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Hace días había guardado el título de esta carta. “La tregua social” resulta de la posibilidad de detenerse a mirarse, a escucharse, a tomarse de la mano y esas cosas, a buscar respuestas, sin hacer mucho ruido para no despertar a los fantasmas, a buscar escribir, a buscar algunas palabras medicinales, curativas, albañileadas, para que la casa “no se nos caiga encima”, no revienten definitivamente sus bases agujereadas por la desidia, por el decir y el hacer “mal hecho”, por el facilismo para la falta de reconocimiento de nuestras verdades umbilicales, raigambre puesta en peligro por el pasatiempo y la distracción de una clase política que vive de acusaciones y acusaciones y nadie paga los platos rotos, salvo unos chamos encanados por la seguridad de la nación, mientras los grandes ladrones que anidaron sus tácticas y estrategias en ambos lados, se postulan como los salvadores del futuro. Y se lo disputan, el futuro es el poder.
La tregua social, esta palabra guardada hace días, no es para disputar, pelearse por el futuro. Es para curar la casa con nuestros medicamentos caseros, sin importar nada, todo está aquí en la raigambre de nuestras verdades umbilicales. A quienes se les rompió este cordón, también se les fue del cuerpo ese espíritu que nos distingue cuando nos sabemos acercar. A unos se les rompió, a otros se les olvidó, y a algunos otros nos da miedo plantearlo porque no sabemos cual pelotón nos va a fusilar. Atreverse a luchar es atreverse a soñar, es cuestión de tiempo y espacios.
Ya cae la tarde, vendrá la noche y luego el amanecer.
Hago tregua con quien tampoco quiere que la casa se nos caiga encima. Si la miramos bien, necesita de muchos arreglos. Vivimos en ella como unos habitantes desarreglados. Si en este presente no nos damos “de cuenta”, no buscamos y no inventamos los medicamentos caseros para curar dejadez y desidia y ponernos a arreglar puertas y ventanas, vendrá la noche oscura y nos ahogaremos en ella, desangraremos por nuestras venas y versos, y luego, no habrá amanecer. El amanecer se volverá futuro cautivo, futuro sin presente, caduco y castrado.“Esa clase que se disputa el poder, aquí, allá y en todas partes, no mira nuestra casa, no mira tu cara ni tus ojos, no te da la mano porque no tiene manos ni ojos, tiene máquinas capaces de imaginar ese futuro y hacerlo insensible como una fábrica de muñecas.
Ellos viven en la fábrica del mundo que destruye al mundo para volver a fabricarlo, y así infinitivamente porque se creen eternos, poderosos, infranqueables.
Nosotros vivimos en una casa herida, dislocada, pensada para vivir muriendo. Nos han rotos los hilos comunicantes del corazón, somos puro ego empobrecido como el uranio. Tu y yo tenemos las mismas heridas punzo penetrantes. Los jinetes del apocalipsis han soltado todas sus furias y estruendos. Galopan sus bestias.
Levantamos la mirada a nuestra mirada, allí nos encontramos un instante, somos nosotros mirándonos un instante. Comenzamos a hablar. “El hombre comenzó a pensar en la medida que poseyó lenguaje, y hoy los hombres piensan también en la medida que se apropian del lenguaje de la sociedad a que pertenecen”, dice Alberto Merani. Somos seres humanos, no muñecos de la fábrica de muñecos. Poseemos un lenguaje y podemos intercambiar ideas, sueños y bienestares. Y si llega la noche nos llamaremos como los nombres de los arboles para que echemos nuevas raíces y repiquemos con las estrellas. Así, de esa manera, nos apropiaremos del lenguaje de los amaneceres.
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