Cartas | La última transformación | Por: Juancho José Barreto González

 

Ningún lugar es puro. Todos los sonidos, sentidos e imágenes han sido invadidos por, así la vamos a llamar aquí, la “retórica del mal”. Es absolutamente exagerada cubriendo al mundo con sus mantos, membranas de sonidos, sentidos e imágenes conductoras al vacío del juicio, de la responsabilidad, de la limpieza de toda ética del bien para colocarle sus tintes retóricos apetecibles por el goce estético. El mal es un atractivo maravilloso, un juego espectacular donde “el bueno se vuelve malo para derrotarle”. Una consecuencia lógica, de forma y fondo, el bueno también es malo, le sustituye, le da vida cultural combatiéndole con las mismas técnicas del mal. No es igual una guerra contra otra guerra que un pueblo “desarmando a los guerreristas”.

El vacío del juicio, una guerra contra otra, un arma contra otra, es reiterativo. De tal manera, el vacío del juicio, históricamente, es la continua oferta del juicio final y su desplazamiento al infinito. Cierta derrota a los apocalípticos consuetudinarios del guerrerismo no es, paradójicamente, “anotarse” en una de las guerras contra otras de las guerras. Pasando necesariamente por la “defensa de la casa”, podemos orientarnos hacia el desarme de los armados empresarios constructores de las armas.

“La defensa de la casa” suena genérico. Debemos singularizar en un Nosotros: la defensa de nuestra casa. “Pero, señor profesor, la casa no es mía, es alquilada”. Más adelante otra riposta, “ya no vivo en esa casa” y no le importa. Se han desarticulado los sentimientos de pertenencia y de habitad. Podemos preguntarnos, entonces, cómo en esta larga historia llegamos a “habitar” un lugar que no es nuestro. La historia de esta pérdida de la herencia terrícola está directamente asociada con la cultura del poder y la cultura del alquiler. Aun lo que es propio está alquilado, está “prestado” bajo ciertas condiciones visibles e invisibles (forma y fondo) a otros que, mediante sus formas asocomerciales, van apropiándose de la casa que ya no es mía “aunque tenga formales papeles de propiedad”.

Aparece una oración sincrética: “Si no tengo casa que defender como desarmo a los guerreristas”: “…tenemos ya rato en la cueva donde hemos pintado unos garabatos e inventamos el fuego y algunos condimentos para cocer nuestros alimentos. Con una piedra pulida logramos herir de muerte a los otros animales que quieren nuestra cueva”. Este cuento se ha dicho, y luego, se ha escrito, en todos los idiomas de la tierra. Las palabras son distintas en cada cueva, pero se va tejiendo la misma geopolítica de los sentimientos.

“Le partí la cabeza en dos porque se quería llevar sin permiso la…”. Para llevarte por cierto tiempo mi… debes tener mi consentimiento, si no lo haces se apodera de mí un celo grande y me da rabia. Y los animales con rabia comenzamos a devoramos unos a otros hasta que aparecieron las jerarquías. “Esta historia tiene muchos siglos amontonados. Cuando llegaba el jefe, dependiendo de su origen, nos miraba a todos, nos decía algunas palabras de aliento y se marchaba contento”.

“Otro día vino con su cara desarreglada, se le veía la tristeza por dentro y en la cara. Tenemos que defendernos, de aquí no nos vamos, dijo, con su garganta llorosa”.

La guerra, en todas sus dimensiones, detona, hace que estalle la geopolítica de los sentimientos. En este estallido se producen transformaciones aterradoras, así es la guerra. La última transformación, después de romper los límites, las fronteras de la geografía política, es romper lo humano mismo, aniquilarlo, volverlo inmisericorde porque una clase elegida tiene el mandato divino de matar lo humano para beneficio de otros humanos.

proyectoclaselibre@gmail.com

 

 

 

 

 

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