Vivimos un mundo complicado, injusto y lleno de incomprensiones. El ser humano se ha vuelto máquina con la conciencia de un ser maquiavélico e impuso un sistema cuyo valor se centra en la producción. La cultura viene a ser cómo usamos las cosas que producimos y, por supuesto, cómo la producimos. El mundo del trabajo está por encima del mundo del trabajador.
El trabajador es una máquina de trabajo, una pieza importante de ese engranaje compuesto de cientos de máquinas. Mientras más máquina tendrá menos derechos hasta que, por asuntos del desarrollo industrial, llegue a ser desplazado por seres de metal especializado llamados robots.
La cuestión es revisar cuán máquinas somos de un mundo maquinizado, es decir, deshumanizado, calculado, controlado, cuyos paneles de control están en ciertas manos, deshumanizadas y calculadoras, productores especiales de una ideología especial para el mundo máquina. Debemos tener mucho cuidado, estos maquinistas máquinas y sus máquinas trabajan a tiempo completo, no tienen descanso, incluso, en el descanso, trabajan por su sublime objetivo: Usurpar el cuerpo, convertirlo en una máquina que piensa en serie, seguidor potente del engranaje que lo aceita con su ideología «y muere por ella como humano y vive por ella como máquina». La cultura máquina y su sistema ven en la producción la única salvación para su mundo máquina.
Deliberadamente, siempre, debemos recordar que somos humanos, no máquinas. Los humanos somos capaces de producir sueños y utopías, corren por nuestras venas los ríos secretos de la humanidad, sus genialidades y sus desvelos. Delibero con los humanos e insinúo su irreverencia frente a los tableros de control cotidiano. Observamos algunas prótesis de cuidado pero su corazón se mueve a velocidades íntimas. Estas son los sentimientos.
Las máquinas celebran furibundas el día del trabajo. Es su función, trabajar, ser parte del engranaje. En cambio, el humano trabajador, a pesar de sus prótesis, hace movimientos incómodos para los dueños de las máquinas. La sociedad mercantil le dio un valor a su «fuerza de trabajo» y va adquiriendo derechos porque se sabe humano y no máquina, necesita alimentarse y todas esas cosas que necesitamos los humanos para seguir siendo. El trabajador es un ser humano, tiene derechos por los cuales puede luchar. La máquina no es humana, no necesita derechos, es un esclavo de metal que sólo duerme cuando se le descarga la batería.
En el mundo de las máquinas no hay protestas sino reacomodos. La cultura de la maquinaria es vigorosa y perfecta. Saben organizar bien sus sindicatos y sus empresas. Las máquinas no sueñan, se les descarga la batería.
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Juancho José Barreto González
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