La pérdida del sentimiento funciona como el olvido cómplice, desbasta la memoria, la vuelve harapos. Me refiero al sentimiento basado en el respeto por el otro, en la declaración activa, viva, amorosa para reactivarse frente al dolor, la perdida, la carencia o los obstáculos para la existencia humana. El humano desarrolla desde el buen sentimiento una poética de la existencia que sin ella sería imposible una política de la solidaridad, un sistema de relaciones justas que, así lo amerita, necesita de un conjunto de instituciones igualmente justas.
Me parece esencial el carácter terapéutico de estas cartas y el intercambio con mi «ejército invisible», quien me mantiene en este ánimo de reanimar frente a tanto descalabro de la sociedad y sus políticas y proyectos. El ego de la dominación y del poder no tienen buen sentimiento, sólo quieren posicionarse de nosotros para arrastrarnos a su miseria ideológica y de la fantasía. Un sistema sin sueños, una máquina aniquiladora de humanos, inmensos empresarios de lo global y ridículas inquisiciones parroquiales.
Desde nuestra capacidad terapéutica estamos obligados a, allí reside una ética de la convivencia con habilidades creativas, aprender a escucharnos y a mejorar los canales, llenos de defectos por el trabajo de fanáticos poderosos o pobres diablos mal intencionados que se creen con el atributo de repartir verdades o juzgar el pasado, y más aun, la vida de las personas. Fanáticos de arriba y de abajo, de derecha y de izquierda, se predisponen con sus recetarios esquizofrénicos a apoderarse de las personas como si estas fuesen objetos con piel.
Por donde pasan, convierten a las instituciones en guaridas para el delito contra lo común, es decir, contra lo que es de todos. Se protegen con sus patotas y sus partidos, para encopetarse como los dueños del planeta o de una simple calle. Cuando hablan se les sale la baba morfológica de sus instintos. Eternos o transitorios en el poder gracias a los brebajes que preparan, le chupan el alma al ingenuo y hacen del falaz verdugo contra la sapiencia y la sabiduría de los pueblos.
El buen sentimiento es una identidad para crecer desde el bosque humano. Contar la vida personal y colectiva es una acción desde el espacio de responsabilidad ética. Busquemos los interlocutores por todas partes, en el ágora abierto de la vida como diría Domingo Miliani. Nuestra historia colectiva y personal está llena de intensidades y por lo tanto es conflictiva pero también implica la comunión con las diversidades.
Contar la vida es cantarla. No permitamos que los caga tinta o caga imágenes nos sigan embarrando con sus miserias. Luchemos por lo justo, lo necesario.
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