Cartas | La mujer del bojote | Por: Juancho José Barreto González

 

 

En la cultura humana existen dos grandes formas de relatar que se entrecruzan: La Historia, cuya pretensión es decir «la verdad», y la Ficción, cuya pretensión gira alrededor de otros mundos paralelos a la verdad.

El historiador o quien oficie el relato histórico está obligado a presentar fuentes, testigos, documentos o monumentos que comprueben aquello de lo que se habla, narra o conversa.

Nosotros los humanos tenemos el poder de decir, de usar una lengua, de ordenar los imaginarios a través de los mensajes que producimos. Producir tales mensajes para contar una historia real e imaginaria nos conduce del poder decir y usar una lengua, a la capacidad de contar, de meter al mundo en un relato, de ordenarlo de tal o cual manera y de, sobre todo, colocar esa narratividad en una temporalidad porque no hay relato sin tiempo. Así, la manera de contar cambia con el tiempo y, lo contado, además de transcurrir en un tiempo puede conservarse como texto de la memoria.

Depende de la gente si quiere dejar pasar un texto de ficción y convertirlo, tratar de convertirlo en «una pura y santa verdad». Al revés también es posible, quizá más difícil.

En Venezuela, ya lo denunciaba Briceño Iragorry en Mensaje sin destino, cada gobierno, o mejor sería decir, cada casta política, desea poner a su disposición a la historia para que sea imagen fiel de sus intereses ideológicos, con la pretensión de hacer creer que, tal casta, es resultado originario de la misma historia. Adquiere así la capacidad de borrar, escribir y reescribir para «hacernos creer» la nueva ordenación como la verdadera. Como es una cuestión compleja e importante, deberemos dedicarle más atención a estos asuntos que tienen que ver con «Los valores de la cultura» de las que habla el artículo 99 de la Constitución.

Por ahí van los caminos, a veces la gente los usa para ir y venir y otras, se olvidan de ellos. Entonces, decido invitarles a escribir un breve relato y en lo sucesivo a caminar con la imaginación. «La mujer del bojote se divertía con todos nosotros. Ella iba todas las mañanas al mercado municipal de Trujillo con su boca pintada de soles. Yo tenía trece años y me gustaba verla volar con su vestido verde…». Quizá alguno de ustedes recuerde al personaje, existió como tal, no es pura invención. Mi tesis aquí es la siguiente: Toda persona en vida deja huella, alguien la vio pasar por una esquina de ella, una fotografía, un dibujo, un verso, una carta, o simplemente, su partida de nacimiento.

Les propongo a mis queridos lectores un juego. Del breve relato propuesto sustituyan algunas cosas, por ejemplo, en vez de «La mujer del bojote» ustedes pueden colocar un nombre, cualquiera. El nombre nombra, el nombre tiene existencia en sí mismo porque nombre. Podemos escribir «Mi tía Esperanza», «Simón Bolívar», «Dolores de los Santos», «Antonio Barreto», «Dionisio y su reloj solar». El relato en el poder contar le da consistencia simbólica a los nombres, pero la consistencia histórica, es decir, su referencialidad con la vida , su posible existencia real, su huella, la recupera de manera indirecta aquello que comprueba de alguna u otra manera que ella o él, ellos o nosotros pasamos por esa esquina de la vida.

 

 

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