Juancho José Barreto González
Decir la verdad, no de la boca hacia fuera, es decir lo que pensamos, se es franco al hablar. Al hablar con la verdad nos obligamos a ella, la asumimos como nuestra verdad. La verdad se asocia con el pensamiento de quien la dice, y se abre el conflicto con aquél a quien se la decimos. Corremos el riesgo de romper con el otro al decirle la verdad, incluso, arriesgar la vida al decírsela, al decirla. Esto hace que la ética de la verdad sea una ética superior, difícil, delicada.
Su palabra vaya adelante, se sale de la boca la palabra y puede decir lo que pensamos. Estamos dotados de boca y pensamiento. Esta es nuestra característica psíquica que nos distingue de quienes tienen boca pero que no piensan, entonces, no pueden asumir ninguna verdad porque no la tienen. Si mucho, estos seres con boca, pero sin pensamiento, llegan a mentirosos. La ética de la mentira no existe, es imposible porque ética es entrar al conflicto de la verdad, correr el riesgo por decirla, por buscarla. El que prolonga la mentira en el tiempo es un ser sin ética, un retórico que huye a la verificación de su palabra.
Coco se llama mi gato, es de color negro y llena los espacios en blanco de la noche. Cuando me imagino conversando con él me llama “guacho”. Es un buen animal, instantáneo y dormilón. Al traerlo a esta carta, es para compararlo con “el otro Coco”, el coco creado por los mentirosos.
En mi caso, para decir la verdad sobre los mentirosos, propongo un método especial. Un día a la semana, a ciertas horas, me reuniré con los mentirosos en “el cuarto de la reflexión”. Habrá entrada libre y colocaré el siguiente aviso:
“Ustedes o vosotros, estáis en el compromiso de decir a “Guacho” todas las mentiras que quieran frente a él. Una mentira dicha de tal manera puede recibir como respuesta una verdad”
El mentiroso es un retórico. Le pido fervorosamente acepte mi invitación pública y franca para que podamos producir la verdad de sus mentiras. Es decir, se acerque a la ética y me permita escucharlo mirándolo a los ojos. “Digamos, para ser muy esquemáticos, que el retó es, o en todo caso puede perfectamente ser, un mentiroso eficaz que obliga a los otros. El parresiasta, al contrario, será el decidor valeroso de una verdad con la cual se arriesga él mismo y arriesga su relación con el otro” (Foucault, El coraje de la verdad, 2010, p. 33).
La mayoría de edad para decir la verdad. Entonces, Foucault propone llevarse el concepto de parrhesía o el hablar franco a la práctica política para plantear la cuestión del sujeto y la verdad desde lo que llama “el gobierno del sí mismo y de los otros” y recuerda su asociación, el del hablar con franqueza, con “el análisis de los modos de veridicción, el estudio de las técnicas de gubernamentalidad y las prácticas de sí…” sin reducir las prácticas del saber al poder, planteando la relación clave entre estos tres elementos: “los saberes, estudiados en la especificidad de la veridicción; las relaciones de poder, estudiadas no como la emanación de un poder sustancial e invasor, sino en los procedimientos por los cuales se gobierna la conducta de los hombres, y, para terminar, los modos de constitución del sujeto a través de la práctica de sí” (Foucault, 2010, p. 27). Se emite así una asociación que, según Foucault, es la verdad “con el riesgo de la violencia” (p. 30).
Coco el bueno, es decir, mi gato, frunce el ceño cuando leo en voz alta esta carta. Le imagino pensando “Guacho es bueno, pero…”.
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