Cartas | Para leer he leído, una taza de café con Mario Briceño Iragorry (VII) | Por: Juancho Barreto

 

Juancho José Barreto González

proyectoclaselibre@gmail.com

Pero sé que habrá tolerancia y comprensión con estas palabras, tienen un destino cierto en los seres capaces de tocar tierra, poner los pies en nuestra tierra para defenderla y quererla de verdad. Esta tierra es al mismo tiempo la costa que debemos defender, pero es imprescindible el genuino encuentro con nosotros mismos.

En Mario Briceño-Iragorry, como en muchos otros, encontramos nuestros conmovedores símbolos, en libros y lugares, en palabras y seres humanos, en acciones nutricias para alcanzar esa nación interna hoy vapuleada por la tempestad geopolítica de los poderosos conquistadores de ayer y de hoy.

Es imprescindible tocar al ser humano, que esté a nuestro alcance, verlo, conversar, decirnos las verdades de frente. Lo denuncia Ernesto Sábato cuando escribe en su libro La Resistencia: “Está más a nuestro alcance un desconocido con el que hablamos a través de la computadora. En la calle, en los negocios, en los infinitos trámites, uno sabe —abstractamente— que está tratando con seres humanos, pero en lo concreto tratamos a los demás como a otros tantos servidores informáticos o funcionales. No vivimos esta relación de modo afectivo, como si tuviésemos una capa de protección contra los acontecimientos humanos “desviantes” de la atención. Los otros nos molestan, nos hacen perder el tiempo. Lo que deja al hombre espantosamente solo, como si en medio de tantas personas, o por ello mismo, cundiera el autismo” (2000, p. 3).

Necesitamos afinar las monturas de nuestros caballos, como el de Ledesma “por cuyas venas corre sangre del Pegaso, de Lampo, de Rocinante y de Babieca” para participar en las grandes jornadas por venir.  Nos bebemos estos sorbos de café comprometidos con las mejores búsquedas y empeños, en una urgencia siempre aplazada o vapuleada por nulidades andantes, castradores de los mejores proyectos que osan lanzarse al desafío de los laberintos, pero insistamos para despedirnos en esta senda taza de café, con el pedido de Briceño Iragorry ya al final de su El caballo de Ledesma:

Más, sobre el mérito de esta consagración definitiva en la vida del pueblo, el caballo de Ledesma pide con urgencia caballeros que lo monten. Pide nuevas manos que guíen las bridas baldías. Pide hombres de fe en los valores del espíritu a quienes conducir, luciendo sus mejores caballerías, hacia los senderos por donde pueda regresar Bolívar vivo. ¡Bolívar vivo, portador en la diestra de antorcha con que se despabilen nuestro sueño y nuestra inercia!… (p. 97).

Para recuperar la república hay que buscar la unidad del pueblo, para realizarla, para recuperarla en lo grande, en lo pequeño, en lo cotidiano. Si el pueblo crece, cualquier opresor, cualquier imperio parecerá enano insignificante como le gustaba decir a nuestro querido “Antiguo Cruzado Antiimperialista” ¡Salud!

(Tomado del libro de Juan José Barreto González, Dondequiera. Ensayos sobre el miedo, 2020).

 

 

 

 

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