Después de tomar café y responder algunos mensajes, esperaban en el teléfono, suelo apagarlo en la noche, me dedico a limpiar unas “gomas” que me regaló hace tres diciembres uno de mis mayores sobrinos. Medito sobre sus andanzas. De porte sencillo han resultado duraderas. Caminos suaves y escabrosos retienen sus huellas. Queda sobre ellas la historia. “Uno se cuenta de la mejor manera. El relato vuelve a pasar por esos caminos y los organiza para que no desaparezcan en el olvido”. Pero, tú que lees estas historias, de seguro la conduces a una nueva situación comunicativa.
En esta comarca humana nada me es indiferente. Tenemos mucho tiempo lanzando la basura al mismo lugar. Nadie habla de reciclaje, menos aún, nadie lo practica. Nadie es una persona sin nada, un adverbio solitario. A veces aparenta tener o hacer, aunque tiene muchos pretendientes, quisieran ocupar su lugar gris que se torna sola en pura apariencia. Alguien llega y toca la puerta.
Se reúne unos minutos consigo mismo, ha sabido darse el tiempo necesario para ser y hacer el ser mundo. No tengo enemigos se dice en media voz. Nadie se enfada mucho con esta actitud y aptitud de Alguien. El gato mira por la ventana mientras el calor incendia la sala de espera. “Esperemos que algo suceda dice la señora Esperanza”. Alguien actúa, no se cruza de brazos. El gato se vuelve poeta y murmura: La esperanza es la esperma de una vela que alumbraba.
Nadie se ha vuelto ruidoso e insolente. Sabe gritar. Mi hiperacusia intelectual me ha conducido a conocer aún más “la cultura de la bullaranga”. Son formas del conflicto cotidiano que permiten aturdirnos. Nadie quiere imponerse sobre Alguien. Ha escrito un catálogo impresionante sobre la cultura de lo ruinoso.
El verbo “arruinar” en todas sus conjugaciones. Debe llamarnos la atención el comportamiento de Nadie y su cultura de la bullaranga. Llamar la atención no para concentrarnos en ella sino para entender su sistema de la cotidianidad como sostén de todo sistema de opresión. La civilización represiva es reproducida a diario por Nadie. Este es su don. No tiene rostro, es compulsivo reproductor de las mediocridades del Estado Mediocre de la vida. Don Nadie sostiene la nada envolvente que como manto sensual y ridículo puede dominar la escena de lo absurdo.
“La personalidad colectiva de Nadie da vueltas. En cada giro alimenta el giro posterior y es sorprendente cómo logra ganar adeptos y adictos”. Su vida es un vendaval de supersticiones y vísceras. Aparenta pensar para convencernos de sus idolatrías. La esperanza es esperma y no luz. Está escribiendo un manual inédito de cómo atormentar al otro, sacarle las canas, mientras, se jacta de su poder de poder. Nadie está por todas partes. Al salir de su cueva, hace muchos siglos, comenzó a desgarrar las ramas de los árboles. No tiene alma y se ha hecho fuerte.
Alguien por su parte aprendió a no retroceder. Recuerda siempre el cuento de Jenofonte y aquello de “entre la espada y la pared”. Nadie tiene muchos soldados y sirvientes. Le sirven y le hacen reverencia. Son subalternos sirvientes, “nadiesitos” al fin y al cabo. Alguien no es perfecto, Nadie se lo cree. Este parece un cuento de nunca acabar, Nadie actuaba contra Alguien y este no sabía retroceder. Se reúne unos minutos consigo mismo, ha sabido darse el tiempo necesario para ser y hacer el ser mundo. No tengo enemigos se dice en media voz. Nadie se enfada mucho con esta actitud y aptitud de Alguien…