Leer es apropiarse del mundo y sus sentidos a través de una lengua que sabe leer y comprender para intentar acercarse a la sabiduría y prodigalidad de la cultura humana. Leer es comprender cómo somos dichos desde los signos y bloquear la des-mesura de los laboratorios mundiales y locales. Es deshojar uno de los poderes fundamentales del ser humano simbólico: el poder decir. Los discursos, nos rodean, nos tragan, nos salvan o nos asesinan. Quiero saber quién eres y termino leyendo tus mapas corporales y, por ende, semióticos, generadores en tal grado de significancia de tus capacidades de sentido plural.
Ningún signo, en esta urdimbre del texto plural, puede agotar las posibilidades del sentido, el texto no es único, ni sagrado ni total, se abre a las transformaciones de la conciencia sobre el cuerpo personal y social. Se plantea como método una semiótica terapéutica que concibe no sólo al signo en su generación, sino que intenta conducirlo al bien de una alteridad desde una mismidad compre(he)nsiva. Esta alteridad va desde el sentido más vil y trágico hasta lo exaltadamente sublime de lo humano y de lo divino. Conocemos al ser imaginado en el abanico de sus posibilidades.
Leer e interpretar el arte, por ejemplo, es conocer el fondo posible de lo humano que mueve pequeñas y grandes acciones, sustentadas en la capacidad o maestría de alguien para mostrarnos el mundo desde el tapiz o tejido plural de lo imaginado. Esta capacidad de leer y ser leído, abre la unción terapéutica de la lectura: esta es un antídoto para la incomunicación y el desconocimiento, el mundo se va revelando en sus contradictorias dimensiones.
Leer es acercarse al distinto sin herirlo, simplemente es conocerlo, seguir sus rastros y quizá anticiparnos a sus movimientos cuando ya sabemos lo suficiente o sorprendernos por sus actos explosivos e ilógicos. Cuando se aniquila o se juzga es porque el lector ha asumido un poder. La historia de este poder reside en la realidad humana. Un poder diversificado, fragmentado o concentrado. En este aspecto, se convierte en un sentido, en una condición antiterapéutica: el poder para aniquilar ciertamente al otro.
Nos conducimos a un espacio semiótico donde se introduce un elemento obligatorio, éticamente hablando, en esta relación: la necesidad de producir el bien y la curación del otro desde una comprensiva de la semiótica de la alteridad, pero también de la emergencia de la curación humana y planetaria. La condición optativa de hacer el bien es la base de la condición imperativa de la emergencia que la debo convertir en mi emergencia, me la apropio y la llevo a la intimidad, el mundo se convierte en mi mundo.
Leer es encontrar al otro en la lectura, es descubrirlo para amarlo en la comprensión. Esto sería una especie de lectura amante, lectura amorosa, no poderosa. Ya sabemos que el poder no ama, solo posee, sin dejarse poseer. El otro en el arte ha sido poseído amorosamente, está allí para ser comprendido, no prendido, no apresado para la totalidad sino liberado para la polisemidad. Recordemos al bueno de Barthes: “todo significa sin cesar y varias veces, pero sin delegación en un gran conjunto final, en una escritura última” (Barthes, 1980, p.8). La escritura última, o la lectura última se profetiza como la verdad total, la unicidad. Una maldición, el predominio de una sacralidad, la serpiente mordiendo su propia cola y exterminándose.
Al principio fue el signo… sigue siéndolo y siendo. Leído, Le-siendo. Convencionales y figurativos, los signos siguen siendo el mundo. Artificio y naturaleza en el lenguaje antropomórfico. El lenguaje me enseña el mundo. Yo aprendo del lenguaje del mundo, soy partícula de su lenguaje. Soy Lenguaje. No se trata de hablar de ventajas y desventajas sino de ser, Ser en el Lenguaje. Un signo en el lenguaje vuelto lenguaje. Comunicación, terapia: escucha. Escucho los signos del mundo y qué he de hacer sino comprenderlos. Escucho escuchándome y escuchando al mundo, me escucho terrícola y escucho la bolsa de piel que soy, viva bolsa en la bolsa cósmica.
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