En el seminario “Hablando venezolano” realizado hace dos años hablaba del Libro de las contrataciones. El primer contrato en España para descubrir y anexarle tierras y súbditos al imperio lo firma Don Cristóbal Colón con la Casa de Contratación de Sevilla, en 1492. Se podría escribir un voluminoso libro sobre Venezuela y los contratos que la convierten en una empresa o franquicia que puede ser cedida, alquilada, donada o vendida.
No hace tanto tiempo, llegamos a tener dos presidentes, dos firmantes “legales” de tales contratos. Forman parte de la historia del despojo y la dependencia. Maduro y Guaidó pasarán a ese otro libro de récord y absurdos, negociantes de la soberanía nacional al mejor postor. Dos presidentes del mismo país. Este absurdo histórico, preparado en la oficina oval del gobernante mayor, terminó de partir en dos a la nación venezolana. A esto se le agregaría, tres asambleas y dos tribunales de justicia. Revisen ustedes si esto es o no es un absurdo histórico, un desgarramiento más del sentido de pertenencia, del espíritu de nación flagelado desde su nacimiento.
Lastimosamente esta parodia siguió su curso. Guaidó encabeza una de las cosiatas más temerarias de nuestra historia interior. Logra dividir al país y oficializa un gobierno paralelo que saquea el tesoro, embajadas y empresas en el extranjero. Profundiza la cultura bipolar que había ido nutriendo el llamado chavismo con aquello de “majunches” y “escuálidos” y, sobre todo, con la distancia que se estableció entre la Constitución novicia de 1999 y la sociedad venezolana. Se suponía que una nueva constitucionalidad era para reorganizar bajo la estela de su normativa superior a la sociedad salida de la cuarta república. Se siguió el rumbo del poder. No del derecho o estado social del derecho.
La cosiata mayor logró sus objetivos, dividirnos en muchos pedazos mientras competía con el sistema corrupto establecido. El proceso constituyente, por no ser originario, no tocó las bases culturales ni materiales de la sociedad en sí, no alteró el sistema de relaciones ni sus gramáticas fundamentales. Es decir, la cuarta república siguió viviendo en la quinta república saqueando cualquier iniciativa que pudiera darle aliento distintivo a la dinámica popular bolivariana.
Los partidos de izquierda se “estatalizaron” y comienzan a consumir sus energías en la defensa de la burocracia, cargos y privilegios, son incapaces de actuar fuera de la dinámica del sistema administrativo del “Estado poderoso”, quebrado hoy como resultado de la estrategia de la bipolaridad, negociar con el otro, pero no dejarlo gobernar, donde todo se perdona “hasta que llega el momento de aplicar la ley y aplastar con su peso a quien la desafía”. Así, la estrategia bipolar, degeneró en un pueblo bipolar, partido en dos.
Cómo podríamos explicar, entonces, la dinámica de la bipolaridad, las cuotas de poder “entre dos gobiernos de la misma empresa” y, sobre todo, la ideologización de la cotidianidad, la pérdida del debate político y la no existencia de una opinión pública con voluntad propia y distante de esta cultura de bloques bipolares. Los jefes de los partidos, de tal manera, ya no son representantes del pueblo desvalido sino, defensores de las cuotas de poder que les da la administración de cada uno de sus bandos.
Falta mucho para analizar con claridad el sistema político bipolar donde destaca la incapacidad para gobernar “con la verdad por delante” y la de salirse del marco de dependencia creado por los Estados Unidos en su reconquista de Venezuela.
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