Juancho José Barreto González
El desafecto corroe las relaciones, el no querernos. A pocos metros del centro de esta ciudad de “María Santísima” yace, fenece en el peor de los abandonos la casa natal de Mario Briceño Iragorry, el que nos dio tanto afecto y comprensión ¡qué mal pagamos a quienes nos abren los ojos! Un incendio en el local vecino, una casa de comercio, avanzó a nuestra principal casa de la memoria. El incendio produce escombros, esa amnesia que deforma, corroe, borra del mapa a los seres que habitamos el espacio.
Los conceptos quedan simbolizados en las palabras. Toda la obra de Mario Briceño Iragorry está destinada a simbolizar lo que somos como pueblo y de cómo hemos sido quebrados como pueblo, lo que destaca nuestro maestro de la memoria como crisis de pueblo en uno de sus libros estelares, Mensaje sin destino (1951). Valorar la obra, el pensamiento y la acción de Briceño Iragorry es tener la capacidad de valorar todos los esfuerzos creativos para comprendernos desde la valentía y la franqueza. Valorar, es darle el valor, el peso cultural correspondiente a todos aquellos seres que constituyen nuestra biblioteca viva, el espíritu vivo de nuestros pueblos. El incendio amnésico debe sustituirse por la flama vivificadora.
Todo esto es imposible si sólo nos limitamos a traer en una efeméride, en una fecha “celebratoria”, el recuerdo del hombre constructor de cultura, es más, de cultura para la libertad. Debemos hacer tiempo para el café conversador, tan difícil de lograrlo en tiempos tan apresurados y letales. En términos iníciales, debemos contrarrestar nuestras presunciones, descontar ese “llegar sin saber llegar”, ese tomar por anticipado, antes de tiempo, característica de la “viveza criolla”. En Pequeño tratado de la presunción (1954), breve ensayo que viene como anillo al dedo, después de hablarnos de la procedencia del concepto, matiza nuestro maestro de pueblo:
Tanto en el orden teológico como en la primitiva acepción latina, abultada en el sermovulgaris de la Edad Media, la presunción constituye una actitud de tomar con antelación, de invadir derechos ajenos, de usurpar lo que a otros corresponde: presumo, tomar por anticipado. En lo que dice a la genuina y recta comprensión de la palabra, adelantarse en el propio juicio sobre sí mismo, con ánimo de jactancia, es sólo lo que deja al vocablo la acepción en uso. Apartado de su valor primitivo y de la acepción procesal de cosa que se tiene por verdad, apenas resta para el vocablo el valor superficial de “afección inmoderada, merced a la cual nos idolatramos y que nos representa a nuestros propios ojos distintos de lo que realmente somos”, según en sus Ensayos define Miguel de Montaigne. Sin embargo, un recto estudio del pleno contenido conceptual de la palabra nos lleva a comprobar que la usurpatio, la invatio y la actio injusta de la latinidad decadente permanecen en el cascabullo de la idea que el vocablo encierra. No otra cosa que usurpación de méritos constituye un recto examen la posición de quien se representa ante sus propios ojos con atavíos de facultades de que en realidad carece. El versificador que presume de poeta y el religioso que se cree santo están ya usurpando posiciones que no les corresponden, y, en consecuencia, cometiendo una actio injusta (p.p. 171-2).
No podemos seguir con el festín de los “presuntuosos”, debemos abordar sin ligereza y con responsabilidad histórica la “falta de un primer piso” como lo expresaría Don Mario en otra ocasión.
En otra parte hemos escrito –continúa Briceño Iragorry- que nuestra gran tragedia cultural del pueblo radica en haber llegado sin llegar. Vale decir, en haber usurpado posiciones que no nos correspondían por derecho propio. No ya pecado contra el Espíritu Santo, sino falta plena contra nuestro deber social, contra la sinceridad que nos reclama la propia sociedad de que somos parte. Pueblo de presuntuosos, hemos buscado el fácil camino de tomar por anticipado los sitios que reclaman la sistemática de un esfuerzo lento y mejor orientado. Presumir, no en su corriente acepción de vanagloriarse, sino en su soterrada significación de anticipo de la hora, ha sido la tragedia cotidiana, menuda y persistente que ha vivido nuestra nación a todo lo largo de su dolorosa y accidentada historia. La vía del asalto y de la carrera para llegar más presto a sitios que reclamaban una idoneidad responsable (p.172).
(Continuará). (Este ensayo forma parte de mi libroDondequiera. Ensayo sobre el miedo. 2020).
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