Juancho José Barreto González
Además de abrirles las puertas al “nuevo invasor” formamos parte, aun sin saberlo, de una de sus estrategias favoritas, “dividir para reinar”. Estamos divididos en todo. “Se nos olvidó sumar”, como me dijo un amigo hace algunos meses.
Los constructores culturales del lugar común debemos inventar, crear y reinventar todas las técnicas posibles para la reunión, el discernimiento y la resolución de los conflictos comunitarios y nacionales. Una especie de nacionalismo comunitario donde la casa-nación se reinventa. El viejo maestro de los pueblos, Mario Briceño-Iragorry, nos recuerda que el nacionalismo no se opone al internacionalismo, pero sí al imperialismo. En nuestro caso latinoamericano, la construcción cultural del lugar común queda asociada con la pendiente utopía de la Gran Colombia, atascada hoy al igual que ayer, y atacada, por quienes se acostumbraron a decidir por encima de las comunidades, dejándoles sólo el papel de ser subalternos de la geopolítica y de la geo inteligencia cuyo poder pretender disputar y se disputa el planeta bajo nuevas reconfiguraciones en su casi constante metamorfosis capitalista. Regresemos al Maestro de los pueblos con sus girasoles frente a la presunción y al despropósito de la confusión:
La negación de la confianza, la actitud pesimista de quienes sólo ven los defectos sociales, no justifica, como reacción, una euforia anticipada que conduzca a dar por logrado aquello que precisa de una serena meditación constructiva. Al mismo tiempo que debemos luchar contra los peligrosos complejos que incitan a la desesperación y a las situaciones negativas, estamos obligados a luchar contra el hábito desesperado de la carrera, que condena a llegar con las manos vacías de realidades, esto es, a llegar sin ser nosotros mismos (p. 177).
Ningún pueblo está capacitado para reconocerse si no comprende su propia crisis de pueblo. Me es imperioso recordar a Simón Bolívar en su “Manifiesto de Cartagena” cuando decía que no nos derrotaron las armas del enemigo sino la división interna. Trujillanos, venezolanos, latinoamericanos, no se trata de derrotar o aplastar a la oposición, postular un gobierno de transición o esas cosas. Eso es más de lo mismo, continuidad dolorosa de lo que Bolívar ya denunciaba en 1812. Nuestro esfuerzo para crear una obra perdurable pasa por la capacidad de comprender que para hacer la revolución se necesita de un pueblo revolucionario, de una sociedad revolucionaria e independiente. Son alarmantes los niveles de dependencia y de los nuevos pitiyanquismos. Se han multiplicado los llamados para que “los tíos San” vengan a salvarnos. Es necesario sacudirnos los yugos mentales y estomacales, y que estas palabras del maestro de pueblos repiquen en las campanas de la catedral mental: “perdida la autonomía económica, los pueblos acaban por perder también su autodeterminación política” (Alegría de la Tierra, “Yuca”, 2007, págs. 254,255), pero, suele suceder que “…cuando nos disponemos a cruzar ideas, si es que las cruzamos, terminemos peleando, en razón de nuestra carencia de tolerancia y comprensión” (Alegría de la Tierra, “Una taza de café”, 2007, p. 141).
(Continuará). (Este ensayo forma parte de mi libro Dondequiera. Ensayo sobre el miedo. 2020).
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