Escribo para ayudarnos a descubrir nuestra casa interior y desde este lugar precioso, humano y terrible “voltear el mundo patas arriba para ver lo oculto”. He tratado de concebir un puente entre nosotros. Hecho de palabras, sentimientos y realidades para lograr la capacidad de decirnos la verdad fuera de la agenda política impuesta comunicacionalmente por una rutina desordenada y planificada desde centros de poder con esa capacidad: Marcar nuestra rutina con el esquema ideológico, psicológico y cultural de lo que insisto en llamar “guerra civil entre venezolanos”, y en el marco global, planetario, una “guerra permanente entre potencias” que nos manipula, nos chantajea desde hace siglos, recomponiendo constantemente las leyendas “negra” y “dorada” propias de la cultura y de los cultores de la dependencia.
Esto último mi querida lectora, mi querido lector, podríamos resumirlo con la frase “un imperio nos ataca mientras otro nos resguarda”.
Te invito a analizar este aspecto, quisiera reiterarlo. Vivimos en una casa invadida, somos objeto permanente de algo que nos perturba, algo binario, bipolar, incesante y trivial, dice si y no, vapulea, trivializa y controla. Debemos descubrir, analizar, describir ese “algo”. Bueno, mi intención es ayudarnos porque si no conozco la realidad real no puedo comprenderla y transformarla, mejorarla.
Por supuesto, debemos tener en cuenta el cómo funciona y ha funcionado el mecanismo semiótico de la cultura bipolar que tiende a expulsarnos “del lugar del conflicto” capaz de producir desesperanza colectiva más si le sumamos el mecanismo de control de la bioseguridad o la intención de apropiarse del futuro biológico de los cuerpos.
Los proyectos políticos de derecha e izquierda, en su mayor expresión, están atrapados en este conflicto. Juegan al control. Usted y yo si no revisamos y comprendemos esta ruta del poder y la dependencia, pues, nos convertimos en conejillos de indias.
Esta es la razón básica de la casa interior, saber quiénes somos. La casa invadida es, entonces, la manipulación desde el mecanismo semiótico de la bipolaridad, de la cultura y del poder que persigue, por una parte, el control del “habitad cotidiano”, de la vida cotidiana de la casa en incertidumbre, y, por otra parte, lograr la huida de los habitantes de la casa sin poner en peligro tales mecanismos de control.
En este aspecto, ojeando rápidamente el asunto de las migraciones, es lo que propongo llamar “el mercado común de las víctimas”, justo el extremo del conflicto interpotenciario.
Trabajo desde aquí en la propuesta de nuevas categorías para salir del abismo histórico de la bipolaridad. Sabemos que no es fácil más cuando existe un viejo recetario insistente en ver las nuevas realidades con viejos ojos de la dependencia y el desencanto. Aquí reside el reto de la incipiente cultura de la libertad en la casa interior, poner en práctica el sentido oculto del viejo anuncio de Simón Rodríguez: Inventamos o erramos.
Querida lectora, querido lector. Usted tiene, en su casa interior, la última palabra, es decir, la capacidad de decidir por Usted. Y esto, todo esto, no es una cuestión de un día para otro, es una cuestión de todos los días. Apropiarnos de nuestra casa interior es la capacidad de ser personas, no conejos. Sería la capacidad de atravesar incertidumbres y ser libres.
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