Cartas | Mirar el abismo | Juancho José Barreto González

 

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Podemos resumir la carta anterior en esta oración: Sólo los pueblos pueden detener la guerra. Agreguemos otra: Los que alimentan las guerras, no están interesados en detenerla.

Decía Nietzsche, “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti”. De tanto mirar ese abismo que nos fragmenta cada vez más, nos convertimos en “colonos del abismo”. La naturaleza de la guerra se transfiere a la naturaleza de sus artífices quienes ya nos tienen convencidos de “la necesidad de aniquilar al otro”.

Aparecen así las armas. La más importante: el discurso que la justifica, el gran poder de comunicarla. Resultado abismal: la comunicación de guerra, para la guerra, para aniquilar las sociedades y las civilizaciones, para convertirnos en colonos obedientes de la gran orden del poderoso dueño del poder de la guerra.

Ese poder, de muchas formas nos fragmenta, nos corroe, nos quita lo humano y nos convierte en abismo, en soldados y rehenes. Frente a la hermosa canción “Sólo una palabra tuya bastará para sanarme”, el abismo, de tanto mirarnos nos muestra el revés absurdo de la muerte donde “sólo una palabra tuya bastará para aniquilarme”. Antes y después de tal palabra aniquiladora (¡Culpable!) se intenta, siempre se intenta aniquilar toda forma posible de convivencia, de sociedad. En esta otra forma de guerra, la de los discursos, “el poder imperial” ha instrumentalizado toda una ciencia de la mentira que permite convencernos de que las víctimas son “los verdaderos culpables”.

La descolonización de las guerras estaría dada en la recuperación de lo que se quiere borrar, la memoria de sus víctimas. Pero, como me escribió una dama lectora, “cada quien echa el cuento que le conviene”. Entonces, predomina el que tiene soldados más audaces y mecanismos para hacer correr la información conveniente a sus propósitos. En este ejército plural de la guerra, necesitan todo tipo de soldados y colonos, rehenes de ese poder cultural que nos convierte, aquí, allá y más allá en repetidoras ambulantes, diestros y siniestros reproductores del tan mirado y admirado abismo de la muerte. La muerte es un juguete dominante. Controla la mente de quien la venera y acaba con aquél que se atraviesa en el camino al abismo. El poderoso es la primera víctima de su poder. Empuja y se empuja.

¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?

Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir

¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce,  (de todos los vientos del dolor?

Traigo a la memoria estos versos. En Altazor, Canto I, de Vicente Huidobro. No sería exagerado decir que el ser humano está aterrado de sí, y se conduce hacia la extinción de todo. No ama, hace la guerra aquí, allá y más allá. El amor total sería el poder para sabernos todos. Es la utopía terrícola y cósmica al mismo tiempo, la condición superior del anti poder humano para detener esa malla gigantesca, real y cibernética que nos ha convertido en soldados y rehenes contra nosotros mismos.

¿No hay puerta de salida? Antes de caer completo y la vida haga plasma en la miseria y seamos iguales o peores como en las películas de zombis, miremos hacia dentro, hacia afuera, hacia los lados, sobre todo, al lado de la víctima, de la tierra y los terrícolas sufridos, y veamos si producimos un poco de luz, como la llama de una vela, para la liberación de los abismos.

 

 


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