El caserío por la casa y su dios redentor, no ya sumiso en “el potente dolor” de árbol crucificado, ni subalternos de engreídos fariseos que se creen los dueños de todas las casas, de todas las especies vivas, sobretodo, de nosotros, bípedos y con conciencia de perennes esclavos.

Pensar como los árboles, echar raíces más fuertes, soportar el precipicio alargando nuestros brazos para agarrarnos de nuestra primera línea.

 

 

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