Cartas | Lenguaje | Por: Juancho Barreto González

 

Juancho José Barreto González / proyectoclaselibre@gmail.com

 

Nos comprendemos porque tenemos un lenguaje para hacernos comprender. Es la famosa casa del ser donde todo significa, el lenguaje tiende a la infinitud y en él, el ser que habla dice en libertad, en esa plenitud, sólo en esa plenitud.

Vivimos en una sociedad donde se secuestra el lenguaje, por un lado, o donde se persigue, por otro lado. Por ejemplo, sólo unos designados de turno pueden hablar de revolución, de antiimperialismo…, mientras, por otro lado, “si tú hablas desde adentro, desde la sinceridad de un país, de las cosas mal hechas o muy mal hechas, puedes ser objeto de que tu palabra sea capturada por el censor que presta sus servicios leales al leal poder”. El miedo a hablar en plenitud es una de las cosas más graves que nos puede pasar.

“El maestro enseñaba su gruesa regla de una manera muy particular. Con ella, tomada con la mano derecha, le daba palmaditas a la mano izquierda. El golpecito era cada vez más fuerte cuando pronunciaba ciertas palabras. Nosotros nos arrinconábamos en el silencio mientras escribía con tiza gruesa y cuadrada las palabras que debíamos subrayar. Se trataba de las palabras agudas, graves y esdrújulas con sus debidas sobre esdrújulas”. De tal manera, se podía notar a leguas las contradicciones y mezcolanzas, principales y secundarias, entre un maestro “Chopo e´piedra” y un proceso de ideas que se anunciaba, después de muchos años, como la verdadera transformación. Sólo ese maestro podía hablar de lo que quisiera.

En los baños de esta bárbara escuela ya se podían leer “letreros de protesta”. También sabíamos que la dirección del plantel desarrollaba cierto espionaje contra los más avezados diestros y sinistro hemisféricos cerebrales. Incluso ya se realizaban círculos de lectura secreta de un libro famoso llamado “Miedo a la Libertad” donde se estudia la relación entre factores psicológicos y sociológicos. Nos llamó mucho la atención de este libro lo dicho por Fromm en el Prólogo, citemos:

“Si bien este libro constituye un diagnóstico más que un pronóstico, un análisis más que una solución, sus resultados no carecen de importancia para nuestra acción futura — puesto que la comprensión de las causas que llevan al abandono de la libertad por parte del fascismo constituye una premisa de toda acción que se proponga la victoria sobre las fuerzas totalitarias mismas.”

De verdad, quedó “marcada en nuestra memoria” esa oración contundente: “comprensión de las causas que llevan al abandono de la libertad”. Brota enseguida, estando en la casa del ser, una frase explosiva de Freud: “El carácter represivo de la cultura occidental”. Desde carajitos nos infundieron el miedo, desde siempre nos reprimen.

Todo proceso que castra la libertad y genera miedo y reprime, se castra a sí mismo. Es un eunuco, un efialtes de la historia, un toro bravo contra su propio reflejo.

Lo más grave es lo siguiente. Se está configurando “una lengua del miedo”. En cualquier parte hay un aristocrático maestro que usualmente se reúne con otros aristocráticos maestros, maestros, sobre todo, para instrumentar una lengua geopolítica del miedo peyorativamente disfrazada de diplomacia, todo un cortejo se reúne, y nos dan la clase de “la nueva distribución de los intereses globales”. Y en cada país, en cada casa satelital, se repite al caletre (léase alcaletre) “somos los nuevos distribuidos de los intereses globales”.

Debajo de las “guaudas” frondosas, y a la orilla de la medianoche, una voz lee a E. Fromm: La abolición de la dominación exterior parecía ser una condición no sólo necesaria, sino también suficiente para alcanzar el objetivo acariciado: la libertad del individuo.

 

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