Cartas | Luciérnagas de fuego (A Paúl David) | Por: Juancho José Barreto González

 

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Su palabra vaya adelante, decían los viejos entre sí. Veíamos bajar los bueyes y hacían el trabajo en otros barbechos. Iban los bueyes y los gañanes y se encontraban con otros bueyes y gañanes. Yo nunca he entendido por qué la gente de otras partes no lo hace. Los bueyes y los gañanes se mudaban el tiempo necesario. Después regresaban, parecía una fiesta de San Isidro Labrador, traían de todo. Venían a la casa y descansaban unos días hasta que la palabra empeñada se los llevaba para otra parte.

No eran revolucionarios ni tenían un partido. Esto lo llevaban por dentro, lo habían aprendido de la lengua de la tierra profunda. Volver a esa lengua es la única manera de que podamos entendernos.

 

Hemos visto

He visto a todos los proyectos fracasar. “Todo se derrumbó dentro de mí”. Unos y otros, dentro de la cultura bipolar, han fracasado. Su enemigo es, siempre debe haber un enemigo, incapaz de ser amigo. La vieja Hibris de la filosofía se ha vuelto cotidiana. Hibris es la capacidad de producir distancia. Es imposible que los bueyes y gañanes de otra parte vengan a mi lengua y a mi tierra (…)

 

El gen egoísta

Son tantas las películas, los libros, canciones y personas conocidas. Todas ellas me han enseñado la vida a su manera, expresiones diversas de vivir. En unas se matan entre ellos como si eso les gustara o fuese obligado. Las románticas nos parecen tediosas, nos hemos acostumbrado a la violencia, el gen egoísta se metió como una enfermedad en los huesos del alma. El cuerpo y la cultura están sostenidos por el egoísmo y su hibris distanciadora.

 

El chispazo

Ver pasar algo frente a nuestros ojos desarrolla una coincidencia entre lo visto y quien ve. Un chispazo, un encendido de futuros. Esta condición se empobrece en muchos cuando, pasado el tiempo, sólo se recupera como recuerdo. Ya no hay chispa, aquello se ha disipado en el olvido capaz de recordar.

El chispazo, al contrario, permite que el recuerdo quede en el espíritu de quien ve y, lo visto aquella vez, permanece, no sólo como reminiscencia sino como principio, es decir, base para sostener el futuro desde el chispazo mismo. De tal manera, no sólo recuerdo a gañanes y bueyes sino, también, el principio del convite, quedando en mí como base de relaciones humanas. Esta es la siembra.

 

La semilla

Celebremos estar aquí en este lugar y día de nacimiento. Sin esta celebración no vale reflexiones ni arrepentimientos. La vida es tal que conlleva a la alegría de la tierra, pertenece a ella, está sembrada en ella. El primer evento, la semilla. Somos germinación, resultado de este sentimiento nos abre al sentimiento de ser algo venido de la naturaleza como semilla de la vida. Este chispazo espiritual forma parte del fuego primitivo, el calor de la sangre y las pulsaciones estelares, silenciosas, de los primeros seres, mis lejanos ancestros amados. Sin nombres, sin apellidos se llamaban como los árboles y los pájaros. Antes que los nombres saboreaban el color y el olor múltiple de la tierra. Todo humano contiene este sentido primitivo, oculto, adormecido, desviado, maltratado o descubierto. Está aquí dentro de cada uno, silencioso como todo chispazo sentimiento, chispazo vida.

 

Luciérnagas de fuego

Entonces, niño, me ponía a jugar con los tizones del fuego primitivo y muchos puntos de fuego se ponían a jugar con la noche y jugábamos todos con las luciérnagas de fuego, volantinas, voladores, chispazos con alas que se iban volando a otros lugares. Esas semillas de fuego volaban a otros lugares fríos y se acercaban a otros rincones de mundo donde habitaban otras personas, versiones singulares de mis campesinos, humanos y posibles, cercanos, encendidos por el chispazo primitivo de las luciérnagas.

 

 

 

 

 

 

 

 

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